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El gran secreto de la reina María Cristina

La reina gobernadora mantuvo oculta una relación con su antiguo guardia de corps, Agustín Fernando Muñoz, con quien tuvo ocho hijos ilegítimos
Vicente LópezVicente López
La Razón

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Hace ya algunos años, durante una visita a un amigo anticuario, éste me reveló que acababa de «cazar» la pieza documental más hermosa y deslumbrante de toda su vida. Los buenos libreros de siempre acostumbran a emplear el término cinegético cada vez que salen a buscar libros o archivos de cualquier tipo por las ferias y anticuarios de medio mundo. «Que tengas buena caza», se desean, animosos. Significaba eso que Antonio Campos, dada su avanzada edad, había tenido que aguardar casi medio siglo para experimentar el gozo indescriptible de abatir la joya de la Corona, nunca mejor dicho, pues mientras se hallaba «de caza» en la localidad francesa de Anglet, entre Bayona y Biarritz, en la bella región de Aquitania, vio lo que nunca en su larga vida pensó que sería capaz de ver: un montón de cartas y documentos autógrafos extendidos sobre uno de los mostradores de la feria.
Tras permanecer en silencio varios minutos, escudriñando entre aquellos papeles redactados en perfecto castellano, el expositor le dijo algo que él ya sabía: «Pertenecen al archivo privado de la reina María Cristina de Borbón de España». Aparentando calma, Antonio Campos volvió a examinar minuciosamente varios legajos y pudo comprobar en todos ellos la autenticidad de la enrevesada e inconfundible caligrafía de la Reina Gobernadora, con la cual estaba ya familiarizado, pues en su propia casa conservaba algunas cartas originales de ella a varios políticos de la época, así como una copia manuscrita del testamento abierto a su muerte, acaecida en su lujoso castillo de Sainte-Adresse, cerca de El Havre, en agosto de 1878.
Poco a poco, sin perder el disimulo, cualidad imprescindible en un veterano librero como él, consiguió que aquel vendedor le llevase luego hasta su misma casa, donde pudo contemplar la mayor obra de arte que jamás admiraron sus ojos. Apilados en varias estanterías de nogal, contó a simple vista casi un centenar de libros y carpetas, algunos de los cuales comprobó luego que contenían secretos inconfesables de la Reina Gobernadora, apodada así porque durante seis años, mientras su hija Isabel II era aún menor de edad, ocupó la regencia del reino.

Un vendedor francés

Días después, con la garantía de la más absoluta discreción, Antonio Campos cerró el trato con el vendedor francés. Todo aquel impresionante archivo pasó finalmente a manos del Estado español, que en 2003 empezó a digitalizarlo, una vez depositado en el Archivo Histórico Nacional, donde hoy se conserva para que todos, historiadores y curiosos, puedan consultarlo. Precisamente entre aquellos voluminosos legajos descubrí yo uno de los más inconfesables secretos de María Cristina de Borbón, que ha permanecido inédito desde el 13 de octubre de 1844, cuando fue redactado y rubricado por don Juan José Bonel y Orbe, obispo de Córdoba. La trascendencia de este legajo es incuestionable.
La propia interesada, María Cristina de Borbón, lo llevó consigo al exilio, manteniéndolo oculto hasta después de su muerte por las poderosas razones que enseguida veremos. De la lectura del documento, cualquier fiscal que se precie hallaría hoy día materia fundada para formular una acusación por presuntos delitos de falsedad documental y suplantación de personalidad.

Conservar la regencia

El lector, sin embargo, comprenderá que el modo de actuar de María Cristina de Borbón obedeció a los elevados intereses que había entonces en juego, como sin duda eran conservar la regencia y velar por el futuro de su hija Isabel II como reina de todos los españoles. Nadie, por tanto, debía conocer su relación secreta con su antiguo guardia de corps Agustín Fernando Muñoz, ni mucho menos saber que tenía ocho hijos ilegítimos con él, nacidos la mayoría en Madrid pero educados todos en París, lejos de la Corte.
María Cristina y Muñoz urdieron con tal fin un burdo montaje, tal y como revela el aludido documento, en el cual Juan José Bonel y Orbe, obispo de Córdoba, destapaba el plan de ocultación: «Se dignó S. M. manifestarnos y declararnos en fe de su Real Palabra que a consecuencia de su trato y comunicación con el citado su señor esposo, después de haber quedado viuda con ánimo de contraer matrimonio cuando las circunstancias lo permitiesen en el modo y forma que dispusiera Nuestra Santa Madre Iglesia y llevados del mutuo amor que se profesaban habían tenido ocho hijos bautizados en diferentes parroquias con los nombres de otros padres por las razones que son bien obvias». Nadie debía conocer así la existencia de la prole de la reina gobernadora si no quería poner en grave riesgo la regencia y el trono de Isabel II.

Falsos padres

Basta con reproducir los dos siguientes párrafos de la increíble carta del entonces obispo de Córdoba, don Juan José Bonel y Orbe, para reparar en el plan de ocultación de la prole de la reina con su guardia de corps, atribuyendo la paternidad de los hijos a diferentes personas. Dice así el prelado: «La primera llamada María de los Desamparados […] que nació el 17 de noviembre de 1834 y fue bautizada el 12 de diciembre siguiente en la Iglesia Parroquial de San Miguel y San Justo de esta Corte […] poniendo por padres a don Jacobo Villanoba y Jordán, natural de Barcelona, y doña Rafaela Tadea Castañedo Herrero». «La segunda, María del Milagro […] que nació el 8 de noviembre de 1835 y fue bautizada el 5 de diciembre […] como hija de don Francisco Prego, natural de Marco, Reyno de León, y doña Dolores Núñez Doménec y Castañedo, natural de Marín, Arzobispado de Santiago».

La fecha: 1844

El documento que guardaba uno de los secretos más inconfesables de María Cristina de Borbón, y que ha pasado inadvertido hasta hoy mismo, fue redactado en esa fecha.

El lugar: Madrid

Nadie debía conocer su relación secreta con su antiguo guardia de corps Agustín Fernando Muñoz, ni mucho menos saber que tenía entonces ocho hijos ilegítimos con él.

La anécdota

La reina María Cristina obedeció a los elevados intereses que había en juego, como por ejemplo conservar la regencia y velar por el futuro trono de su hija Isabel.

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