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Las 10 respuestas más fulminantes de la Historia: ¿Para qué preguntas?

Rescatamos algunas de las respuestas más ocurrentes, inesperadas y tajantes proferidas por escritores como Charles Baudelaire, pintores como Salvador Dalí o políticos como Churchill
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La consabida inteligencia del tiempo y la serenidad de los espíritus prudentes han demostrado en múltiples ocasiones que la formulación de determinadas preguntas o afirmaciones puede ser, en según qué casos, un ejercicio prescindible. Nunca sabe uno lo que puede encontrarse al otro lado del teléfono. A lo largo de la Historia, esta clase de situaciones anecdóticas, embarazosas, ingeniosas o particularmente singulares en las que las respuestas recibidas por parte de los curiosos o atrevidos formuladores de preguntas no eran, ni mucho menos, lo esperado, es un fenómeno que ha ocurrido con considerable frecuencia y que ha protagonizado episodios bastante divertidos. Con el objetivo de rendir un pequeño homenaje a algunos de ellos, bucear un poco en el interesante escenario cotidiano de las luminosas ocurrencias de escritores, monarcas, pintores y filósofos y tomar nota, por qué no, de ciertas propuestas para esos días en los que a uno no le apetece recibir ninguna clase de cuestionamiento y quiere contestar de manera taxativa, proponemos esta diversa y particular compilación de respuestas fulminantes. Desde el narcisismo de Salvador Dalí hasta la frivolidad de la reina Maria Antonieta. Comienza el viaje.
1.
Las discrepancias entre José Echegaray, el primer Premio Nobel de las letras españolas, y el esperpéntico y estelar escritor Ramón María del Valle-Inclán eran, a finales del siglo XIX, una realidad constatable. A pesar de haber mantenido una amistad sincera tiempo atrás, tras perder Valle dos concursos literarios en los que Echegaray había formado parte del jurado, la inquina del autor de “Luces de bohemia” se elevó hasta cotas insospechadas llegando a poner en riesgo su propia vida, con tal de no vincularse con la figura del Nobel. Tal y como narra Ana Andreu Baquero en “Lo que Robinson Crusoe le contó a Lolita”, hubo un momento en el que Valle-Inclán necesitó una transfusión sanguínea por encontrarse enfermo de gravedad. Echegaray acudió al hospital, junto a otros literatos, a donar parte de su sangre. Y cuando los médicos informaron de este hecho a Valle-Inclán, en vez de emocionarse, éste declaró:
- “¡No quiero la sangre de ese, doctor! ¡Está llena de gerundios!”
2.
La sombra ideológica del fascismo y las derivas franquistas de Salvador Dalí siempre han sobrevolado la trayectoria personal más madura del artista de Figueras. Habiendo dejado atrás una juventud más anarquista, no tardó en encontrarse cómodo con la autoridad de Franco (llegando a felicitar al dictador por sus acciones orientadas a “limpiar España de fuerzas destructivas”) y simpatizó con el ascenso de Hitler en Alemania. La práctica totalidad del movimiento surrealista liderado por André Breton al que pertenecía Dalí comulgaba con ideas izquierdistas por lo que la ambigua posición del pintor terminó convirtiéndose en un problema. Acusado de defender lo “nuevo” e “irracional” de la autoridad hitleriana, pronto se ganó el desprecio de sus compañeros. En 1934 Dalí se somete a un “juicio surrealista” y termina siendo expulsado del movimiento.
- “No podéis expulsarme. ¡Yo soy el surrealismo!”, profirió airado en un alarde de ingenio y narcisismo.
3.
En cierta ocasión, el militar mercenario señor de Verona, Alberto I Canfrancesco, más conocido como Cangrande della Scala, le dijo impertinentemente al escritor italiano Dante Alighieri:
- “Me pregunto, señor Dante, ¿por qué un hombre tan cultivado como usted es odiado por toda mi corte, mientras que mi bufón es tan amado?”
- “Su excelencia se lo preguntaría menos si considerara que apreciamos más a aquellos que más se parecen a nosotros”, respondió un ofendido Dante.
4.
A pesar de que existen pequeñas contradicciones históricas y versiones diferentes del acontecimiento narrado a continuación, lo cierto es que terminó adquiriendo una gran importancia simbólica en relatos posteriores por parte de aquellos historiadores partidarios de la Revolución Francesa que trataron de utilizarlo como ejemplo ilustrativo de la falta de empatía y el despotismo de las clases altas en Francia en aquella época. Durante uno de los periodos de hambruna que asolaron Francia durante el reinado del rey Luis XVI, su esposa, la reina Maria Antonieta, fue advertida del sufrimiento arrastrado por el pueblo como consecuencia directa de la amplia escasez de pan.
- “El pueblo se muere de hambre majestad”, se aventuraron a decir algunos miembros de la corte.
- “¡Que coman pasteles!”, contestó de manera frívola.
5.
En febrero de 1857 Charles Baudelaire manda el primer manuscrito de “Las flores del mal” a su gran amigo y editor Poulet-Malassis. El 25 de junio de ese mismo año la obra sale a la venta. Siguiendo con la línea de incomprensión y rechazo que suele preceder de forma primigenia a las grandes creaciones, la acogida pronto se convierte en una persecución. A pesar del reconocimiento de alguien como Victor Hugo, quien tras leer los poemas le confiesa en una carta al poeta modernista, “has dotado al cielo del arte con no se qué rayo macabro, has creado un escalofrío nuevo”, la publicación termina desatando una violenta polémica.
- “Los poemas de “Las flores del mal” son “ofensas a la moral pública y las buenas costumbres”, sentenció la censura.
- “Todos los imbéciles de la burguesía que pronuncian las palabras inmoralidad, moralidad en el arte y demás tonterías me recuerdan a Louise Villedieu, una puta de a cinco francos, que una vez me acompañó al Louvre donde ella nunca había estado y empezó a sonrojarse y a taparse la cara. Tirándome a cada momento de la manga, me preguntaba ante las estatuas y cuadros inmortales cómo podían exhibirse públicamente semejantes indecencias”, respondió un irónico y crítico Baudelaire ante tales acusaciones.
6.
A los diez años, el aventajado filósofo italiano Giovanni Pico della Mirandola, famoso por escribir el primer manifiesto Renacentista, ya era un auténtico prodigio. En cierta ocasión, un anciano cardenal, molesto por la inteligencia precoz del muchacho, le dijo en tono imponente:
- “La verdadera pena es que, cuando se tiene tanto talento de niño, se suele acabar siendo un imbécil cuando se llega a anciano”
- “Por lo que decís, señor, deduzco que vos debisteis ser todo un sabio de niño”, le respondió con toda la intención Pico della Mirandola.
7.
Crecida en un ambiente de intelectuales que frecuentaban el salón literario de su madre, la escritora francesa Madame Staël no tardó en ganarse la desconfianza y el recelo de Napoleón por exceso de espíritu. “Era mujer de gran talento, de mucho espíritu, muy distinguida: sus obras permanecerán. Poseía una gran ambición, y era tan intrigante, tan sediciosa, que dio lugar a que se dijese sobre ella que era capaz de arrojar a sus amigos al mar a fin de poderlos salvar cuando estuviesen a punto de ahogarse. No merecía que se le llamase mujer mala; pero se podía decir que era turbulenta y tenía mucha influencia”, llegó a señalar Bonaparte en cierta ocasión sobre la joven. En una cena de gala, la escritora Staël y su gran amiga, la bella madame Recamier, estaban sentadas a cada lado de un joven dandi.
- “Aquí estoy, -dijo este tratando de parecer ingenioso y cortés-, sentado entre la sabiduría y la belleza”
- “Exacto, -replicó cortante Madame de Staël-, y sin poseer ninguna de las dos”
8.
La agitación de la polémica solía convivir de manera amistosa y holgada con George Bernard Shaw. El dramaturgo y crítico irlandés autor de, entre otras obras de teatro, “Pigmalión”, acostumbraba a mostrarse disconforme con la política británica en Irlanda durante el período de la posguerra, hasta el punto de hacerse ciudadano del Estado Libre Irlandés como ejemplo del rechazo ocasionado. Su dualidad ideológica le granjeó fama de veleta y sus contradictorias posturas sobre la vacunación y la religión le catapultaron a la primera línea de las críticas en multitud de ocasiones. Provocador por diversión y excelso creador de teatro, en una ocasión le envió a Winston Churchill dos entradas para el estreno de una de sus obras, acompañadas de una nota que decía:
- “Para usted y un amigo, si acaso lo tiene”
- “Asistiré al reestreno, si es que lo celebra”, replicó un ácido Churchill en una nota en la que se excusaba de asistir, sin perder ese mismo tono provocador e hiriente.
9.
En ese París nocturno de finales del XIX que andaba embriagado por la absenta del cabaret “Les Quat’z’ Arts”, en Montmartre, y se movía titubeante en mitad del aire propiciado por el cancán de los salones de baile, la mayoría de los artistas competían entre ellos por el pedigrí de la bohemia. Proliferaba el talento, el estímulo creativo constante, el frenético ritmo de la libertad y el desenfreno, pero también el cultivo de una personalidad singular. De una apariencia llamativa. De una aparente máscara artística. Siendo así las cosas, las diferencias entre algunos de esos protagonistas estaban a la orden del día. El escritor francés Jean Lorrain, célebre en su época, no podía ver al pintor Henri Toulouse-Lautrec, a quien un día, discutiendo, le espetó:
- “¿Usted me toma por imbécil?”
- “En absoluto, pero puedo equivocarme”, contestó un agudo Lautrec.
10.
Bien sabido es que el padre de Alejandro Dumas contaba con un equipo de negros que le ayudaban (y, a menudo, incluso mucho más que eso) a escribir sus novelas. En el mejor de los casos, él recogía los datos, trazaba el esquema y esbozaba la trama de la novela, y eran sus escritores fantasmas quienes finalmente la escribían. Sólo así se explica que pudiera publicar tal volumen de obras en tan poco tiempo (sus trabajos suman casi 100.000 páginas). A este respecto, se cuenta que los dos Dumas, padre e hijo, se encontraron un día y que el padre preguntó al hijo:
- “¿Has leído, hijo, mi última novela?”
- “No, padre. ¿Y tú?”, preguntó con considerables dosis de sorna el hijo.