Siglo de Oro: la aventura literaria de las mujeres que odiaba Quevedo
El instituto Cervantes de Madrid recupera a las escritoras de los siglos XVI y XVII en una exposición que reúne 41 manuscritos y que reivindica su calidad literaria
Creada:
Última actualización:
La presencia de las mujeres en el siglo de Oro se reducían a Santa Teresa de Jesús y sor Juan Inés de la Cruz para el gran público. A las demás había que buscarlas en los sonetos o las comedias de Lope. En la España de Cervantes, como se dice en «El Quijote», solo se podía ser campesino, religioso o soldado. Si eras mujer, las opciones se reducían. Y si eras una mujer con ínfulas intelectuales, las posibilidades parecían mermarse bastante más. Pero, sin embargo, hubo escritoras. El Instituto Cervantes las ha redescubierto para el gran público en la exposición «Tan sabia como valerosa». Una muestra que ha reunido 41 manuscritos y libros impresos, algunos de ellos procedentes de la Biblioteca Nacional y de un gran valor bibliográfico, para recordarnos que el horizonte literario femenino, eclipsado por escritores de la talla de Quevedo, Góngora o Calderón de la Barca, existía, estaba presente y no era tan reducido como muchos deducen de antemano. «Lo que hemos hecho es dibujar el panorama de las letras en español de las mujeres de los siglos XVII y XVIII. Hemos incluido a Sor Juana Inés de la Cruz, a pesar de estar en el México colonial, porque tiene una relación muy estrecha con el barroco y nos proporciona un ejemplo de mujer que fue un genio», comenta Ana Rodríguez, comisaria de la muestra.
El recorrido es una oportunidad para acercarnos a una treintena de autoras, algunas de ellas reconocidas y de enorme importancia, y otras que han pasado más desapercibidas, aunque todas enriquecieron igualmente nuestras letras con su ingenio. En algunos casos su propia peripecia personal las condicionó. Enclaustradas en conventos, arrastraban unas vidas prudentes, alejadas del ruido del mundo. Su presencia pasó más desapercibida, aunque, curiosamente, de entre ellas salieron las más conocidas, como Santa Teresa de Jesús, patrona de España y atacada por Francisco de Quevedo, un gran misógino, y sor Juan Inés de la Cruz. La clausura les arrebató a muchas de ellas la celebridad que se merecían, pero también es cierto que, por otro lado, les proporcionó el ambiente adecuado para adquirir conocimientos, educación y, sobre todo, tiempo y calma suficientes para su escritura.
Una aventura de monjas
También existían inconvenientes, por supuesto. Estaba la censura eclesiástica y el confesor que las animaba a destruir lo que creaban en la soledad para evitar que incurrieran en pecado. De este ámbito monástico procede una historia que durante años ha permanecido perdida. Un texto escrito por unas hermanas que relatan su aventura desde Madrid a Lima. «Eran unas monjas capuchinas que decidieron ir allí. Aquí se cuenta su traslado. Es una crónica de colonización que demuestra que ellas también escribían. Es una obra estupenda, porque está llena de aventuras. Nos cuesta imaginarnos a muchas mujeres en las circunstancias que ellas vivieron, así que imagina a unas monjas. Ellas relatan cómo las secuestran unos piratas y confiesan su temor a perder la virginidad. Una de ellas descubre que tiene cáncer de mama. Es una enfermedad muy femenina y aquí tenemos una de las primeras noticias sobre ella. También podemos comprender el efecto físico y psicológico que este mal ejercía sobre ellas», explica Ana Rodríguez.
En el lado opuesto están las mujeres que han renunciado a tomar el hábito y que viven en la intemperie de la vida cotidiana, al albur de la suerte o lo que traiga el destino. La más conocida es María de Zayas, un carácter valiente, sin temores, que denunció la violencia de las mujeres maltratadas y el confinamiento en los hogares que padecían. Cuando describe la violencia el lector no puede evitar estremecerse», aclara Ana Rodríguez. Ella misma cuenta cómo existía cierta conciencia entre las mujeres, cómo se relacionaban y apoyaban en una sociedad donde la misoginia resultaba una moneda corriente. Muchos de sus colegas, como Lope de Vega, las respetaban y las alababan, pero también había otros que se reían de ellas y escribían versos sobre sus defectos, algo que es muy hispano. Quien resultó un caso de valentía fue Catalina de Erauso, «el primer caso de una identidad trans», en palabras de Ana Rodríguez. Ella decidió tomar la carrera de armas, disfrazarse de hombre y enrolarse en el ejército. La sorprendieron, la perdonaron la condena y la permitieron que llevara ropajes masculinos. Un logro en un tiempo duro y sin demasiadas mercedes hacia ellas, más allá del cortejo.