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De santo a rey: ¿Quién es el joven caballero que restaura el Thyssen?

El lienzo fue pintado por Vittore Carpaccio hacia 1505 y es una pieza maestra. La sala 11 acoge a vista del público la limpieza de una de sus obras más emblemáticas y cuya identificación sigue siendo un misterio.

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Sobre las diez de la mañana Susana Pérez y Alejandra Martos, con su bata blanca cada una y enfundadas su manos en unos guantes que son como una segunda piel se ponen manos a la obra. Ambas son restauradores del Museo Thyssen-Bornemisza. Van a sacar los colores a una de las obras más emblemáticas de la colección del barón, el bellísimo retrato de cuerpo entero, toda una rareza para el siglo XVI, de un caballero sobre cuya identidad se ha especulado durante siglos.
El cuadro, que es una de las piezas emblemáticas del centro, se va a someter a un proceso de restauración, una limpieza en profundidad que quitará los sucesivos repintes que lleva a la espalda. La novedad es que el trabajo se hará a la vista del público, pues las dos expertas están separadas de los visitantes por una mampara de cristal que permite ver cómo progresan cada día. Al otro lado una larga mesa, un caballete ahora vacío, dos trípodes con focos, una pantalla que va desvelando áreas del cuadro...
¿Quién es en realidad este joven caballero? Las incógnitas sobre la identidad del retratado se han sucedido en el tiempo. Según se recoge en la ficha que acompaña a la obra Helen Comstock propuso que se traban de un mimebro de la orden del Armiño, pues la divisa que aparece en la obra “Malo mori quam foedari (Antes morir que ser deshonrado) era la de la citada orden, a la que se acompaña de una representación del animal. En 1983 es Agathe Rona quien sigue con esa línea y la afianza yendo un paso más allá: se trata de un retrato de Fernando II de Aragón, pues la orden del Armiño había estado vinculada con la rama napolitana de la casa de Aragón.
Los colores del jinete
Sin embargo, hay más tesis. Años antes, año 1963, es Weiss quien señala al caballero como el tercer duque de Urbino, Francesco Maria della Rovere, tesís que ha sido la más aceptada y que sería asumida también por Rosembaum, “quien puso a Francesco Maria en correlación con el paisaje a través de la lectura simbólica de varios de sus componentes. De todos modos, esta identificación está lejos de ser concluyente”, escribe Mar Borobia. Della Rovere era un condottiero del Renacimiento con una agitada vida y a quien inmortalizó el propio Rafael en un retrato de medio cuerpo, “Retrato de joven con manzana” (1504), que recuerda en el rostro a este de Carpaccio. Teorías anteriores relacionaban directamente al joven ataviado para la batalla con San Eustaquio, basándose en el ciervo que hay junto al lago, animal directamente vinculado a su conversión (fue un general romano) al cristianismo.
Pero seguimos: puede tratarse también de un príncipe perteneciente a la casa de Habsburgo, Antonio de Montefeltro, un militar al servicio de la Señoría o incluso Rolando de Ragusa. Aunque el enigma está lejos de acabar aquí: ¿No podría tratarse de un caballero que deseara retratarse con hechuras militares, lo que viene siendo el posado de cuerpo entero de un cliente? Los expertos no descartan esta teoría y la asocian con una imagen póstuma de carácter funerario. Incluso podría tratarse de capitán veneciano Marco Gabriel, extremos que sostiene Augusto Gentili y que sustenta en los colores negro y oro de la indumentaria del jinete que se ve al fondo del cuadro, el calzado y la vaina de la espada que presenta el escudo de los Gabriel, una familia patricia de la ciudad de Venecia.
No es la primera vez que el museo que dirige Guillermo Solana se enfrenta a un reto de este calibre, pues la primera vez fue un Tintoretto, “El paraíso”, en 2012, el que recobró poco a poco la luz a ojos vista del público. “Joven caballero en un paisaje”, firmado por Vittore Carpaccio hacia 1505 es una pieza con una historión a la espalda, pero vayamos por partes.
Llegar a l sala 11 y ver al protagonista de la obra tumbado y sin un cabello fuera de su sitio es llamativo. ¿Por qué el cuadro está tumbado sobre una larga mesa?. Es la pregunta que, por lógica, cualquiera que se acerque a la sala se cuestionará. La respuesta es sencilla: “Está colocado en horizontal porque empezados nuestra tarea por el soporte y estabilizando la tela. En los bordes hay desgarros que será necesario cubrir. Cuando tú ves la obra colgada en la pared con su marco te parece que está estupenda, pero ha vivido mucho. Reforzaremos las esquinas. Por ahí hemos empezado. Esta es la primera etapa”, explica Susana Pérez. Una labor tan importante como la que es más visual, la limpieza de las resinas oxidadas, esa que le devolverá luz y brillo.
Cuidado con el rostro
¿Dónde se apreciará mejor la limpieza? Responde la restauradora que en el cielo se verá bien, en el rostro del caballero, por ejemplo. Y cada uno de los pasos irá documentado. “La obra ganará sin duda en profundidad y en definición, pues ahora, aunque no se perciba a simple vista, la vemos con un filtro amarillento que lo unifica todo”, añade.
La obra estuvo atribuida a Durero hasta 1919. Un “cartellino”a la derecha del caballero descubrió posteriormente la firma de quien la había pintado: “Victor Carpathius. Finxit. M. D. X.”. Procede de la colección Vernon-Wentworth, en Yorkshire, donde permaneció precisamente hasta 1919, año en que fue vendida en Christie’s. Después engrosó la colección del norteamericano Otto H. Kahn y fue en 1935 cuando el barón Heinrich Thyssen la hizo suya en una subasta. La primera vez que se limpió fue en 1958 y todo el proceso quedó documentado en la monografía que sobre el artista se publicó en 1962. La obra formará parte de una exposición que se dedicará a Carpaccio en la National Gallery de Washington “por eso deberá lucir lo mejor posible”, señala Susana Pérez.
Estar expuestas, a la vista del público no debe ser tarea fácil para ambas restauradoras. Así lo explican. “Nos cuesta, pero entendemos que se trata de otra forma de ver las obras en directo y de aproximarlas al visitante. Y la verdad es que añade un plus de presión, aunque nosotras hacemos un ejercicio de concentración. Nos metemos tan de lleno en la obra que se nos olvida el mundo que nos rodea. Es un trabajo para el que se requiere máxima concentración y es muy minucioso, laborioso”.
Pérez añade que “Joven caballero ante un paisaje”, además de ser una obra maestra, es bastante compleja que se ha intervenido en numerosas ocasiones. Es un cuadro lleno, repleto de motivos, de personajes, de animales, de plantas, de ahí que el estudio que se publique junto a la restauración física del cuadro va a permitir arrojar luz sobre algunas zonas oscuras de este inmenso óleo. “Podemos encontrarnos con que hay diferentes barnices, tanto naturales como artificiales. Sí hay zonas repintadas que cubren una parte del original y comprobaremos si ha habido añadidos”, asegura. El trabajo se desarrollará por áreas y cuadrantes y estará documentado al milímetro: “Lo vamos a estudiar antes, durante y después”, cierra Pérez para que no quede la menor duda.
¿Cuál será la parte más complicada a la hora de la limpieza? “El rostro es especialmente delicado”, responde la restauradora sin dudarlo. El cuadro, como decíamos, está lleno de elementos. “No es un fondo neutro, como puede ser el de ‘’La Gioconda’’, por poner un ejemplo, y eso hace que el trabajo sea aún más complejo. Y con la cara del joven caballero tendremos el triple de cuidado. Es lo que el ojo ve primero”.
Antes de acometer el trabajo de limpieza la obra ha sido previamente radiografiada y sometida a un proceso de rayos ultravioletas, que han permitido detallar aún más la pintura y desvelar los “arrepentimientos” de Carpaccio, que haberlos, los hubo. ¿Dónde? Susana Pérez que hay figuras subyacentes que quedaron tapadas. Simplemente el artista cambió de idea y animales que ahora en la tela se ocultaron y que en un principio pensó destacar Carpaccio o incluso arquitecturas que se decidió cubrir.
La gente se arracima y abre mucho los ojos, curiosa. Seguro que se les ocurren montones de preguntas que hacer a ambas expertas. “Madre mía, es una enorme responsabilidad, pero no podemos negar que es un proyecto tan interesante como apasionante, pues esta pieza forma parte del patrimonio de la humanidad”. Y así, cada día, el joven caballero de melena corta irá recobrando su estado original. Será poco a poco, centímetro a centímetro. No esperan, dicen, toparse con una sorpresa similar a la del tan comentado rostro del Cordero Místico, cuya restauración ha permitido conocer la primitiva cara “humanizada” con la que Jan y Hubert van Eyck lo concibieron y que las sucesivas intervenciones fueron transformando.
La iluminación, clave
Tanto Alejandra como Susana aseguran que les gustaría estar “muchísimo tiempo” delante de al obra. Toda la restauración va a ser “en directo”. Y las mañanas las van a dedicar a trabajar codo con codo con el caballero. Estar expuestas choca radicalmente con lo que es su método de trabajo diario. Ahora están en la sala 11, separadas del público por una mampara, pero no es su hábitat natural. “En nuestro despacho tenemos todo a la mano y aquí, cuando necesitamos algo, hemos de recorrer medio museo”, dice. Después está el tema de la luz, de capital importancia. En su departamento trabajan con luz natural. En este nuevo emplazamiento lo hacen con iluminación artificial, “aunque en el techo hay un lucernario que nos da una claridad distinta”, añade, aunque subraya lo diferente que es trabajar así. “La luz con la que estamos trabajando ahora es la definitiva con la que se verá la obra expuesta en la pared”, comenta Pérez.

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