
Astronomía
Científicos tienen una nueva teoría sobre el origen de las pirámides y su localización
Las Pirámides de Guiza están perfectamente alineadas con los puntos cardinales, pese a que se construyeran hace más de 4.500 años
Las Pirámides de Egipto, en especial las ubicadas en la meseta de Guiza, son un símbolo universal de la arquitectura antigua y un testimonio del ingenio humano. Estas estructuras monumentales, erigidas por los faraones Keops, Kefrén y Micerino, han sido objeto de admiración y misterio durante siglos. A pesar de las innumerables teorías que rodean su construcción, la respuesta a quién las levantó y cómo se lograron orientar sigue siendo tan imprecisa como fascinante.
Las Pirámides de Guiza son las únicas en Egipto que están perfectamente alineadas con los puntos cardinales, un detalle que aún intriga a los expertos. Aunque en la Necrópolis de Dahshur se encuentran otras estructuras de características similares, estas tienen un margen de error mayor. Esta extraordinaria precisión sugiere que los constructores poseían un conocimiento avanzado en astronomía y herramientas especializadas para la época.
El material utilizado también evidencia la destreza de los antiguos egipcios. Las piedras calizas extraídas de las canteras cercanas a Guiza formaron el núcleo de las pirámides, mientras que una caliza de calidad superior, obtenida de Tura, se empleó para su revestimiento exterior. En el caso del granito, material usado en los accesos y las cámaras funerarias, era transportado desde Asuán, a cientos de kilómetros de distancia. Este nivel de detalle y planificación subraya el esfuerzo titánico detrás de estas construcciones.
El cielo como guía
La orientación de estas imponentes edificaciones hacia los puntos cardinales sigue siendo un tema de debate. ¿Cómo lograron orientarlas hace más de 4500 años de esta manera? Una de las teorías más aceptadas es el uso del gnomon, una varilla que se clavaba en el suelo para que proyectara sombras. Con esta proyección trazaban un arco con las marcas: tomaban una cadena que se ataba al gnomon y se utilizaba esta para trazar un círculo a su alrededor dando como resultado los puntos cardinales, los dos puntos en los que el círculo y el arco se interseccionaban. Estos puntos se convertían en las esquinas de las pirámides.
Otra hipótesis, más especulativa que científicamente comprobada, apunta a que los antiguos egipcios se guiaron por las estrellas. La constelación de Orión, asociada con el dios Osiris, el dios del renacimiento y la otra vida de los antiguos egipcios. Según la llamada “teoría de la correlación de Orión”, las tres pirámides principales están alineadas con sus estrellas extremas hacia Sirio (Isis-Sothis) y Aldebarán, replicando su disposición en el cielo de hace 12.000 años.
Una puerta a las estrellas
El simbolismo detrás de las pirámides no se limita a su alineación con Orión. La Vía Láctea, que además coincide en la disposición con el río Nilo, vista por los egipcios como un río cósmico que las almas debían cruzar para alcanzar el más allá, también se relaciona con estas construcciones. Esto refuerza la idea de que las pirámides no sólo eran tumbas para los faraones, sino portales hacia la eternidad.
La posición de estos monumentos, su relación con las estrellas y su asociación con la muerte reflejan la profunda conexión de los antiguos egipcios con el cosmos y su visión de la vida después de la muerte.
A pesar de los avances tecnológicos y los descubrimientos arqueológicos, las pirámides siguen siendo un enigma. Sin embargo, algo es claro: su construcción no fue obra de extraterrestres ni de misteriosas civilizaciones perdidas, que sepamos; sino de los antiguos egipcios, quienes combinaron conocimientos científicos, fuerza laboral organizada y un propósito espiritual para crear estas maravillas.
En última instancia, las pirámides son un testimonio eterno de la capacidad humana para superar desafíos y dejar un legado que trasciende el tiempo. Su perfección arquitectónica y su profundo simbolismo continúan fascinando al mundo, recordándonos lo mucho que aún queda por aprender de nuestras propias raíces.
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