Memoria literaria

Ramón Prieto y Romero, en busca de un autor injustamente olvidado

Andrew A. Anderson firma el rescate de la vida y la obra de un autor que renunció a la vida acomodada por la literatura

Un mecanoscrito original de Prieto y Romero
Un mecanoscrito original de Prieto y RomeroCatálogo Patrimonial

Hay veces que nos olvidamos de algunos de los escritores que han forjado lo mejor de las letras. En ocasiones esto ocurre por culpa de ellos mismos al disfrazarse de cierto malditismo, de dibujarse como bohemios. Claro, luego pasa lo que pasa y es que quedan ignorados, salvo para algunos bibliófilos que ven en esas primeras ediciones joyas, obras de culto.

El profesor Andrew A. Anderson acaba de rescatar del ostracismo a uno de esos malditos, a uno de esos silenciados que deben ser leídos. Se llamaba Ramón Prieto y Romero y han tenido que pasar cien años para que podamos leer los versos que él escribió. Eso es lo que encontramos en «Alas», editado por Ediciones la Palma. Es una gran oportunidad para acercarnos a un autor que merece estar en las antologías con lo mejor de la lírica española de las primeras décadas del siglo pasado.

Anderson ha llevado a cabo una labor detectivesca, algo habitual en este especialista en autores como Federico García Lorca. En esta ocasión reconstruye una biografía y una obra que busca lectores. Empecemos por el principio y este es saber de quién hablamos. Nacido en Madrid en 1889, Ramón Prieto y Romero, se sabe que era hijo del propietario de un almacén de maderas. Tampoco se tiene mucha noticia de sus estudios, salvo que asistió al instituto Cardenal Cisneros donde recibió el título de bachiller en el verano de 1904. Tampoco hay mucho rastro de los trabajos que pudo tener a lo largo de su breve vida.

Durante la década de los diez, empezó a hacerse un hueco en el mundo de las letras, concretamente en el periódico republicano «El País». También fue uno de los contertulios en las reuniones de otro autor de referencia en ese tiempo como era el imprescindible Emilio Carrere en el café Varela.

Se sabe que el estreno de nuestro hombre en letra impresa llegó el 10 de julio de 1915 en «La Tribuna» con una composición titulada «Cancionero. Canción de esperanza», iniciando de esta manera una serie de colaboraciones en este medio y pasando por otros con sus versos.

Prieto también aparece citado en algunos libros de contemporáneos, como «Pombo» de Ramón Gómez de la Serna o «La novela de un literato» de Cansinos Assens. Pero el escritor que influiría de manera importante en Prieto y Romero vino del otro lado del océano porque fue el chileno Vicente Huidobro quien aterrizó en Madrid en julio de 1918, repleto de la influencia de la vanguardia parisina. Buena prueba de ello es la correspondencia que mantienen, como esta carta en la que el madrileño le afirmaba que «Querido Vicente: ¡Me ha creado Vd. un problema espantoso! Nunca he estado más desorientado que ahora en lo que al arte se refiere. La antigua manera de hacer que yo tenía, me parece abominable, y desde luego, no estoy dispuesto a emplearla más; pero es el caso, que para seguir por este nuevo camino, me encuentro falto de fuerzas, y tengo un miedo enorme, a que estas cosas que ahora estoy haciendo, no sean más que una sugestión; mejor dicho, un reflejo de los versos de Vd. que son los únicos que yo conozco de esta tendencia». El poeta se acercó al movimiento ultraísta, aunque sin integrarse totalmente en sus filas.

Un trágico suceso, la muerte de su hijo, marcó profundamente su destino, llevando al escritor hacia el alcoholismo, hacia una vida entregada a la bohemia. Así lo recordaba Cansinos en sus memorias: «Prieto Romero, el amigo de Puche, ha caído en la horrible bohemia de los hampones. Ya no publica en los periódicos, ni se atreve a presentarse en el café, porque los camareros lo echan. Nos lo encontramos vagando por la Puerta del Sol, desharrapado, con una chaqueta hecha jirones y casi descalzo. Nos pide un cigarro o unas perras para refugiarse en una tasca y dormitar allí, en un rincón, un sueño turbado por las picadas de los piojos. Habla con incoherencia, más de loco que de borracho, en unos términos misteriosos, amenazantes y proféticos».

Su muerte injustamente prematura tuvo lugar en 1933, en el Parque de los Mendigos., siendo su profesión, según el certificado de defunción, precisamente la de mendigo. Falleció como consecuencia de una vida que al final estuvo dedicada a beber. Dejaba tras de sí un puñado de versos que han permanecido ocultos hasta hace poco, hasta que Anderson los ha llevado a imprenta y les ha dado alas. Surge de aquí un autor que en un primer momento apostó por el modernismo, como buena parte de sus contemporáneos, pero optó por la ruptura de la vanguardia. Algunas de estas composiciones son de una indiscutible excelencia, como es el caso del poema «Versos de media noche» en el que escribe: «Mañana/ resucitará el Sol./ Mañana/ olvidaré de nuevo mi canción./ Mañana/volveré a no encontrarme/ yo».

Es también el caso de un breve poema, «La duda», que es toda una declaración de principios: «¡Qué desconcierto/ en el espejo,/ sin saber dónde está mi ruta/ y sabiéndolo!»

Ramón Prieto y Romero está condenado a ser un clásico.