Centenario de un clásico
Josep Coll, el mito del cómic cumple cien años
Una exposición reivindica a uno de los indiscutibles grandes nombres de la mítica revista «TBO»
Hay centenarios que no deberían pasar desapercibidos porque nos ayudan a reivindicar figuras fundamentales en el terreno de la cultura. Eso es algo que podemos llevar al mundo del cómic, a veces considerado injustamente como algo menor. Pero tan importante es que este año soplemos las cien velas del aniversario de Antoni Tàpies como las de Josep Coll. Y ustedes se preguntarán quién es este último nombre. Probablemente no les suene, pero estamos hablando de uno de los más grandes dibujantes que ha dado el cómic en Cataluña, algo que durante muchos años pudieron constatar aquellos que se acercaban a las páginas de la revista «TBO». Su inevitable trazo y su manera de entender la página en blanco como si se tratara de una película de cine mudo, con un humor cercano a Buster Keaton o Jacques Tati, hacen de Coll un autor inolvidable.
Ayer el Centre Cultural Urgell, en Barcelona, inauguró una exposición que sirve para reivindicar y rescatar al artista a través de una selección de obras originales, así como reproducciones con su inigualable estilo cómico. La muestra «Coll cumple 100 años. Exposición sin palabras», comisariada por Luis Garbayo, podrá verse en la sala de exposiciones Teresa Pàmies de dicha entidad hasta el próximo 24 de octubre.
Esta propuesta se completa en el mismo espacio con un taller de dibujo humorístico, que se celebrará el 19 de octubre y que estará dirigido por Sergi Moreso en el marco del festival Barcelona Dibuixa. Seis días más tarde se acogerá la presentación del libro en homenaje a Coll que ha editado Norma Editorial.
Nuestro protagonista, probablemente nacido el 11 de febrero de 1924 –hay alguna controversia sobre la fecha exacta– procedía de una barcelonesa familia humilde, lo que le hizo empezar a trabajar con solo doce años en una cantera, algo que compaginó con sus estudios en la Escuela Industrial y en la Escuela de Artes y Oficios, ambas en la capital catalana.
A finales de los años cuarenta, Josep Coll empezó a realizar sus primeras páginas para la revista «TBO» donde publicará buena parte de su producción, formando parte de una escudería de dibujantes irrepetible formada por autores como Benejam, Muntañola, Blanco, Sabatés, Bernet o Escobar, entre muchos otros. Será allí donde Coll demostró su gran talento, su expresiva línea clara y un envidiable uso de la gesticulación en el dibujo. Es algo que, además del «TBO», también llevó a otras publicaciones como «Álex», «La Risa», «L’Infantil» o «Tururut!». Sus viñetas pasaron a ser indispensables en «TBO», como lo eran algunas de las series más recordadas con las que compartía espacio, es decir, La Familia Ulises, de Benejam, Josechu el Vasco, de Muntañola, o Los inventos del TBO, de Sabatés.
Sin embargo, el mundo de la historieta, especialmente en «TBO», vivió momentos de crisis lo que hizo que Josep Coll tuviera que abandonar el dibujo para dedicarse a la albañilería, con alguna colaboración esporádica en el terreno del cómic. Tampoco ayudó no encontrar vías para poder adentrarse en el mercado internacional con sus creaciones. Hablamos de un tiempo en el que, además, una profesión como la de dibujante de tebeos no tenía ningún tipo de consideración. Coll lo tuvo muy complicado en aquellos tiempos.
Pese a todo esto, en 1981, el noveno arte volvió a llamar a su puerta, en esta ocasión de la mano del editor Joan Navarro y el librero Albert Mestres, responsables de una primera antología con sus dibujos que apareció en 1984 bajo el título «De Coll a Coll». A la vez, el artista siguió participando en varias publicaciones, como «Primeras Noticias», «Balalaika» y «El Cairo». El nombre de Josep Coll volvía a sonar y los lectores regresaban al trabajo de un maestro indiscutible. Al mismo tiempo, en las librerías podían encontrarse todavía algunas recopilaciones de sus páginas procedentes de «TBO».
En ese mismo 1984, Coll recibió la única distinción que se le otorgó en vida: el Premio Club de Amigos de la Historieta. Por desgracia ese año, concretamente el 14 de julio, decidió acabar con su vida víctima de una profunda depresión. Tenía 61 años.
En los últimos años se ha conocido un renacimiento alrededor de Josep Coll hasta el punto que sus originales son hoy cotizadas piezas de culto por coleccionistas del cómic. Tras su muerte, Ediciones B, en aquel momento un sello del Grupo Z que se alimentaba en parte del catálogo de la ya desparecida Editorial Bruguera, decidió resucitar la revista «TBO», aunque con desigual fortuna. Además de incorporar nuevas firmas, no dudó en rescatar algunas de las mejores colaboraciones de Coll, buena muestra de que ese tipo de humor no había envejecido y merecía ser conocido por las nuevas generaciones de lectores.
Hoy Josep Coll es un sinónimo de cómic de culto, de humor blanco e inteligente, de aprovechar la viñeta hasta el último detalle, compartiendo comicidad con los lectores. Celebrando su centenario estamos también conmemorando lo mejor que ha dado el noveno arte en Cataluña. Tal vez hubiera sido sensato dedicar un año monográfico, por parte de la autoridad competente, a Josep Coll con exposición en algún museo nacional. No ha sido así, pero bien vale la pena acercarse al Centre Cultural Urgell.
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