Murcia
400 kilómetros a pie por torear en Las Ventas
Casi 400 kilómetros recorrió a pie Juan Belda. Uno a uno. El objetivo era reclamar y lograr una oportunidad para poder torear en Madrid y confirmar su alternativa. Y presentarse, pues tampoco de novillero pudo actuar en la primera plaza del mundo. Ante su anhelo, el torero murciano decidió seguir la carretera Nacional-301, que une Murcia y Madrid. «La idea fue pensada y hecha», asegura Belda. «Mi apoderado –Carlos Sánchez– me comentó que este año estaba complicado torear en Madrid y decidí emprender el viaje», explica el murciano.
La aventura no le aseguraba un final feliz, pero dicen que la esperanza es lo último que se pierde. Y es que Juan Belda inició los primeros pasos hacia Las Ventas con la seguridad de conseguir el contrato: «Sinceramente pensé que iba a tener recompensa a todo este esfuerzo; además, los kilómetros cada vez se hacían más largos, los días más calurosos y las horas más intensas, pero me daba fuerzas sentir el apoyo de la prensa, de los aficionados y la idea de la con un contrato debajo del brazo», confiesa Belda. Pero no fue así.
«Sinceramente, es una lástima; después de andar 392 kilómetros volví desmoralizado a Murcia; pero me quedo con el apoyo de todos medios, de la gran repercusión que ha tenido mi iniciativa, tanto a nivel taurino como no taurino, y con el respaldo de compañeros –Pepín Liria, Rafaelillo, Padilla, El Fandi– y aficionados», destaca Belda.
La temporada en Las Ventas está casi rematada, por lo que a corridas de toros se refiere, y Juan Belda no tiene espacio en este 2013. No obstante, la empresa deja una puerta abierta: «Desde Taurodelta me dijeron que en enero de 2014 volviéramos a insistir, pero que a Madrid hay que ir con un buen currículum de matador», aclara el diestro. Y ese historial se logra toreando; pero para torear hacen falta contratos. La decisión de la empresa le dolió, pues cree que «faltó sensibilidad», pero entiende los argumentos que propusieron el pasado 4 de julio en los despachos de Madrid. «Había muchos toreros en mi situación y, si me daban la oportunidad, cabía la posibilidad de que salieran de su pueblo doscientos toreros en busca de lo mismo que me hubieran dado a mí y no puede ser», reconoce.
Los primeros pasos que Juan Belda creyó oportunos para entrar en Madrid ya están dados. El camino que toca ahora recorrer es conocido por el torero: la lucha diaria. «Toda mi vida está dedicada al mundo del toro, al entrenamiento y a aprovechar todas las oportunidades que llegan, aunque sean pocas». Y si una de esas fuera Madrid.... «Me jugaría la vida, tiraría la moneda a cara o cruz, ya que Las Ventas es un trampolín hacia las demás feria... Sé que cuando toree en Madrid va a pasar algo grande, Las Ventas tiene tres puertas y entraré por la de cuadrillas pero saldré por la Puerta Grande o por la de la enfermería; ésas son las opciones». Lo tiene claro como su concepto del toreo: «Me considero un torero humilde pero capaz, con buen manejo de la espada y me gusta pasarme los toros muy cerca, pues la sensación de sentir los pitones en los muslos es lo que transmite y llega al tendido».
Quedan meses para tocar de nuevo las puertas de la catedral del toreo y si, en esa ocasión, no responden, tiene intención de declararse «en huelga de hambre o hacer algo llamativo para que al final me hagan caso». Pero de momento, queda seguir viviendo en el banquillo. Del toro no puede vivir. Tomó la alternativa en 2008, en Murcia, con 19 años y se quedó parado. Así, los inviernos trabaja de albañil y, los veranos, recoge fruta en el campo. Pero sigue soñando el toreo. Su mayor ilusión, vivir de su pasión. Porque a pesar de las dificultades, su amor hacia la tauromaquia «es para siempre».
Siguiendo la figura del maletilla
La aventura emprendida por Juan Belda recoge el testigo hoy en día casi en el cajón del olvido –apenas la figura de Conrado, un habitual en los últimos años de las plazas y capeas charras– de los maletillas. Aquellos jóvenes que, decadas atrás, dejaban atrás su casa y familia para lanzarse, cargados de sueños y de sus útiles de torear –bien pertrechados en su hatillo– a las puertas de las plazas y las ganaderías en pos de una oportunidad para lograr la gloria de los triunfos en el ruedo.
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