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«Pobre diablo»: Apocalipsis chanante

HBOMax estrena su nueva serie de animación para adultos, creada por Joaquín Reyes, Miguel Esteban y Ernesto Sevilla

Stan (dcha.), al que pone voz Joaquín Reyes, dispone de 30 días para desatar el Apocalipsis en la Tierra
Stan (dcha.), al que pone voz Joaquín Reyes, dispone de 30 días para desatar el Apocalipsis en la TierraHBO Max

El término puede llevar a engaño. La «animación para adultos», ese género socarrón que se fraguó en los noventa pero que no encontró su público hasta la explosión de formatos contenedor como «Adult Swim» en la televisión americana, se ha convertido en refugio de vanguardia, en método de exploración —casi siempre desde la comedia— para los creadores más originales de nuestro tiempo. Así nació la alabada "Rick y Morty" (cuando todavía tenía alma), "Bojack Horseman" o, más recientemente, "Invincible" adaptando un cómic. No se trata de pervertir el medio, ni siquiera de subvertirlo, colgándole un cigarro a Mickey Mouse, sino de utilizar la deformación de la caricatura a nivel textual y también subtextual. No hay lugar en la ficción que permita ser más «adulto» que la animación, puesto que la libertad es máxima. Por supuesto, los chistes de droga y sexo ayudan, pero si el núcleo es bueno, eso será lo de menos.

De manera incomprensible, ese mismo fenómeno que en nuestro país nació como estrictamente virtual (hay que remontarse a los tiempos de «Cálico Electrónico»), no había contado con el presupuesto suficiente como para mirar de tú a tú a las obras citadas. Apostando por la producción propia, HBOMax se ha decidido por fin a sacarle brillo al «underground» y, ¿por qué no contar para ello con quienes llevan haciéndolo, a su manera, durante más de dos décadas? Así nos llega la nueva «Pobre diablo», creada por los chanantes Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla, y por Miguel Esteban, responsable también de la brillante «El fin de la comedia», junto a Ignatius Farray.

Ayudas demoníacas

Los sajones lo llaman un «match made in heaven» (emparejamiento celestial), pero el «arrejuntamiento picueto» de mentes para la primera gran serie de animación adulta española era una cuestión de tiempo. Después de llenar de sketches animados «La hora chanante» («Súper Ñoño»), «Muchachada Nui» («Los Klamstein») o «Museo Coconut» («Maricón y Tontico»), la tropa manchega nos transporta hasta el Nueva York de nuestros días para presentarnos a Stan, hijo de Satanás y, por tanto, único responsable de desatar el Fin de los Días en la tierra. Cumplidos los 665 meses de vida, y al más puro estilo «Little Nicky» (2000), Stan contará con varias ayudas demoníacas para cumplir un cometido que, como alma pura, no le termina de convencer como propio.

El viaje de descubrimiento, que se apoya de manera explícita en «La semilla del diablo» (1968), pero que no se arruga a la hora de dialogar con «El día de la Bestia» (1995) o «El abogado del diablo» (1997), es en realidad la excusa de Reyes y compañía para ensayar sobre los males de nuestra era. A la sazón, la adicción a la tecnología, el fin del machismo hegemónico, el calentamiento global o, incluso, la aparición «orgullosa» de los célibes involuntarios, materia a la que «Pobre diablo» dedica uno de sus mejores capítulos. La crítica, que es política, es social y es ética, sin caer en moralismos baratos y siempre primando la carcajada por encima de cualquier relato o regate, funciona siempre, aterriza como comentario inteligente y, de paso, nos convence de que el Apocalipsis igual no es tan mal plan tal y como están las cosas.

Si al grueso del guion, capaz de nadar en humor negro y, sin embargo, regalar hasta momentos románticos, se le suman las voces del citado Farray, sus creadores, o Verónica Forqué —en su último papel, y con el personaje más tierno de la serie—, la serie ya es brillante y merecedora de todos los halagos, pero es que, además, y como sabrán los conocedores de «Me llaman conejo», la nueva «Pobre diablo» añade un valor musical extraordinario. Y es que cada capítulo cuenta con su propio interludio lírico, en una escalada que termina con un capítulo final apoteósico en el sentido musical. Quizá es hora de replantearnos a quién rezarle realmente.