Suecia

Violadores, un cara o cruz

Alejandro Martínez Singul, durante la vista del juicio celebrado contra él por una presunta agresión sexual a dos mujeres
Alejandro Martínez Singul, durante la vista del juicio celebrado contra él por una presunta agresión sexual a dos mujereslarazon

Hay un 50% de probabilidades de que un reincidente vuelva a abusar de una mujer y la castración química no garantiza su rehabilitación una vez puestos en libertad.

Tres años desde su última condena y al menos diez violaciones después, Alejandro Martínez Singul ya está en la calle. Su historial es de los que generan alarma social: condenado en 1993 a 65 años años de cárcel por una decena de agresiones, el conocido como «segundo violador del Eixample» fue puesto en libertad en 2007 sin que se le considerara rehabilitado; en 2008 fue detenido tras exhibirse desnudo ante una escolar; por último, fue castigado de nuevo en 2010 a tres años tras intentar violar a una menor. Su reciente puesta en libertad ha estado condicionada por el tratamiento que ha seguido para el control de la agresividad sexual en prisión. Concretamente, se ha acogido al programa de tratamiento farmacológico como coadyuvante al delito de agresión sexual. Dicho con otras palabras: la castración química. Desde hace meses, Martínez Singul toma fármacos que inhiben sus deseos sexuales y sigue terapia psicológica. Ahora bien, teniendo en cuenta sus antecedentes, ¿podemos asegurar que no sigue siendo un peligro?

«¿Se están haciendo tratamientos en cárceles de violadores en serie? Sí. ¿Se produce una mejoría? Sí. ¿Es una mejora significativa? Creo que no», explica Javier Urra, psicólogo forense que ha tenido la oportunidad de tratar a agresores como Singul. «La mejora puede quedarse en un 50% de riesgo de reincidencia. Es un cara o cruz. Y la sociedad no lo puede asimilar», añade.

Salvo que quede registrado en la sentencia, terapias como a la que se ha sometido Martínez Singul son voluntarias. Apenas existen estadísticas oficiales sobre el porcentaje de presos que se acogen a este tipo de medidas. En 2008, Instituciones Penitenciarias estimaba que uno de cada diez presos condenado por agresión sexual se sometía a tratamiento. Más recientemente, la Generalitat catalana, pionera en el uso de la castración química voluntaria desde que se implantara en 2009, reconocía que ningún preso se había ofrecido voluntario. En lo que respecta a las terapias convencionales, fuentes de prisiones explican que algunas ocupan hasta tres días a la semana, realizadas a través de convenios con ONG y hospitales. ¿El objetivo? «Que el agresor reconozca el daño que ha causado», explican.

Juan Carlos Ruiz, director del Instituto Madrileño de Urología, explica que la castración química no deja de ser «el mismo tratamiento que se utiliza en pacientes que sufren cáncer de próstata». La medicación reduce prácticamente a cero los niveles de testosterona. «Desde el punto de vista del deseo sexual, deja al paciente K.O.», afirma. Con todo, Urra considera que el empleo de la palabra «castración» es «engañoso». «No es lesivo, ni le daña, ni atenta contra su dignidad... Es una medicación», dice. Y lo más importante en un caso como el que nos ocupa: «No es irreversible». Por ello, la «confianza en lo que se conoce como castración química es relativa: sólo sirve si va acompañado de terapia». El psiquiatra forense Lluis Borrás coincide en señalar que «no se puede garantizar al cien por cien que el violador no vuelva a agredir a alguien». Eso sí, «si ha aceptado someterse a la terapia, parece una garantía para salir en libertad». Borrás explica que en EE UU, Dinamarca y Suecia se utiliza este método, logrando que disminuyera la reincidencia.

«Donde da resultados esta práctica es en los casos de pederastia: en ese caso, lo que busca el agresor sí que es el deseo sexual. Pero estos violadores reincidentes no buscan tanto el placer como el dominio, la venganza... Nada puede evitar, por ejemplo, que puedan penetrar a una mujer con un objeto», opina Tina Alarcón, directora del Centro de Asistencia a Víctimas de Agresiones Sexuales (Cavas) de Madrid. Alarcón cree, además, que para algunos perfiles, como el del «violador del Eixample», los años de cárcel «no son suficientemente disuasorios».

Ladrones de dignidad

¿Y de qué tipo de agresores hablamos? Urra explica que tres de cada diez violadores dicen acordarse de las víctimas. Lo que deja un escalofriante 70% que asegura no acordarse en absoluto. «Por eso reinciden; creen que es algo puntual, anecdótico», afirma. Y es que «no hablamos de enfermos. Más bien son "ladrones de dignidad". A mí pueden gustarme mucho los coches, pero no los puedo robar porque tienen un dueño. Hay una barrera moral», dice el psicólogo. Así, estas personas «jamás reconocen los hechos, buscan eufemismos como: "Ella me sedujo"»; pueden mostrar un comportamiento excelente en la cárcel, pero «porque no cuentan allí con su objeto de deseo»; actúan en la misma zona, pues «no tienen percepción de que los van a detener»; y, en definitiva, son «patológicamente crónicos».

PRISIÓN PERMANENTE

Urra señala la importancia de un elemento como la prisión permanente revisable, recogido en el anteproyecto de reforma del Código Penal, y que establecerá un periodo de vigilancia posterior a la pena en casos de delitos de especial gravedad. «La sociedad entiende una sanción dilatada en el tiempo. Cuando cumplan su condena y salgan, que se sometan a un tratamiento, que lleven una pulsera de localización, que estén controlados por el juez de vigilancia penitenciaria. Con todas esas limitaciones, puede plantearse su libertad», afirma Urra.