Salud visual
Epidemia de miopía en el mundo:¿podemos hacer algo para detenerla?
En 2030, uno de cada 3 niños de entre 5 y 7 años en España la padecerá y, en 2050, se calcula que afectará a la mitad de la población mundial. Lo raro será ver bien
Somos cada vez más, vivimos en todos los rincones del planeta y el número de nuestros correligionarios no deja de crecer. Se nos reconoce a la legua, con nuestro ceño algo fruncido al mirar de lejos, nuestra tendencia a acercarnos a los objetos y nuestras gafas. Los miopes dominaremos el mundo.
Al menos eso parece a la luz de los últimos datos sobre la prevalencia global de esta condición oftalmológica. En 2020 el 30% de la población global tenía miopía. Para 2050 se espera que la mitad de los habitantes del planeta padezcan la disfunción por la que los rayos de luz refractados al entrar en el ojo convergen en un punto focal anterior a la retina, en lugar de hacerlo en su espacio correcto dentro de la retina. ´
Un trabajo reciente de la Universidad Complutense de Madrid asegura que en 2030 uno de cada 3 niños españoles de entre cinco y siete años padecerá esta patología. Dentro de medio siglo un ser humano "normal" será miope y parecerá excepcional tener una visión perfecta de la realidad sin necesidad de gafas, lentillas o tratamientos quirúrgicos.
A menos que la epidemia se detenga. De momento, los datos parecen indicar que no se va a detener fácilmente. Un análisis epidemiológico liderado por el Brien Holden Vision Institute de Sydney, ha puesto de manifiesto que está malformación ocular afecta ya sin distinción a todas las edades.
Hasta las últimas décadas del siglo XX, la miopía era una condición más prevalente entre personas de 10 a 39 años. En 2050 la distribución habrá crecido de manera similar en todas las franjas de edad.
El asunto no parece demasiado grave: al menos a "simple vista", la miopía es una patología benigna con la que puede vivirse con normalidad y que puede corregirse sin dificultades.
Aunque en algunos casos puede condicionar algo más nuestras vidas. Una persona con miopía magna (con 6 dioptrías o más) tiene 20 veces más probabilidades de sufrir un desprendimiento de retina. En un 1% de los casos la miopía puede derivar en una patología grave como la distrofia irreversible de la retina.
Por eso es importante conocer mejor hasta qué punto la evolución ahora imparable de la condición menos grave puede convertirse en un problema de salud a tener en cuenta en las próximas décadas.
Ser emétrope, lo raro
Se denomina ojo emétrope al que obtiene una visión perfecta del entorno. El órgano tiene la forma adecuada para que los rayos lumínicos procedentes del exterior se refracten y converjan justo sobre la retina. Así, el nervio óptico puede transmitir una imagen nítida del objeto vislumbrado.
Ser emétrope se va a convertir en un fenómeno extraño. Con el crecimiento, el ojo va cambiando sutilmente de forma, puede elongarse levemente y provocar que la convergencia de los rayos de luz se produzca antes de llegar a la retina. Eso es un ojo miope. Al contrario, si los rayos se unen más allá de la retina, estaríamos ante un ojo hipermétrope.
En las últimas décadas ha crecido la evidencia científica sobre las causas de estos cambios de morfología ocular que, básicamente son dos: la herencia genética y el impacto de las condiciones ambientales en la funcionalidad de nuestros ojos.
La herencia es importante, pero el auténtico despertar de la miopía en el mundo se ha producido por las condiciones de vida actuales en las que gozamos de cada vez menos oportunidades de contemplar objetos a gran distancia, al aire libre, lejos de la interrupción de paredes, edificios, pantallas…
Una muestra de ello ha sido el impacto de la covid en la salud visual del planeta.
Decenas de estudios en Asia y Europa han demostrado que los niños más pequeños que pasaron meses de confinamiento durante el periodo de desarrollo de su órgano visual han sido víctimas de un inusual aumento de los casos de miopía.
En Hong Kong, desde la pandemia se ha experimentado el doble de casos de miopía infantil que en cualquier periodo anterior.
En cualquier caso, antes de la pandemia la tendencia al crecimiento de la enfermedad ya era notoria. Todos los expertos coinciden en que el factor principal es el exceso de tiempo pasado en lugares cerrados y la ausencia de actividades al aire libre que permitan ejercitar el ojo para enfocar a largas distancias.
Se han realizado estudios randomizados en China e India que demuestran que una hora extra de juegos en la calle reduce considerablemente el riesgo de desarrollar miopía. "Deberíamos recetar a los niños, jugar en el parque una hora al día por obligación", ha llegado a decir el oftalmólogo de la Universidad de Belfast Nathan Gordon, en un artículo para la revista Nature.
Aulas con paredes de cristal
Por desgracia, el ritmo de la vida moderna no siempre lo permite.
Algunos expertos proponen alternativas terapéuticas eficaces. Por ejemplo, crear aulas para los más pequeños con las paredes de cristal, generar espacios de luz abierta alrededor de los colegios o proyectar imágenes de bosques y mares en las paredes de las clases para que, durante el tiempo escolar, los niños ejerciten de manera inconsciente la visión de lejos.
El problema es que todavía no tenemos evidencia científica real de qué es lo que produce la miopía: ¿la falta de visión de horizonte? ¿El sedentarismo? ¿La falta de luz en ambientes cerrados?...
Estudios con animales han apuntado a que la luz natural estimula algunos neurotransmisores que pueden ser beneficiosos para la visión. Pero otros trabajos creen que la ausencia de luz no es tan importante como la falta de espacios abiertos.
Las autoridades de Taiwán se encuentran entre las pocas del mundo que han podido doblar la curva de miopía en su población tras introducir en 2010 un programa llamado Tian-Tian 120, que obliga a las familias y centros educativos a reservar dos horas diarias de actividad fuera de casa.
Otros países, como Australia, están experimentando con programas de terapia con luz: se trata de ofrecer sesiones periódicas de emisión de luz azul (con unas gafas especiales) como método preventivo. Ninguna de estas herramientas está aún contrastada. Pero la ciencia sigue buscando las terapias para detener la que de momento parece la epidemia más imparable de la historia.
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