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Opinión
Cine, cine, cine
Hay una importante mayoría de público enganchado y hasta fascinado con las series que han emergido en los últimos tiempos y que poco a poco van sustituyendo a las películas de largometraje

Con lo mucho que nos meten el cine por los ojos, que es por donde directamente entra, ¡qué tontería!, por aquello de que, aunque hablemos de cine mudo, una imagen vale mil palabras –frase que a muchos escritores ha ofendido por razones obvias–, a veces tardamos en caer en la fascinación que los cinéfilos sienten al comenzar una película. Se ha frivolizado, quizá en exceso, por la inacabable sucesión de imágenes y posados de quienes dan vida a los protagonistas y gentes sobre quienes se cuenta una historia, quiero decir sobre quienes encarnan esos aconteceres que los guionistas y los directores pretenden relatarnos. Hay una importante mayoría de público que está enganchado y hasta fascinado con las series que nos ofrecen las distintas plataformas que han emergido en los últimos tiempos y que poco a poco van sustituyendo de forma sibilina a las películas de largo metraje. Grandes figuras de la gran pantalla las protagonizan, y es de mucha altura la calidad de las historias que proyectan. Pero quisiera referirme a una en concreto, The offer, que nos narra las idas y venidas del rodaje de la película El Padrino, los problemas derivados del presupuesto económico, la relación con los actores que la protagonizaron, la injerencia de la mafia, las rivalidades entre los jefes de la Paramount, las dudas sobre el éxito de la cinta y sobre la capacidad de atractivo de un joven Al Pacino que encarnaba al segundo personaje principal del relato (el primero era Marlon Brando, que aceptó inmediatamente el papel de Don Corleone), y una ininterrumpida sucesión de aconteceres que se describen pormenorizadamente a lo largo de los nueve capítulos que contiene la única temporada de este serial, que engancha al más indiferente de los espectadores por su mantenido interés interpretativo, de la historia real que se cuenta y por la fascinación de observar tan de cerca las tripas, los entresijos, la realidad en definitiva de lo que es el rodaje de una película que llegó a batir éxitos taquilleros nunca vistos. La recomiendo con entusiasmo, el mismo que mostraba el recordado Luis Eduardo Aute cuando compuso su canción «Cine, cine, cine».
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