A pesar del...

Warren, el antiguo

La fantasía de creer que todo se arregla con leyes es la expresión de la libertad de los antiguos, pero en nuestro tiempo resulta particularmente ridícula

Warren Sánchez, el hombre que tiene todas las respuestas, incluso ante todas las acusaciones de Aldama, presume de moderno y progresista, pero simboliza la Antigüedad más reaccionaria en su respeto a la libertad.

Benjamin Constant presentó en 1819 su célebre distinción: De la liberté des Anciens comparée à celle des Modernes. La libertad de los antiguos consistía en participar en la política, ignorando las fronteras entre la vida privada y la pública. La libertad de los modernos, en cambio, estriba en que la política no debe incursionar en la vida privada de los ciudadanos, ni quebrantar sus derechos. La clave de la libertad, que son los límites del poder, está, como es obvio, muy clara en la modernidad y sumamente difusa entre los antiguos –no por casualidad Karl Popper se remontó hasta Platón cuando denunció a los enemigos de la sociedad abierta–.

Warren Sánchez y sus secuaces revelan una y otra vez su propensión liberticida porque todo el rato hablan de lo intensa que es y será nuestra participación en la vida pública, y jamás aluden a los límites del poder y las consecuencias nocivas de su ejercicio –especialmente cuando lo ejercen ellos–.

La libertad de los antiguos, por supuesto, está presente en todos los países, y en los democráticos suele plasmarse en leyes. Nuestra Constitución, por ejemplo, incluye la palabra participación una docena de veces. Doña Sira Rego, ministra de Juventud e Infancia, que tiene tela el nombre, está avalada por el artículo 48: «Los poderes públicos promoverán las condiciones para la participación libre y eficaz de la juventud en el desarrollo político, social, económico y cultural».

Así, cuando se planteó orgullosamente este año «la primera ley de juventud» de nuestro país, doña Sira subrayó que «la juventud tiene derecho a participar a nivel social, económico, cultural, y político». La fantasía de creer que todo se arregla con leyes es la expresión de la libertad de los antiguos, pero en nuestro tiempo resulta particularmente ridícula. La ministra habló de «derechos económicos y cobertura social», salud, bienestar, emancipación, empleo y vivienda.

El contraste entre esas bonitas palabras y la realidad de una juventud castigada por el intervencionismo en todos esos ámbitos no puede ser más clamoroso. Pero Warren y compañía van seguir «luchando» por nosotros y abrirán «procesos participativos» para seguir recortando nuestros derechos. Con nuestra «participación», claro.