Tribuna

La salud mental tras una inundación catastrófica

La intensidad del estrés agudo ante las experiencias traumáticas –o el repetido visionado de imágenes trágicas– aumenta el riesgo de desarrollar trastorno de estrés postraumático

Manuel Gurpegui
La salud mental tras una inundación catastrófica
La salud mental tras una inundación catastróficaBarrio

Las catástrofes tienen enormes consecuencias sanitarias: numerosas muertes, lesiones sin cuento, enfermedades transmisibles (infecciosas), privación de alimentos… y perturbación de la salud mental de mucha gente. Al estrés intenso y repentino se une la pérdida de familiares directos, sin respetar sexo ni edad y en ocasiones ante los ojos de uno mismo.

Pasada la fase aguda del impacto traumático, el riesgo de trastornos de la salud mental va a depender de la elasticidad personal –capacidad para recuperar la posición previa–, basada en la eficacia intelectual y la seguridad emocional; y del apoyo familiar y social, incluidos el soporte financiero, la conservación de recursos y el sistema de creencias. Estas fortalezas reducen el riesgo de depresión ulterior. La intensidad del estrés agudo ante las experiencias traumáticas –o el repetido visionado de imágenes trágicas– aumenta el riesgo de desarrollar trastorno de estrés postraumático. Otras complicaciones pueden ser los trastornos de ansiedad y el aumento del consumo de tabaco, alcohol y drogas ilegales.

Los médicos y otros profesionales sanitarios saben cómo tratar infecciones o fracturas, pero ¿están capacitados para afrontar las alteraciones de la salud mental? ¿Reciben los psiquiatras, los psicólogos clínicos y los psicólogos sanitarios capacitación específica para asistir a las personas ante una eventual situación de desastre masivo? A petición de colegas de Valencia, la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental (SEPSM) acertadamente ha organizado, para el próximo 26 de noviembre, una sesión telemática de puesta al día sobre el afrontamiento del trauma y la catástrofe.

Entre los tratados de Psiquiatría en los que he contribuido con algún capítulo en los últimos quince años, contrastan los publicados en España (Madrid, 2019; Barcelona, 2010) –con algunos párrafos en el capítulo sobre el trastorno de estrés postraumático o sobre urgencias e intervención en crisis– con el publicado en Lima (2019), en el que la psiquiatra Raquel Cohen es autora de un capítulo sobre «desastres y su impacto en la salud mental», en el que ofrece una excelente síntesis sobre el papel del profesional y los conocimientos básicos para ayudar a la población afectada a lo largo del tiempo. El español Manual del Residente en Psiquiatría, en su edición de 2022, tampoco presenta un capítulo específico sobre esta cuestión, sino solo alguna breve alusión y un par de referencias bibliográficas.

Es evidente que los psiquiatras de las Américas se muestran más concernidos que los europeos, seguramente por verse más a menudo afectados por grandes catástrofes colectivas en diversos países. La Organización Panamericana de la Salud viene publicando sucesivas monografías elaboradas por Cohen desde hace más de cuarenta años; por ejemplo, la titulada «Manual de la atención de la salud mental para víctimas de desastres» (1989), disponible en Internet, con recomendaciones para cada fase de la catástrofe y para la puesta en práctica de los servicios de salud mental después del desastre. En lengua inglesa, tengo conocimiento de un libro de más de 600 páginas titulado Mental health and disasters (2009) y de un Textbook of disaster psychiatry (2017), de 350 páginas, ambos de una misma prestigiosa compañía editorial británica y con autores estadounidenses.

Durante mis dos estancias académicas en Santiago de Chile entablé relación con el psiquiatra Rodrigo Figueroa, que en el congreso nacional de Psiquiatría celebrado en Granada en 2018 presentó su experiencia sobre primeros auxilios psicológicos tras experiencias catastróficas. Sus conocimientos previos quedaron muy enriquecidos por su participación directa en la atención a las víctimas del terremoto que asoló amplias zonas de Chile en 2010. Él y otros tres médicos chilenos publicaron en 2010 una carta en la Revista Panamericana de Salud Pública en la que advertían de la escasísima formación específica para los futuros médicos y enfermeros; entre 37 de las más distinguidas escuelas de Medicina hispanohablantes de América, solo una incluía esta formación. Figueroa ha continuado después con su trabajo pionero en la práctica, la enseñanza y la investigación sobre primeros auxilios psicológicos.

Un grupo de expertos (Hobfoll y otros 19 coautores) publicaron en 2007 cinco recomendaciones («empíricamente apoyadas») ante experiencias traumáticas masivas; esto es, promover para las personas: sensación de seguridad, calma, sensación de eficacia –propia y de su comunidad–, conexión con su entorno, y esperanza. Los autores describen en gran detalle estas recomendaciones, que han influido mucho en el enfoque posterior de los primeros auxilios psicológicos.

Para mejorar los desenlaces relativos a la salud mental y desde la perspectiva de la salud pública, en 2014, dos epidemiólogos de una importante universidad neoyorkina sintetizaron las intervenciones en un antes y un después. Antes, anticiparse a la catástrofe (disponer de construcciones seguras, adecuar las infraestructuras y adelantar la evacuación). Después, primeros auxilios psicológicos: necesidades básicas (alojamiento, comida y medicinas); reducir el miedo (exposición de imágenes); promover la calma; y recuperar las rutinas previas.

Los profesionales sanitarios, y particularmente los psiquiatras, desean capacitarse al máximo para contribuir, con lo mejor de su saber y de su hacer, a la recuperación de tantas personas y familias asaltadas por la inundación masiva y repentina del pasado 29 de octubre en las cercanías de Valencia. Entiendo que expreso así lo que sienten mis colegas, cuando el oficio se hace más que nunca profesión.

Manuel Gurpeguies catedrático de Psiquiatría.