El buen salvaje

Rabal y Pemán

Los escritores, buenos o malos, que quedaron bajo el ala del régimen franquista o que se nombraron de derechas, fueron acribillados por los que, muerto el dictador, repartieron el carné de intelectual

Cádiz, y también Jerez, borraron el rastro de Pemán de sus calles por aquello de la Memoria Democrática. No fue por algún ripio. Es dudoso que los que perpetraron la venganza leyeran alguno de ellos. Perteneció a la época de los escritores de la generación del 27, pero eligió su envés. Era la tradición frente a la vanguardia (lo que no es tradición es plagio, dijo su contemporáneo Eugenio D’ors). Cada uno es libre de su estilo, incluso de su ausencia, borrarse en el aire, que algunos consideran la esencia de la literatura. «Que no se note»: como si escribir fuera llevar un minimalista traje de Armani. En fin, que fusilaron su nombre cuando el cadáver ya era una pócima de gusanos y poco podía hacer, menos aún escribir para envidia de Unamuno, que siempre lo miró revirado, como en general acontecía el autor de «San Manuel Bueno, mártir», que aún anda retorciendo su biografía en cabeza ajena. Ah, la bipolaridad política.

Los escritores, buenos o malos, que quedaron bajo el ala del régimen franquista o que se nombraron de derechas, fueron acribillados por los que, muerto el dictador, repartieron el carné de intelectual.

De Cádiz vamos a Alpedrete. Paco Rabal fue uno de los grandes actores del siglo XX, gigante milana que lo mismo posaba ante Buñuel que en silla de ruedas con Almodóvar. Y, sobre todo, fue Juncal. «Tomo nota». Si fuera Pemán, hermanándolos, diría que se trata de un coloso de vidrio incapaz de romperse ante ningún Dios, un héroe más allá del Cid y más acá del hombre. Me falta un poco de recalmón. Ese «torbellino de colores» que dedicó a Lola Flores. Todo se andará.

Unos mequetrefes quitaron los honores a Pemán, y aún no se los han devuelto, y otros han hecho lo propio con Rabal, don Paco, aunque las alas del escándalo les han hecho rectificar esa decisión de cagarruta. No nos equivoquemos. Es una excepción. Muchos de los que exigían que no se tocara la memoria del actor no se movilizan cuando el vilipendiado es de otra trinchera. Y viceversa. Y es que aquí no hay tregua ni para pasarse el cigarrillo.