
El canto del cuco
Pendientes de Sánchez
Nada va a favorecer ya de ahora en adelante la carrera política de Pedro Sánchez, que fía su continuidad únicamente a su capacidad de resistencia
Las reacciones de los socios y aliados de Pedro Sánchez al mensaje de Navidad del Rey explican la «contienda atronadora» que perturba la vida política en España. Así es imposible ocuparse del bien común. Cada uno va a lo suyo. Participan en el Gobierno de la nación los que no creen en la nación común ni en la Constitución que la mantiene. Rechazan airadamente la Monarquía parlamentaria porque es un elemento aglutinador y el símbolo principal de ese bien común. Los particularismos chocan escandalosamente con el interés general. Y existe el convencimiento acreditado de que el presidente del Gobierno supedita, si es preciso, el bien común a su particular disfrute del poder. Puede que el mayor error histórico de Felipe VI en estos primeros diez años de reinado haya sido encargar la investidura al socialista Pedro Sánchez, perdedor de las elecciones y con esos dudosos acompañantes.
Entre la opinión pública ilustrada existe el convencimiento, al acabar este año de tensiones y sobresaltos, de que sólo un cambio de Gobierno que derribe los muros levantados por el sanchismo y libere la acción política de las actuales dependencias tóxicas acabará con la bronca permanente y podrá recuperar el consenso y la concordia constitucional. En la actual situación es imposible. El enfrentamiento entre el jefe del Gobierno y el de la oposición alcanza ya niveles personales. Sánchez y Feijóo son incompatibles. No digamos Sánchez e Isabel Díaz Ayuso. Pierde el tiempo el Rey si pretende que recuperen el nivel imprescindible de confianza mutua. Tampoco parece que la confianza entre el jefe del Estado y el presidente pase por su mejor momento. El test de la dana ha sido favorable a Felipe VI y desfavorable a Pedro Sánchez. La imagen de Paiporta es la imagen del año, y figurará en los libros de Historia. Eso ha contribuido a abrir más la brecha entre ambos. La popularidad de la Monarquía ha subido este año, y la del Gobierno ha bajado. Es un dato significativo.
Nada va a favorecer ya de ahora en adelante la carrera política de Pedro Sánchez, que fía su continuidad únicamente a su capacidad de resistencia. Sometido a las exigencias de sus socios, algunas tan descabelladas como tener que ir a visitar a Puigdemont, vigilado de cerca por los tribunales de Justicia y los medios de comunicación, insultado en la calle y en las redes sociales y zarandeado por una oposición irreductible, sólo le queda el Falcon como desahogo. Antes de que la «atronadora contienda» política resulte insoportable, haría bien en convocar elecciones el año que viene y largarse.
✕
Accede a tu cuenta para comentar