El buen salvaje
Nostalgia Oasis
El odio también se cura con dinero, para que luego digan que está sobrevalorado. El dinero, digo
Cincuenta millones de libras para cada hermano. Esa es la cifra que ha torcido el brazo a los Gallagher, oh brother, para reunir a Oasis quince años después de su separación. El odio también se cura con dinero, para que luego digan que está sobrevalorado. El dinero, digo. Estoy con Chanel: nunca se tiene el suficiente ni se está todo lo delgado que a uno le gustaría. Oasis es el grupo que más se ha parecido a The Beatles y culmina con esta decisión la espiral nostálgica más fuerte de los últimos años: el regreso a los años noventa. Los cuarentones que disfrutaron en su juventud del elixir del brit pop, los festivales de Benicàssim y la pesadilla de los grupos «indies» están en su punto justo para deglutir «Wonderwall» y recordar ese verano en que al parecer fueron felices, libres, cuando aún no pensaban en la jubilación y el colegio de los niños no era una pesadilla.
En este momento la generación del poder, los que dirigen el Gobierno y la mayoría de las grandes empresas, está buscando la posibilidad de asistir a uno de esos conciertos, a ser posible en Manchester, la ciudad del grupo, en el estadio del club de los amores de los Gallagher. Es la edad de la melancolía positiva. Ellas aún no han llegado a la menopausia o apenas tienen los primeros síntomas, el espejo devuelve una imagen radiante de una madurez a la que llaman juventud, y ellos todavía son Tarzanes que se pasean por los despachos y por las barras de los bares con unas Adidas Gazelle o unas Samba limpias. El estado de las zapatillas dice más de la edad que las patas de gallo, impredecibles al cabo. Aprendieron de los Oasis que se puede bailar sin hacer el ridículo (otra cosa era la música electrónica, que para eso había que tener «charme») y que se puede ser feo y atractivo incluso si se es cejijunto (luego empezaron a operarse, como el otro símbolo noventero, Beckham). Así, mientras sus pequeños rezan a los ochenta, la generación X, la última que conoció un mundo coherente, se toma su propia pastilla azul, otra vez el éxtasis. Dile a tu jefe que no se pase.
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