PP
Un gran Aznar, en la Comisión inútil
La Comisión del Congreso que, supuestamente, investiga la presunta financiación ilegal del Partido Popular, no se había caracterizado, precisamente, por el interés que despierta en la opinión pública –que nada espera de un artefacto sectario, simple reflejo de la aritmética parlamentaria– hasta que la comparecencia, ayer, del ex presidente del Gobierno José María Aznar, convertido en la auténtica bestia negra de la izquierda populista española, deparó uno de los enfrentamientos dialécticos, en la exacta acepción del término, con mayor eco de los últimos tiempos. Que los declarados objetivos de la Comisión no importaban a nadie de los presentes quedó demostrado por el contenido general de las intervenciones, los apuntes autobiográficos de alguno de los diputados actuantes –Rafael Simancas, del PSOE, le preguntó por el «Tamayazo», que en 2003 obligó a repetir las elecciones autonómicas en la Comunidad de Madrid– e, incluso, por la inédita presencia del secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, incapaz, al parecer, de renunciar a los ajustes de cuentas con pasados no vividos, de los que, por lo visto, no tiene más referencia que la propaganda propia. En definitiva, todos los tópicos sobre Aznar –desde la boda de su hija a George Bush– acuñados por la izquierda y los separatistas, hasta la caricatura irreconocible, volvieron a teñir las requisitorias, respondidas, así mismo, por el compareciente sin concesiones a la galería y sin la menor intención de suavizar diferencias, cuando éstas son insalvables por su propia naturaleza. Así, el ex presidente, que negó no sólo cualquier conocimiento sobre la presunta «caja B» del Partido Popular, sino, incluso, su mera existencia, definió al diputado de ERC, Gabriel Rufián, a quien distinguió, a nuestro modo de ver innecesariamente, con su respuesta, como representante de un partido golpista, que quiere destruir la unidad de España; y expresó a Pablo Iglesias –que volvió a insistir en la falsedad de que la sentencia de la Gürtel condena al PP– su temor por el futuro de la democracia y las libertades que representa una formación política que propugna la ruptura de los consensos de la Transición y que está relacionada con la Venezuela de Nicolás Maduro e Irán. También, al representante de Bildu, Oskar Matute, le recordó unas declaraciones recientes en las que el batasuno reconocía que sólo participaba en la política española y en sus instituciones para poder desgastar mejor al Estado democrático. José María Aznar, pues, en su registro habitual, ése que tanto gusta a gran sector del centroderecha español y que tanto echaba de menos, entre otras cosas, porque no reconoce superioridad moral alguna a la izquierda o a los nacionalismos y defiende sin complejos la innegable contribución de la derecha en la consolidación de las libertades en España y en el desarrollo económico y social alcanzado por nuestro país. La reaparición en sede parlamentaria del ex presidente del Gobierno tiene, por supuesto, otra lectura, ésta en clave interna: la reconciliación con la dirección de su partido, perfectamente escenificada en el respaldo expreso del nuevo líder, Pablo Casado, que estuvo presente en la comparecencia junto con otros pesos pesados de la formación, y en la clara y rotunda defensa de los valores del PP de quien fue su presidente entre 1990 y 2014. José María Aznar se mostró orgulloso de su pertenencia al Partido Popular, reivindicó su actual posición de afiliado de base, sin otra pretensión, y se mostró dispuesto a colaborar en aquello que el partido le demande. Una postura de la que, sin duda, deberá tomar nota el ex presidente Mariano Rajoy, ante posibles tentaciones de injerencias postreras. En conclusión, un José María Aznar con la solidez política e ideológica de siempre.
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