Tribuna
Así fue la segunda invasión de Polonia
Los soviéticos no pensaban en 1939 ser aliados de Polonia contra los nazis. Eran, más bien, sus socios en la ocupación del país centroeuropeo
Hace 85 años a Polonia la apuñalaron por la espalda. Mientras se defendía de la invasión del Reich Alemán, que había comenzado el 1 de septiembre, la Unión Soviética invadió Polonia desde el este el 17 de septiembre de 1939. Fue la segunda invasión del país centroeuropeo.
La ofensiva militar soviética fue consecuencia del Tratado de no Agresión entre Alemania y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), el llamado Pacto Ribbentrop-Molotov, cuyo Protocolo Adicional Secreto establecía un reparto de Polonia entre los dos Estados. La invasión del 17 de septiembre de 1939 serviría para materializar lo que los nazis y los comunistas habían acordado en Moscú el 30 de agosto de aquel año.
El pretexto soviético fue la defensa de los bielorrusos y los ucranianos que estaban en el territorio polaco, que el Reich había invadido el 1 de septiembre. La coartada de la protección sirvió para desencadenar otra agresión contra Polonia. El Reino Unido y Francia siguieron sin acudir en auxilio de la República Polaca. Mientras los polacos trataban de detener el avance alemán en el río Bzura, siete ejércitos soviéticos agrupados en dos frentes, el Bielorruso y el Ucraniano, invadieron Polonia. Eran 800.000 hombres, más de cuatro mil piezas de artillería, más de 4.700 carros de combate y más de 3.000 aviones. Al mando de los frentes estaban dos militares fogueados en la Gran Guerra, la Guerra Civil Rusa (1917-1922) y la Guerra Polaco-soviética (1919-1921): Mikhail Kovalyov (1897-1967), que mandaba los ejércitos del frente bielorruso, y Semión Timoshenko (1895-1970).
Los polacos combatieron con valor, pero era imposible que Polonia sola pudiese resistir la ofensiva de los alemanes por el oeste y los soviéticos por el este. En los territorios que ocupó, la Unión Soviética impuso un modelo de sociedad comunista mediante la fuerza militar: sistema dictatorial, despliegue de la policía política –el siniestro Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos, que mandaba Lavrenti Beria (1899-1953)– y una economía controlada por el Estado. En términos prácticos, era una anexión en toda regla.
Desde el inicio, la URSS impuso un régimen de terror contra la población polaca desafecta. Con la colaboración de los comunistas polacos, los sectores de la sociedad identificados con los nacionalistas, los liberales y, en general, los leales a la República Polaca sufrieron una creciente represión. Los líderes fueron detenidos y encarcelados. Entre 1930 y 1941, aproximadamente 500.000 polacos de la zona ocupada por la URSS acabaron en cárceles y campos de concentración. En el caso del Ejército, el asesinato de más de 20.000 militares y civiles polacos en Katyn, Járkov y otros lugares en los meses de abril y mayo de 1940 se ha convertido en un símbolo de lo que significó la ocupación soviética de Polonia. Hubo otros episodios espantosos. Cuenta Andrzej Nowak en «Poland and Russia. The Neighborhood of Freedom and Despotism in the X-XXI Centuries» (Polska Fundacja Humanistyczna, Cracovia, 2023)» que en Grodno, ciudad defendida por el ejército polaco y los jóvenes del lugar, los soviéticos mataron a todos los prisioneros capturados «soldados, niños en edad escolar y civiles que se encontraban casualmente en la calle».
Para quebrantar la resistencia nacional polaca, los soviéticos deportaron entre 1940 y 1941 a más de 1.200.000 polacos al interior de la Unión Soviética. Sólo en la operación del 10 de febrero de 1940, se deportó a más de 200.000 polacos a Siberia y al Lejano Oriente. El 13 de abril se enviaron a otros 320.000 a Kazajstán. Hubo otras dos grandes deportaciones en junio y julio de 1940 y en junio de 1941. Los efectos fueron devastadores para Polonia, no sólo por sus consecuencias demográficas, sino por el coste de vidas humanas y las consecuencias sociales y políticas que estas medidas tenían. Los sectores anticomunistas se debilitaban y los prosoviéticos ganaban fuerza.
La ocupación soviética también supuso la imposición de medidas de nacionalización, confiscación y colectivización de la propiedad. En un país con un enorme peso de la economía rural, esto tuvo terribles consecuencias sobre los pequeños propietarios. El modelo ya se había ensayado en Ucrania años atrás y, para quebrar la resistencia ucraniana, los soviéticos habían confiscado el grano y los alimentos hasta producir la hambruna conocida como Holodomor (1932-1933). También en Polonia se confiscó grano y alimentos. Quien se oponía a la colectivización acababa en la cárcel, en un campo de trabajo o muerto.
Los comunistas explotaron y alimentaron el odio hacia la burguesía polaca tanto en Polonia como en la URSS. Cuanta Jan Karski en «Historia de un Estado clandestino» (Acantilado, 2011) que, cuando lo trasladaron a Rusia como prisionero, una mujer le gritó con desprecio que «¡Aquí en Rusia aprenderéis a trabajar, polacos fascistas, aristócratas! ¡Aquí seréis fuertes para trabajar, pero débiles para oprimir a los pobres!». Al que sería correo del Gobierno polaco en el exilio y testigo del Holocausto, estas palabras le supusieron «un jarro de agua fría». No. Los soviéticos no pensaban en 1939 ser aliados de Polonia contra los nazis. Eran, más bien, sus socios en la ocupación del país centroeuropeo.
Ricardo Ruiz de la Sernaes profesor colaborador de Historia del Mundo Actual (USP-CEU).
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