Letras líquidas
«Ábreme la puerta, zorra»
Sin perder la perspectiva del «show business», no debería suponer un ataque al feminismo ni un escándalo social la réplica del estilo con el que ya trasgredieron «Las Vulpes» hace cuarenta años
Mientras media España debatía con fervor si «Nebulossa» había compuesto el himno feminista definitivo que nos haría alcanzar la igualdad en el siglo XXI o si los representantes de España en Eurovisión se limitaban a mezclar el amago de escándalo y provocación con el marketing más festivalero, ocurrían cosas. Mientras el feminismo volvía a dividirse entre quienes confían en que «Zorra» libere al término de cualquier estigma y resignifique ese insulto rancio y machista y quienes, en el lado opuesto, ven en la canción una frivolidad innecesaria que no aporta ninguna interpretación positiva de lo que deba ser la equidad, seguían ocurriendo cosas. Y mientras no sé sabe muy bien en qué extraño giro de guion (o de argumentario), el «Cara al sol» se colaba en la competición por los anhelados «twelve points» (de los que escribía Pedro Narváez hace unos días en estas mismas páginas), mientras todo esto ocurría, nos enteramos de que una mujer en Valladolid estaba escuchando de madrugada cómo su pareja aporreaba la puerta de su casa para intentar entrar a la vez que profería toda clase de amenazas contra ella.
Y fue ahí donde volvió a aparecer la «zorra»: no la mamífera astuta ni la de los ritmos que ahora suenan entre luces, brillos y purpurina, sino la de la humillación, la de la ofensa más habitual para denigrar a las mujeres. El improperio preferido de los machistas. Y qué necesidad, se preguntarán quizá ustedes, de mezclar la realidad con lo que no lo es, con lo que no es más que farándula. Si sobre la conexión entre el arte (o el mero divertimento) y la realidad ya se discute desde Nabokov y entrar en ese laberinto solo provocaría que la censura y el autocontrol arrasaran con la libertad artística. Hay argumentos sobrados para defender las ficciones frente, en este caso, a las desdichas diarias de mujeres que sufren la versión más violenta del machismo o de tantas otras que padecen otras maneras más sutiles, en forma de comentarios o gestos humillantes.
A mí no me gusta que me llamen zorra ni que, por supuesto, se lo llamen a ninguna mujer. En el contexto cotidiano es intolerable. Sin embargo, muchos defienden que la «performance» eurovisiva puede acelerar el paulatino vaciado del sentido más peyorativo y lamentable de la palabra. Sin perder la perspectiva del «show business», no debería suponer un ataque al feminismo ni un escándalo social la réplica del estilo con el que ya trasgredieron «Las Vulpes» hace cuarenta años: que ya sabemos que no estamos ante el legado de Beauvoir ni Steinem, pero resulta legítimo plantearse si, con los códigos del siglo XXI, la viralidad en «Spotify» contribuirá a eliminar algún «ábremelapuertazorra».
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