Historia
Un nuevo tesoro dentro de San Francisco el Grande une Madrid con Jerusalén
En la cripta de la basílica se ha encontrado una barca que representa a las que había en Galilea hace 2000 años, construida para una exposición sobre Tierra Santa en 1954
A la cripta de la basílica de San Francisco el Grande se accede por la parte trasera, a través de una pequeña puerta que da al Parque de las Cornisas. Lejos de la majestuosidad del interior del templo, donde se conservan obras de autores como Goya o Zurbarán, aquí reinan la humedad y las paredes desnudas. Incluso los nichos que las pueblan están vacíos. “Durante la Guerra Civil se utilizó como depósito para proteger obras de arte”. Quien habla es el arquitecto Ignacio Feduchi, cuya familia se ha encargado de las reparaciones del templo desde hace casi cinco décadas. “Había de todo, desde carros y muebles del Palacio Real hasta cuadros, estatuas, objetos religiosos… pero cayó una bomba cerca de la cúpula, y, aunque no pasó nada, se decidió que se debía trasladar todo a los sótanos del Museo Arqueológico hasta el fin de la guerra”, explica.
Lo cierto es que San Francisco el Grande, con una historia que se remonta al siglo XIII, ha vivido muchas obras a lo largo de los siglos, ya sea para concluir su construcción, para su reforma o conservación. Y, en una de estas, en la cripta, ha sido donde han encontrado algo que no esperaban: una barca cuyos cinco metros de largo habían pasado desapercibidos durante décadas. Hecha de madera, se encuentra en perfectas condiciones bajo una gruesa capa de polvo. “Es una embarcación que recrea las que había en Galilea hace 2000 años, en la época de Jesús, que se hizo para una exposición que, en 1954, trajo a Madrid una muestra de los Santos Lugares”, indica Feduchi. Lo que ocurre es que ahora no se sabe qué hacer con ella, y los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa –que tiene su sede en Madrid en San Francisco el Grande– están esperando a que alguien se interese por conservarla y exponerla.
Porque lo cierto es que esa barca es un símbolo, un nexo de unión entre la historia de Madrid y Jerusalén que se consolidó con aquella exhaustiva exposición y que continúa hasta nuestros días. Y es que, después de dos años y medio de preparación, en 1954 se inauguraba en los pabellones del Retiro de Madrid, con la presencia de la Orden Franciscana y de representantes de las distintas confesiones que custodian los Santos Lugares, aquella muestra sobre Tierra Santa, considerada la más completa de todas las que se habían celebrado en el mundo hasta la fecha. En ella, además de esta barca que ahora ha sido descubierta en la basílica, había una maqueta del Templo de Salomón, con la representación de los reyes de Israel, así como otra de la ciudad de Jerusalén. Un fraile franciscano, Bartolomé de las Eras, tardó cinco años en construir una maqueta con todo lujo de detalles de la basílica del Santo Sepulcro, la cual elaboró con madera de cipreses del huerto de Getsemaní. Asimismo, a tamaño natural, tal cual se conservan en Israel, se construyeron representaciones de la cripta de Nazaret, de la gruta de Belén y del edículo del Santo Sepulcro. La exposición tenía tanto lujo de detalle que, incluso, se llegaron a traer a Madrid 500 litros de agua del río Jordán, en el que Jesús fue bautizado, y varias especies de peces de la zona.
Pero, ¿por qué, una vez desmantelada la exposición, llega la barca hasta la cripta de esta basílica? Lo cierto es que tiene mucho sentido atendiendo a la historia de la misma y a la presencia franciscana en el templo. “San Francisco el Grande ha sido fundamental a lo largo de la historia de Madrid”, dice Feduchi, quien llegó a ser el arquitecto oficial de la Obra Pía en España –organización que financió, en gran medida, la construcción de la basílica–, ya antes que él, lo fue su padre, Luis Martínez-Feduchi Ruiz, ilustre arquitecto madrileño, autor de algunos de los edificios más representativos de la ciudad, como es el caso del edificio Carrión, conocido también como el Capitol, situado en la plaza de Callao. “Todo comenzó con una anécdota”, dice Feduchi, “y es que un cuadro de la basílica se cayó y casi le da a Franco”. El hecho es que en San Francisco el Grande se celebraban funerales importantes y, estando Franco en uno de ellos, en 1973, se cayó un cuadro. ¿Por qué? “Porque los pintores que intervienen en la decoración de la basílica pintaban sobre lienzo, ninguno se atrevía a pintar en fresco, que es directamente sobre la pared”, dice Feduchi. Por eso, todo lo que hay en San Francisco el Grande no es fresco, sino óleo sobre yeso, que va clavado a la pared. “Con la entrada del agua, por las goteras, acabó debilitándose y desprendiéndose”, añade. Con la mala suerte de que lo hizo cuando la basílica estaba llena de personalidades. “En aquel momento se formó un gran revuelo, y el Ministerio de Asuntos Exteriores le pidió a mi padre un presupuesto para la reparación. Vinimos e hicimos un estudio bastante amplio con una restauradora, Carmen del Valle, que en ese momento estaba en Roma. Presentamos el proyecto en 1974, que fue aprobado por Hacienda, que era quien llevaba entonces Patrimonio Nacional, pero lo inició otro arquitecto”, relata. Sin embargo, con la Transición, las obras se paralizaron. “No fue hasta 1984 que el Ministerio de Cultura decidió continuar con la reparación de la basílica, y nos pidió a mis hermanos y a mí que continuásemos con la obra, ya que era un trabajo de nuestro padre”, explica. A partir de entonces, la familia Feduchi ha tenido en sus manos las labores de mantenimiento de la basílica.
“No hace falta más que abrir los ojos para darse cuenta de que Tierra Santa es el alma de San Francisco el Grande”, dice Inmaculada Rodríguez Torné, directora de la revista Tierra Santa. “Antes de entrar, la cruz de Jerusalén nos saluda desde el tímpano del frontón de la fachada, y, dentro de la basílica, la encontramos por todas partes, señalando la presencia de la Custodia de Tierra Santa en el centro de Madrid, en el corazón de España”, añade. De hecho, la cúpula del templo –que es la cuarta más grande de Europa– “recuerda a la del Santo Sepulcro, por expreso deseo de los franciscanos”. En el convento residía el Comisario General de los Santos Lugares, que ocupaba lo que se conocía como el ‘Cuarto de Tierra Santa’, un claustro independiente que era como una mini embajada de la Custodia, y por el cual pasaba toda la ayuda que se enviaba a Tierra Santa desde España. La importancia de este lugar, fundado allí donde, según la tradición, en su camino hacia Santiago de Compostela, san Francisco de Asís erige una pequeña ermita en 1217, ha sido constatada no solo por la Obra Pía, sino por todos aquellos reyes y jefes de Estado que, a lo largo de los siglos, han tratado de que el proyecto avanzara y fuera protegido, estrechando, a su vez las relaciones entre Madrid y Jerusalén. En un momento en el que los viajes no están tan democratizados como hoy, ni las tecnologías permitían ver aún realidades lejanas a través de una pantalla, la barca que se ha hallado en San Francisco el Grande es un reflejo del interés histórico y cultural que tienen los Santos Lugares, y de cómo se hizo un enorme esfuerzo por acercarlos a la sociedad madrileña, que pudo ver con sus propios ojos objetos de los que solo había leído. El reto, ahora, es conservarla, que se exponga. Que no vuelva a pasar décadas en el olvido.
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