La Columna de Carla de La Lá
Mujeres que adoro: Catalina Sforza
Hablemos esta semana de Catalina Sforza, renacentista prodigiosa silenciada porque la historia no supera en absoluto el test de Bechdel.
En 1488 Catalina Sforza tuvo que acuartelarse en una fortaleza para enfrentar el asalto de quienes habían capturado a todos sus hijos y amenazaban con ejecutarlos. Catalina, inasequible al chantaje_ los documentos hablan de su carácter apasionado y su férrea voluntad_ desde las almenas del castillo, se levantó las faldas y señalando su mísmísimo, prolífico y renacentista felpudo a más de 5.000 hombres, gritó: “Aquí tengo el instrumento para hacer otros 10”. Con este gesto, se dice, sorprendió a los asaltantes, que levantaron el asedio. Desempolvemos de la historia a Catalina (Caterina, en italiano) Sforza, condesa de Imola y Forlì, uno de los personajes más relevantes del Renacentismo Italiano, silenciada, porque los colegios ilustran al alumnado con una historia que no supera en absoluto el test de Bechdel. Ya saben el método para evaluar si un guion de película, serie, libro, cómic u otra representación artística, manifestación cultural o lo que sea, cumple con los estándares mínimos para evitar la brecha de género. Podemos contemplar su bellísimo rostro en este cuadro, aunque también es la hermosura de la derecha en “las tres gracias” de Botticelli, y en opinión de muchos expertos, la mismísima Gioconda. Leonardo es la figura histórica con la que la duquesa mantuvo una relación más estrecha, su mejor amigo, pues.
Tenía diez años cuando la casaron con un sobrino del papa Sixto IV, Girolamo Riario, de treinta. Aunque Riario era señor de Imola y Forlì, el matrimonio se instaló en Roma a fin de medrar en la corte papal. Caterina tuvo cinco hijos pero eso no le impidió convertirse en diplomática y ejercer de intermediaria entre la corte romana y la milanesa, lo que le proporcionó un extraordinario reconocimiento.
A los 21 años _embarazada de siete meses_ dio muestras de su espíritu aguerrido cuando, para defender su patrimonio, encabezó un contingente militar ante el nepotismo del nuevo Papa. Con esta acción aseguró su dominio sobre Imola y la plaza de Forli.
La mala relación entre la pareja la puso en entredicho cuando su marido fue brutalmente asesinado en 1488, por lo que Caterina acusada de haber colaborado en el asesinato de su esposo y hecha prisionera. Consiguió escapar y que se reconociese a su hijo mayor Ottaviano Riario como el legítimo heredero de las tierras y títulos de su padre.
Pocos meses después del fallecimiento de su esposo, ya conocida popularmente como “Vampiresa de la Romaña”, contrajo matrimonio en secreto con un joven llamado Giacomo Feo, con el que un año después tuvo un hijo, Bernardino Carlo. La pasión que sentía por el ambicioso joven hizo flaquear a la siempre invencible Caterina, hasta el punto de que llegó a apartar del gobierno a su hijo Ottaviano para entregar las riendas del Estado a su amado y colocar a los parientes de éste. Los partidarios de Ottaviano no se resignaron y su joven esposo fue asesinado por unos conjurados; para vengarse, la viuda hizo masacrar a los asesinos y a sus familias.
Poco tolerante al aburrimiento, se desposa con Giovanni de Médicis, miembro de la poderosa familia florentina, al que había conocido un año antes cuando llegó a Forlì como embajador de Florencia. Un año después de dar a luz a un hijo, Giovanni murió a causa de una neumonía.
Entonces batalla contra un auténtico genio militar, el hijo del papa Alejandro VI, César Borgia. En 1499 los ejércitos pontificios sitiaban Forlí, tras haber tomado Imola y su generala era prendida. Todavía disfrutaba de una gran belleza, gracias a la utilización cotidiana de ungüentos cosméticos y baños de hierbas medicinales de las que Catalina era entusiasta y gran consumidora. Una vez presa, César Borgia le dio un trato pésimo: la encerró en un sótano y de vez en cuando la frecuentaba sexualmente con más intención de humillarla que por deseo, a lo que ella respondía de una forma sensual e insinuante para rebotársela y ser ella quien lo humillase a él.
Escribió un recetario con 450 fórmulas elaboradas con plantas sobre cómo teñir el pelo o cómo hacer que la piel pareciera más blanca de acuerdo a los cánones estéticos de la época. Este trabajo le llevó a ser acusada de brujería. Su perfil de mujer peligrosa se complementó con un intento fallido de envenenamiento al Papa Alejandro VI, acción por la que fue apodada como “La diablesa de Imola”, Diablesa encarnada o Virago cruelísima («virago» es utilizado por los italianos para definir a una mujer que lucha como un hombre). La Sforza fue un prodigio militar, además de política, alquimista-cosmética, abnegada madre de más de 14 hijos, dulce esposa y apasionada amante de algunos afortunados de su tiempo. Sin embargo, fue una persona con poco espíritu trascendente hasta el punto de solicitar que en su lápida no pusiera nada, petición que se cumplió tras su muerte (de neumonía a los 46 años) en Florencia en 1509.
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