Estrasburgo
Los testimonios de la discriminación
No todo es fiesta en el Orgullo Gay: en más de setenta países se criminaliza y persigue a las personas LGTBI. En trece, la condena no es otra que la pena de muerte.
No todo es fiesta en el Orgullo Gay: en más de setenta países se criminaliza y persigue a las personas LGTBI. En trece, la condena no es otra que la pena de muerte.
En 72 países, es ilegal ser gay. En algunos de ellos las penas pueden conllevar a ser ejecutados o a una cadena perpetua. Muchas de las personas entrevistadas no han querido dar su nombre ni mucho menos aportar su fotografía. A continuación, algunos de los testimonios para entender cómo viven los LGTBI en el mundo.
Frank Mugisha, activista gay en uganda
El número de personas que han salido del armario en Uganda se puede contar con los dedos de las manos. A sus 37 años, Frank Mugisha, es de las pocos gays ugandeses que lo reconocen abiertamente «con los ataques, los insultos, y la discriminación que conlleva». En Uganda, se puede condenar a un homosexual a cadena perpetua. «Pero lo peor es las amenazas, los chantajes, no poder tener un trabajo o una casa. Ser LGTBI en Uganda no sólo es un crimen sino que te conlleva a una social económica muy grave. Tus oportunidades son nulas». A Frank le han pegado y hostigado muchas veces, incluso el año pasado fue detenido. «No tenemos cifras fiables porque la mayoría intenta defenderse diciendo que no es homosexual, pero hay entre 300 y 1.000 personas detenidas». Al preguntarle si los ugandeses denuncian a las autoridades si ven a dos personas del mismo sexo besarse o cogerse de la mano, Frank asevera que «no es que llamen a la Policía, directamente ellos te pegan». De ahí que ninguno de sus amigos quiera quedar con él, por lo que pueda pensar la gente. A pesar de todo, el activista no quiere dejar su país. «Lo he pensado, pero creo que hay que luchar desde aquí contra el conservadurismo y la homofobia. Espero que haya cambios en el futuro».
Hafedh Tifri, miembro de la Asociación Tunecina por la Justicia y la Igualdad (Damj)
“En Túnez se ha avanzado mucho en las libertades colectivas después de la revolución. Lo cierto es que en la Constitución de 2014, hay dos artículos en los que se habla de la integridad de la libertad de todas las personas. Pero no tanto en las individuales. En la versión árabe del Código Penal tunecino -no en la francesa- sigue existiendo el artículo 230 en el que se penaliza la sodomía con penas de cárcel de hasta 3 años”, explica en Casa Árabe
Hafedh Trifi, miembro del comité ejecutivo de Damj, la Asociación Tunecina por la Justicia y la Igualdad. Según datos de su organización, en la actualidad hay unas 30-34 personas detenidas en las cárceles tunecinas por este injusto motivo. Además, como ya denunció este periódico en 2015, son sometidos a un degradante “test anal médico. Es una auténtica tortura, se hace sin la voluntad de las personas”. Tifri, de 35 años, también denuncia los ataques y linchamientos a homosexuales, unos atropellos e insultos que quedan impunes. “Los jóvenes tunecinos sufren todo tipo de discriminación y rechazo. Primero el de su familia, que muchas veces los echan de casa. Después, el de las instituciones educativas, pues tenemos casos de chicos a los que no se les ha dejado acceder a la universidad o estudiar el último año de instituto.
Asimismo, les es imposible acceder al mercado laboral. E incluso los arrendadores les vetan si lo sospechan o se enteran. A muchos no les queda más remedio que malvivir en la calle”. De ahí que salir del armario no sea lo más fácil de hacer en Túnez. Los más afortunados tienen que aceptar como sus padres les dicen que están enfermos y les obligan a iniciar “terapias de conversión”. Los que más suerte tienen son aquellos a los que los progenitores lo sospechan y optan por no hacerles preguntas, por mirar hacia otro lado, pero nunca tener esa confirmación “oficial”.
Tahalin Abu Chan (Transexual árabe israelí)
“Tuve que huir de Nazaret, me pegaban e insultaban a diario”
Desde pequeña, o mejor dicho pequeño, porque entonces era un niño, le encantaba el baile. Hacía el spagat mejor que el resto de las niñas, algo que a su padre le encolerizaba. “Habla con un hombre, no hagas esos movimientos de mujer”, le gritaba cada día su progenitor. Ahora, a sus 22 años Tahalin Abu Chan se siente libre. Nació en Nazaret, una ciudad conservadora de Israel donde nunca estuvo bien vista su transexualidad. Ella se sentía niña, chica, mujer. Pero su entorno, pertenece a la comunidad árabe israelí (cristiana), no lo toleraba. “Me insultaban y pegaban a diario, era un infierno, así que a los 18 años decidí huir a Tel Aviv. Allí no tenía nada ni conocía a nadie, pero no podía seguir en Nazaret”, explica a LA RAZÓN Tahalin, cuyo espectacular físico le ha servido para ganar varios certámenes de belleza. En la segunda ciudad más grande de Israel contactó con colectivos LGTB para solicitarles ayuda. Rápido le tendieron la mano. Israela Lev, una activista también transexual, se convirtió en su segunda madre. “Ella me sacó de la calle, estuve durmiendo en las aceras durante un tiempo, vivía de la caridad. Israela me rescató. Volví a nacer”, explica la joven. Y es que Tel Aviv se ha convertido en el “refugio” de la comunidad LGTB en Oriente Medio, donde los derechos de homosexuales, gays, transexuales y bisexuales son aniquilados. “Es muy compleja nuestra situación, pero imagínate encima ser árabe. Su cultura es muy cerrada y si bien algunos no te hacen nada, tampoco quieren saber del tema, te ignoran”, explica Tahalin, que ahora estudia Trabajo Social en la Universidad de Tel Aviv. Con la ayuda de Israela inició el proceso de cambio de género y en este momento, salvo por su carnet de identidad, no queda ni rastro de su hombría. “Siempre me sentí mujer y no olvidaré cuando Israela me dijo: “Serás una mujer preciosa”. Nadie me había dicho algo así nunca”, dice emocionada. El año pasado resultó ganadora del concurso Miss Trans Israel y quedó segunda en el certamen mundial celebrado en Barcelona. Su lucha y exposición a los medios la llevó a ser concursante de Gran Hermano Israel. Ahora vive uno de los momentos más dulces de su vida, pero no olvida las piedras que ha encontrado en el camino. “Volví a Nazaret hace unos meses, mi madre y mis hermanas me recibieron muy bien, pero mi padre sigue sin hablarme”, lamenta, aunque añade que nunca más volverá a ser una repudiada y que si para conseguirlo debe de olvidarse de retomar el contacto con su padre, no lo dudará. “Yo sólo quiero que entienda que soy una mujer. Soy un ser humano. No un circo. Quiero que mi causa sirva para ayudar a más personas. Que vean que no están solos. Ayudaré a mi pueblo y a mi gente”, asevera la también aspirante a modelo. Informa desde Tel Aviv, Ángel N. Lorasque.
Eugene, nigeriano que huyó de su país por ser gay
«Fui hostigado, agredido, torturado tantas veces, con cicatrices por todo mi cuerpo, sólo por ser lo que soy», explica el nigeriano Eugene, que ahora vive en Atenas como refugiado. «Esto realmente me ha ocasionado grandes problemas, problemas psicológicos con los que todavía estoy luchando», confiesa el joven, que es uno de los 430 pacientes a los que ha atendido la clínica especializada en víctimas de tortura que abrió Médicos Sin Fronteras (MSF)en la capital helena hace tres años. «Nigeria es un país donde no tienes libiertad de elección», explica Eugene, quien recuerda como «uno de los días más tristes de su vida» el 1 de octubre, cuando un grupo de chicos le atacaron a él y a su entonces pareja como nunca antes, de forma muy severa». A pesar del linchamiento de su comunidad, dejar su país, su vida allí, no ha sido nada fácil y Eugene sigue emocionándose al recordarlo. Se despidió de sus dos hermanos pequeños y lo dejó todo. Desde Nigeria fue hasta Turquía y de allí hasta Grecia. Eugene habla inglés perfectamente y está tomando clases de griego para poder adaptarse a la vida allí e interactuar de forma adecuada con los griegos, su nueva nación, donde reconoce sentirse por primera vez, «orgulloso de decirle a la gente quién soy y por primera vez me siento vivo».
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