Los Ángeles
Woodward tras la pista de la última noche de John Belushi
Aparece la biografía sobre el mítico actor escrita por uno de los grandes maestros del periodismo
Hollywood y sus excesos son un matrimonio que se ha mantenido desde que empezó andar la meca del cine. Desde Fatty Arbuckle a Heath Ledger, pasando por Marilyn Monroe y River Phoenix, la ciudad del bulevard de los sueños rotos ha visto sobredosis accidentales o suicidios a base de pastillas a lo largo de su densa historia. Es el Hollywood Babilonia al que Kenneth Anger dedicó dos libros. Uno de los episodios más dramáticos de esa saga lo protagonizó uno de los mejores cómicos de su tiempo, imitado por muchos, nunca superado. Se llamaba John Belushi y tenía 33 años cuando lo encontraron muerto, el 5 de marzo de 1982, en la habitación de un hotel de Los Ángeles. Y ese es el camino por el que hace algún tiempo paseó uno de los más prestigiosos periodistas de nuestro tiempo.
Un Watergate de estrellas
Tras el éxito obtenido al desenmascar la trama oculta en el Watergate, junto a su compañero Carl Bernstein, Bob Woodward se convirtió en uno de los periodistas más admirados y envidiados de todo el mundo. Era joven, famoso, ambicioso y había conseguido con sus reportajes que el presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, presentara su dimisión. Su historia había sido llevada al cine por Robert Redford y su diario, «The Washington Post», confiaba en él. Pero en 1982, Woodward decidió salirse de su terreno habitual, las intrigas políticas alrededor de la Casa Blanca y el Congreso para bucear en la muerte de Belushi. Cuatro meses después del fallecimiento del actor, el periodista había recibido una llamada de la viuda del protagonista de «Granujas a todo ritmo», Judy Jacklin Beluschi, quien sospechaba que su marido había muerto asesinado. El periodista convirtió aquella investigación en un fascinante libro que llega a nuestro país con cosiderable retraso. «Como una moto. La vida galopante de John Belushi», editado por Papel de Liar, es un retrato de un genio del séptimo arte y de su autodestrucción, con el Hollywood de las drogas como telón de fondo.
Woodward tuvo la ventaja de acceder a fuentes impensables hasta la fecha para su trabajo. Judy se sinceró con él y le narró algunos de los más inquietantes secretos de su relación con Belushi. No solamente accedió a someterse a ser entrevistada numerosas veces sino que le entregó su diario al periodista. En este sentido también influyó en que buena parte del grupo más cercano al cómico quisiera responder a las dudas del reportero. La lista de entrevistados, que se incluye en el volumen, es una especie de «quién es quién» en el mundo privado de Belushi: desde actores –como Jack Nicholson o Dan Aykroyd–, directores –como Steven Spielberg o John Landis– pasando por camareros o traficantes de droga. Son 267 fuentes a las que se suma una ingente documentación, fruto de dos años de trabajo. Todo ello permite reconstruir el rápido tiempo que le tocó vivir a Belushi, un camino en el que el periodista demuestra su capacidad para reflexionar sobre un tiempo que va más allá de la política. Mientras el país renacía de las ruinas del Watergate, en Hollywood había quien se saltaba advertencias sobre sus excesos.
El libro no es propiamente una biografía sobre la vida y milagros de Belushi, aunque hay un poco de todo esto en sus páginas. La lupa de investigador de Woodward se centra en la autodestrucción de alguien con la suficiente capacidad para convertirse en uno de los grandes iconos del séptimo arte. Es la lucha de unos pocos, especialmente Judy Jacklin Belushi, por desenganchar al «blues brother» por excelencia de una serie de adicciones. Woodward habla de alguien a quien, en 1979, el doctor Bernett Braun no veía un futuro muy esperanzador. Braun le diría a uno de los productores del actor que «tienes que apartarlo de las drogas. Si no lo haces, sácale tantas películas como puedas porque sólo le quedan dos o tres años de vida». Por desgracia, el médico no se equivocó.
El periodista afirma que «entregar o vender drogas a John era una suerte de juego, como arrojar cacahuetes a las focas del zoo: si le das algo, actuará, hará su papel de chalado abominable; si le das algo más, le tendrás toda la noche en vela, bailando compulsivamente, dejando todo atrás». Y «Como una moto» demuestra que todo eso es cierto en un negocio en el que prima más acabar una escena de alto presupuesto que la salud de uno de sus intérpretes principales. Y todo ello, pese a tratarse de alguien que, junto a su socio, Dan Aykroyd, había sacado el disco más vendido del país, con 2,8 millones de copias. Además Belushi era la estrella de «Saturday Night Live» de NBC, el programa más aplaudido de la televisión nocturna, con una audiencia que superaba los veinte millones de espectadores.
Woodward investiga sobre alguien que para mantener su tren de vida necesitaba unos ingresos anuales de entre 500.000 y un millón de dólares. Los contratos de sus últimas películas auguraban unas buenas condiciones económicas que, casi siempre, acababan desembocando en locas noches con mezclas de cocaína y heroína.
El último día de la vida de Belushi es un viaje en una montaña rusa, acompañado de Robert de Niro y Robin Williams como testigos privilegiados de una bajada a los infiernos con difícil retorno. Tal vez por ello, Steven Spielberg le diría a Woodward sobre su amistad con Belushi que «en general, podría haberme involucrado más en su vida. Se acercó a mí. Pero pensé que me consumiría... Soy un obeso del control (...) Su estilo de vida era opuesto al mío. Le apreciaba, y tengo un nudo en la garganta por John».
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