Feria de Bilbao
Padilla se reconcilia con Madrid
- Las Ventas. 20ª de la Feria de San Isidro. Se lidiaron toros de la ganadería de Samuel Flores, el primero de Agustina López Flores. Lleno. - Juan José Padilla, de verde botella y oro, casi entera (silencio); estocada baja (saludos).- Luis Miguel Encabo, de blanco y oro, tres pinchazos, metisaca feo (silencio); tres pinchazos, descabello (silencio).- Iván García, de malva y oro, bajonazo (silencio); estocada, aviso, descabello (palmas).
Volvía Padilla a Madrid. Cuatro años después del altercado que sabíamos que le pasaría factura. Aquellos besos dedicados al Siete a modo de burla. Madrid se cobra las deudas. Pasados cuatro sanisidros regresaba en son de paz. La tarde se nos avecinaba dilatada, espesa, se podía sentir el sopor ante toros de escaparate, de aparatosa cornamenta, ingobernable volumen y con la casta y la bravura perdida e iluminados en ocasiones por la mansedumbre. Así estábamos. Poco que ver, nada de lo que quedará mañana: qué diablos, ni tan siquiera diez minutos después. Padilla se encajó de rodillas en el tercio para recibir al cuarto, era un «tiarrón» de toro. Pasado de vueltas y de afán, no le dio una larga cambiada de rodillas, sino tres. ¿Serían los lances del perdón? Ahí quedaron, mientras el público, reconciliado al parecer, jaleaba sus argumentos. Los que le hacen triunfar en otras plazas. Pero Madrid es Madrid, dicen. Y no todo funciona. Más discreto que brillante pasó el tercio de banderillas y al trasteo de la suerte final no se le vislumbraba el éxito. Comenzó por la derecha y dejaba el toro clara su inercia de rebañar con la cabeza alta, sin querer seguir la trayectoria del engaño. Otra cosa encontró por el zurdo, que como toda la corrida tiró de izquierdas para emplearse algo más a fondo. Iba al paso, pero le robó Padilla entre la expectación recién despierta una tanda de naturales despaciosos, acoplándose a la lenta velocidad del toro. Quiso repetir, ahí estaba lo bueno, y dibujó los últimos pasajes dirección a las tablas mientras el toro cantaba sus pocos arrestos para perder la pelea y rajarse. Tenía todo vendido el torero, se lo llevó crudo y sin que nos diéramos cuenta a golpe de naturales. Descubierto el toro, hecha la faena y pasado el trasteo del animal, se perfiló con la espada y la hundió, pero más abajo de lo que dicta la ortodoxia. Lo mismo le dio al público, pidió el trofeo y hubo cabreo con el presidente. Padilla anduvo listo, y torero, y antes de darse una vuelta al ruedo con dudas, se quedó en una calurosa ovación que recogió en el tercio. A Iván García le salió el toro con más opciones. Había que tragarle para poder romper la embestida en la muleta. De la mitad para adelante de esa faena al sexto lo hizo. Se encontró, aguantó la brusquedad del envite y le cosió naturales de interés. Más renovado, asentado y claro en su ambición de querer se mostró el torero madrileño, que con el tercero hizo aguas por momentos. Iba y venía el toro a su aire, sin humillar. No superó esa línea el torero. A Encabo su primero se le rajó con una vocación irreversible de mansedumbre. Si le hubiera abierto la puerta, coge el toro y se va. Sin dudas. Como no hubo opción la breve faena cayó en chiqueros y la espada en ningún lugar. El quinto miraba por encima del estaquillador cuando el madrileño intentaba faena. No se empleó el toro y Encabo no se tapó. Con un manejable, sin casta ni en previsión, se las vio Padilla en primer lugar, y a esa faena le faltó tesón para aguantar. Se redimió después, aun sin premio, y trascendía su satisfacción. Era buena reconciliación si ponemos que hablamos de Madrid.
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