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Fantástica taberna

«Falstaff»A partir de textos de Shakespeare. Adaptación: M. Rosich y A. Lima. Dirección: A. Lima. Escenografía y vestuario: B. San Juan. Iluminación: V. Álvarez. Reparto: P. Casablanc, R. Arévalo, A. Saá, C. Machi, R. Montero, A. Lara, R. Pardo, Ch. Adeva, J. Barranco, S. Benedicto, M. Morales, Á. Ruiz, A. Blanco. Teatro Valle-Inclán. Madrid, 18-III-2011.

Ángel Ruiz, Pedro Casablanc, Alfonso Blanco y Sonsoles Benedicto larazon

«Desterrad al orondo Falstaff y desterraréis al mundo entero», se defiende el susodicho en una de las muchas y geniales líneas que colecciona en «Enrique IV». Falstaff, el borracho, el noble cobarde, el alegre y ocurrente amigo de juergas del joven príncipe Enrique, el putero y ladrón, como el propio Shakespeare lo describe, es, más que un personaje, una feliz intromisión en el alma humana, liberada la mirada de prejuicios. Todo eso lo han sabido transmitir Marc Rosich y Andrés Lima en un montaje que, como hizo Orson Wells en el cine, reúne los dos «Enrique IV» y parte de otros textos shakespearianos. Este «Falstaff» es un inteligente trabajo de edición y selección, un acertado laberinto de personajes recolocados –sobre todo los del lumpen– y un inmisericorde zarandeo de la bella poesía y la culta prosa del de Stratford upon Avon, destrozadas con alevosía en una traducción atrevida y callejera.

A la postre, es lo de menos: algún purista se echará las manos a la cabeza. Quien firma disfrutó de uno de los montajes más vivos y esenciales, por su verdad escénica y su entrega, que ha estrenado el Centro Dramático Nacional en mucho tiempo. Un «Falstaff», dirigido por Lima, que sin ser producción de Animalario es deudor de su estilo. Exhibe las virtudes de las mejores «animaladas», como los recursos y dirección de actores del sobresaliente «Urtain», y algunos de sus defectos, como el caos ruidoso de su manicomio de «Marat-Sade», reproducido en el exceso de una taberna empapada en jerez y bufonadas. Pero incluso entonces, cautiva: el Pistola lujurioso de Rulo Pardo, la inculta Doña Rauda de Carmen Machi, el torpe Pato de Chema Adeva, la pícara Dora Rompesábanas de Rebeca Montero y el amoral Bartolo de Ángel Ruiz, entre otros, componen un bestiario etílico y marginal resuelto con gran comicidad. Y sobre ellos, monarca ficticio y protagonista insólito, un Príncipe Enrique «carabanchelero», fresco, chulo, desinhibido y canalla de Raúl Arévalo, un registro sobresaliente.

Si bien el encanto de «Falstaff» reside a priori en su filosofía de la mala vida, esta propuesta se crece en las escenas de corte y batalla, que Lima resuelve de forma vibrante, sin que la política tenga nada que envidiar a la taberna. Allí, Alejandro Saá dota a su Hotspur de iracunda ambición y decidido empaque, y Jesús Barranco de solemne y espectral frialdad a su Enrique IV. Y con ellos, más trabajos notables, desde Alfonso Lara a María Morales.

Queda para el final la mención a Falstaff, el gran –en todos los sentidos– protagonista. Pedro Casablanc, que tantas veces ha demostrado ser actor enorme, no decepciona, con un poderoso y elaborado retrato de un sujeto que es la alegría de vivir personificada, el amor a la uva y la necesidad, como un niño grande, de la sombra del príncipe. Sería redondo si contuviera las risotadas gratuitas: con la barba y el falso barrigón Falstaff por momentos coquetea con la parodia navideña.