Francia
Aquel Semprún
Conocí a Jorge Semprún a inicios de 1995. Ambos fuimos invitados a un programa de libros de RTVE dedicado al Holocausto. A esas alturas, los nazis andaban destruyendo en las librerías mi libro «La revisión del Holocausto» y Alianza Editorial acababa de editar «El Holocausto», otra obra mía que era la primera Historia global de la Shoah escrita en lengua española. Semprún aportaba al programa no un libro sino una experiencia muy clara, la de haber sobrevivido a los campos nazis. Recuerdo que estuvo muy amable conmigo y que elogió calurosamente mi labor historiográfica. A la salida, charlamos un rato e intercambiamos direcciones. Volvimos a encontrarnos en distintas ocasiones, por regla general, en mesas redondas o conferencias sobre el sistema nacional-socialista. Aquí y allá, me habló de Carrillo –conseguía hacerlo con un distanciamiento prodigioso teniendo en cuenta lo que había narrado de él en su «Autobiografía de Federico Sánchez»– o me comentó que, en realidad, sus libros se vendían muy poco en Francia –cuatro, cinco mil ejemplares– algo que causaba una enorme sorpresa en los que lo escuchaban. A esas alturas había pasado sin pena ni gloria por uno de los gobiernos de Felipe González y había fracasado estrepitosamente como contertulio en el programa de Luis del Olmo –sólo aguantó una primera y silenciosa vez– seguramente porque él era más de argumentos sopesados y tranquilos que de choques estrepitosos y partidistas. Seguramente, también encajaba con una imagen que se había ido creando desde la época en que era un recluso de Buchenwald. Reuniendo materiales para mi «Recuerdo 1936», uno de sus compañeros de deportación, también del PCE, me contó cómo había leído la novela de Semprún sobre el tren de deportados y, a pesar de que lo acompañaba en el mismo vagón, no había reconocido absolutamente nada. También es cierto que el personaje nunca me dijo –a diferencia de Semprún, que lo reconoció por escrito– que los comunistas habían sobrevivido en los campos nazis simplemente porque se habían apoderado de la administración interior ante la actitud permisiva de las SS. Sin duda, quien me permitió conocerlo mejor fue su hermano, Carlos Semprún Maura. Perseguido por una izquierda que no podía tolerar que se hubiera convertido en liberal, Carlos me relató en una larga entrevista emitida desde los micrófonos de COPE cómo su hermano Jorge –al que consideraba un héroe al regresar de Buchenwald– había sobrevivido simplemente porque había sido un kapo, actividad, dicho sea de paso, que los comunistas estaban dispuestos a asumir para continuar vivos en el infierno creado por el nacional-socialismo alemán. Me he preguntado muchas veces si esa infernal experiencia no marcó a Jorge Semprún determinando su vida posterior. Lo impulsó, inicialmente, a seguir en el PCE escribiendo odas a Stalin y a la Pasionaria, pero, al fin y a la postre, el conocimiento de la condición humana le otorgó el suficiente espíritu crítico para enfrentarse con la dirección de Carrillo –el hombre al que los demócratas nunca agradeceremos bastante el haber liquidado el PCE–, para convertirse en atlantista frente a la URSS, para abandonar a Felipe González cuando la corrupción salpicaba en todas direcciones y para no sumarse a disparates como el zapaterismo. No fue poco, dado que todavía hay quien defiende el comunismo a pesar de los cien millones de muertos que causó en el siglo XX. Descanse en paz.
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