Barcelona
«Disfruta boludo que ganamos»
Madrid- «Cariño, hazme la maleta que me voy». Sin tiempo a terminar el entrenamiento, los jugadores del Atlético tuvieron que llamar a sus casas con prisa. El equipo jugaba la final de la Liga Europa contra el Fulham dos días después y el viaje, previsto para el día siguiente, tenía que adelantarse por culpa de un volcán islandés de nombre impronunciable. «AENA nos informa de que Barajas cierra a las dos de la tarde. Así que, o salimos antes de esa hora, o nos vamos andando a la final», fue el mensaje que se recibió en el club. En menos de tres horas se movilizó todo el contingente necesario. Quique Flores tuvo que suspender el entrenamiento, desde el club se hicieron más de 200 llamadas para movilizar a todos los «convocados» y el Atlético se encontró en Hamburgo un día antes de lo previsto y sin un campo para entrenar. Tuvo que improvisarse uno en la instalaciones de la Policía, en el que los jugadores no llegaron a calzarse las botas.
«El volcán jugó a nuestro favor. Llegamos con mucho tiempo para preparar la final. El hotel estaba alejado de todo, en una zona con mucho verde y tranquilidad. Nos concentramos a conciencia y todo salió bien. Yo prefiero llegar días antes para ir metiéndome en situación», dice Diego Forlán.
El día previo a la final, el club cumplió con la rutina obligada por la UEFA. Antes de saltar al césped, Quique Sánchez ofreció la conferencia de prensa al lado del capitán, Antonio López, y de Diego Forlán. La superstición del técnico evitó que la Copa presidiera la atención a los medios. Tres meses después, en Mónaco, el técnico exigió que la escena se repitiera antes de disputar la Supercopa al Inter. A su izquierda, Forlán, a su derecha, Antonio López y ni rastro del trofeo. En el césped, cada futbolista tenía su preocupación. Reyes se divertía intentando dar pelotazos a la cámara aérea que sigue el partido. Raúl García lo consiguió.
En la mañana del partido, un responsable del club avisaba a la UEFA: «El apodo de nuestro jugador número 10 es ‘‘Kun''. Cuando hace una gran jugada o marca un gol, nuestros aficionados gritan ‘‘Kun, Kun, Kun''. Por favor, no lo confundan con gritos racistas o xenófobos».
Forlán era uno de los más tranquilos entre los nervios que devoraban a jugadores y trabajadores del club. «¿Estás nervioso?», preguntó el uruguayo a uno de los empleados de la entidad rojiblanca. «Sí, bastante, quiero que salga todo bien», fue la respuesta. «¿Cuánto cuesta tu entrada?», insistió Forlán. «¿Cuánto darían millones de personas por estar en tu pellejo hoy? Así que, disfruta boludo, que, además, ganamos fijo».
En el autobús, camino del estadio, la superstición se mezclaba con la costumbre. La música en el autobús fue la misma de siempre. La colocación, también. En el vestuario, los jugadores estaban como en casa. Cada taquilla estaba decorada con una foto del «propietario» ocasional.
Cuando saltó al césped, el Atlético estaba convencido de su triunfo. Tuvo que esperar hasta la prórroga para que Forlán marcara su segundo gol. El uruguayo marcó los cuatro últimos goles de su equipo en el torneo. Desde cuartos, sólo un gol, el de Antonio López en Valencia, no había sido suyo.
Con el partido terminado, los aficionados españoles se olvidaron por un momento de su odio a Platini. Cuando el presidente de la UEFA entregó la Copa a Antonio López, el estadio entero fue un grito de felicidad ahogada durante 48 años, los que llevaba el Atlético sin un título europeo.
Su Alteza Real El Príncipe de Asturias fue de los primeros en felicitar al equipo en el vestuario. Fue allí mismo donde fue regado por Antonio López, el capitán, con una botella de champán, ante la atónita mirada de sus escoltas. Y cientos de entrevistas después, el equipo volvía rumbo a Madrid para celebrarlo en Neptuno.
Los rojiblancos apenas pudieron disfrutar el éxito. Seis días después, el Atlético disputaba la final de Copa contra el Sevilla. «Era tal la cantidad de aficionados que nos escoltaban por Barcelona hacia el Camp Nou animándonos que casi no llegamos», recuerda Forlán. «Según nos bajamos en el estadio nos cambiamos, calentamos, empezó el partido... y perdimos», añade. Pero la primera Liga Europa ya era suya.
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