Opinión
Los sábados de Lomana: Mi inspiración...
La próxima semana, el martes, se subastarán en la sala Durán cuarenta lotes de vestidos que tendrán una segunda vida
Desde muy pequeña me gustó la moda y los vestidos bonitos. Tenía un espejo en el que mirarme, mi madre. Ella era una mujer elegantísima, me gustaba verla cuando se arreglaba y me quedaba fascinada siempre que la veía salir de casa tan bella. Dejaba su estela de perfume en las escaleras, en el ascensor, y yo volvía del colegio y sabía si ella estaba en casa o había salido por su estela de olor a «Arpege» de LANVIN. Ese perfume ya no existe o al menos no tiene el mismo olor. La memoria olfativa creo que es la más fuerte que tenemos los seres humanos y la que más perdura. Mi madre me contagió el gusto por la belleza, por cuidarme, también su afición a la ópera y la música clásica. Pintaba maravillosamente, pero tengo la sensación que no se sentía valorada en su trabajo artístico, lo cual no la desanimó para seguir.
Nos gustaba dibujar juntas modelos que más tarde nos hacía una buenísima modista que se llamaba Elena. También salir de «shopping». Me enseñaba a distinguir lo que era de buen gusto y lo que no. No era muy aficionada a las joyas, mi querida abuela sí. Tengo piezas muy bonitas que me dejó en herencia. Mientras escribo recuerdo un collar de mamá dorado con pequeñas hojas colgando de una cadena que a mí me fascinaba. Vivir con una mujer con tanta personalidad y buen gusto me marcó. Nunca me negaba dentro de sus posibilidades ningún capricho en cuestión de moda. Mi padre también era un «gentleman», pero no entendía a veces mi forma de vestir cuando era adolescente. Un día le dijo a mi madre: «Fefa, esta niña cada día se disfraza de una cosa diferente, dile algo…» Le contestó: «está buscando su estilo, deja que sea libre».
Y lo he sido. Poco a poco, sin darme cuenta, fui teniendo una colección de vestidos de los mejores diseñadores. Londres fue para mí otra escuela de estilismo impresionante. Hizo síntesis de todo lo vivido. Guillermo, mi marido, me dijo: «No te das cuenta de que todo el mundo te mira». Ese día lo recuerdo porque yo estaba feliz de llevar un maravilloso conjunto de pantalón y sahariana de Yves Saint Laurent con una blusa de lazada en seda granate y lunares blancos. Tenía 23 años e ir con él me embellecía más que cualquier modelo. Por eso nos miraban.
La próxima semana, el martes, se subastarán en la sala Durán, Calle Goya, 19, cuarenta lotes de vestidos. Ahora que tanto se habla de dar una segunda vida a la ropa, de economía sostenible y circular, es exactamente mi filosofía. Que otros disfruten y puedan comprar a precios muy asequibles verdaderas joyas. Y cuando las lleven, den la importancia por todos los oficios: patronistas, cortadores, costureras y bordadores. Respetándoles y felices de llevarlas. Y también porque en cada vestido hay una historia y un momento.
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