
Jorge Vilches
Tirar del enchufe
Las cesiones de Sánchez están dejando todo preparado para que en la próxima avalancha independentista no haya más que desconectar de España

Mezclar ambición con irresponsabilidad es lo que lleva a un país al desastre, y Sánchez ha encontrado la fórmula perfecta para ese cóctel. En su empeño en permanecer en el poder entrega lo que sea sin pensar en las consecuencias a medio plazo. El problema es que sus cesiones están dejando todo preparado para que en la próxima avalancha independentista en Cataluña no haya más que tirar del enchufe para desconectar de España.
Si en las siguientes elecciones autonómicas, o en las otras, sale una mayoría nacionalista, sus dirigentes golpistas, que no se han arrepentido, podrán declarar la independencia con mayor facilidad que en 2017. Esa sencillez será gracias a la situación con la que quedará Cataluña gracias a Sánchez: sin deuda con el Estado, con Hacienda propia, unas fuerzas armadas de 22.000 mozos, idioma único, control de fronteras, puertos y aeropuertos, con 81 embajadas y 21 delegaciones de la Generalitat, y una retórica bendecida por la ley y el discurso sanchista. Cualquier Estado pequeño estaría más que satisfecho de contar con estas estructuras.
En la humillación posterior de Puigdemont a Sánchez, el catalán se jactó de usar esos mecanismos no solo para crear Estado, sino para dar rienda suelta al racismo y a la xenofobia. Esgrimió argumentos del nacionalismo fascista de la década de 1930 hablando de defender la «identidad nacional» frente a la invasión de razas con cultura, religión y estatus socioeconómico distintos. Si Indalecio Prieto dijo en la Segunda República que el País Vasco independiente gobernado por el PNV sería el «Gibraltar vaticanista», qué diría de esta Cataluña en manos de los socios preferentes de Sánchez.
Es indignante que el PSOE permita las políticas racistas en la España de 2025 porque un señor que ha perdido las elecciones se ha atornillado a la Moncloa y necesita siete votos. El asunto demuestra una vez más que el partido socialista se ha convertido en un sindicato de interés de Sánchez, sin personalidad ni criterio, capaz de mentir y desdecirse de forma natural cuando lo ordena el amo. De hecho, Salvador Illa, presidente de la Generalitat, no está contando absolutamente nada en la transferencia de competencias y el diseño de la futura Cataluña. El exministro de Sanidad prueba así que no es más que un testaferro de Sánchez, en espera de que vuelva al poder en su región el independentismo sin tapujos.
Con esta deriva el sanchismo está alimentado la idea de que Cataluña puede y debe vivir sin el resto de España. En lugar de fortalecer a los catalanes que desean seguir formando parte del país, dar respaldo a los que sufren la vulneración de sus derechos por ser castellanoparlantes, y forjar ataduras emocionales y económicas, Sánchez ayuda a barrenar los puentes.
En esta situación la desesperanza o la indiferencia se ha adueñado de los demás españoles. Unos están cansados del tema catalán cuando tienen problemas graves en su región que no se atienden con la misma celeridad ni celo por parte del Gobierno. Esto lleva también a esas personas a desenchufarse de la política española. Otros son pesimistas porque Sánchez ha colonizado el Tribunal Constitucional para asegurar que cualquier cosa que se le ocurra salga adelante. La sensación es que nuestra democracia es de peor calidad por interés particular del presidente, y esto hace que más gente se desenchufe por haber perdido la esperanza en los contrapesos democráticos.
Llegará el día en el que la cuestión sobre la mesa sea un referéndum de autodeterminación de Cataluña. Quizá con los presupuestos. Pillará a los socialistas habiendo transferido todas las estructuras de Estado y hablando del país «plurinacional», con una Constitución desvencijada. Será entonces cuando la separación sea imparable, y con ella la España que hemos conocido. No servirá entonces que el PSOE culpe de todo otra vez a la «derecha» y a la «ultraderecha», a Trump, a la «fachosfera» y a la «tecnocasta», ni el lenguaje patético con el que quiera explicarlo.
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