País Vasco
Soraya y Cospedal: portazo a la política
«La generala» y «la capataz» han vuelto al mundo del Derecho y, aunque siguen viéndose con gente del partido, no quieren volver a la política «ni por asomo». Ahora lo suyo es la vida social
«La generala» y «la capataz» han vuelto al mundo del Derecho y, aunque siguen viéndose con gente del partido, no quieren volver a la política «ni por asomo». Ahora lo suyo es la vida social.
Ellas, que fueron poderosas y eternas rivales, ahora coinciden en algo: su frontal rechazo a volver a la política: «Ya tengo otros planes». Es la frase unívoca con la que Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal responden a cuantos les preguntan por si piensan volver a la vida pública. «Ni por asomo», dice la primera. «Quiero estar fuera de foco», afirma la segunda. Un año después de aquellas históricas primarias en el PP –en las que Soraya salió derrotada frente a Pablo Casado y Cospedal inició su retirada como secretaria general y diputada–, las dos mujeres que gozaron de mayor poder en el gobierno y el partido de Mariano Rajoy han dado un giro copernicano a su vida. Ambas retornaron a su área profesional del Derecho, una en el ámbito privado de un bufete de prestigio; la otra, como Abogada del Estado en el Tribunal Supremo. Ahí están las dos: «Siguen divinas de la muerte», dicen con cierta ironía desde la cúpula de Génova trece.
Ha pasado un año de aquellas convulsas primarias del PP. Soraya rivalizó con Casado y perdió, según algunos de sus leales que aún no perdonan esa derrota, con «malas artes». María Dolores, también aspirante a liderar el partido, prefirió dar un paso atrás y apoyar a Pablo. Lo cierto es que ahora, la «capataz» del Gobierno y «coronela» del partido –como las llamaban muchos compañeros–, se sienten en paz, sin intrigas soterradas de por medio y en un diferente espacio profesional. Protagonistas de una dura rivalidad, Soraya desde la vicepresidencia del Gobierno, y María, en esta nueva vida también coinciden en algo: pasar más tiempo con sus hijos. «Ahora sí le estoy educando», dice Soraya sobre su hijo Iván, de siete años, al que tuvo siendo la número dos de Rajoy. «Puedo irme con él tranquila de veraneo», asegura Cospedal de Ricardo, su retoño que alumbró de soltera. Aunque las dos insisten en su espalda a la política, siguen de cerca la actualidad y se ven a menudo con antiguos compañeros. A Soraya, nada más perder su batalla en las primarias, la llamó personalmente Pedro Sánchez y le ofreció un puesto en el Consejo de Estado, que ella aceptó encantada. «Desde luego no por dinero», comentó entonces, dado que su única retribución consistía en una testimonial cantidad por asistencia a los plenos. Fue ella misma quien endureció las incompatibilidades de los altos cargos. Pero su gran oportunidad saltó con su fichaje estrella en el bufete Cuatrecasas, uno de los más influyentes de España. Aquello fue muy criticado por la personalidad catalana de Emilio Cuatrecasas, quien había viajado al País Vasco para entrevistarse con Urkullu y pedir su mediación ante el referéndum del 1-O. En el bufete niegan «pago de favores» en su llegada y destacan sus «altos méritos profesionales». Tras lograr el permiso del departamento de incompatibilidades en el Ministerio de la Presidencia –antes bajo su mando–, se incorporó como socia y miembro del consejo de administración. En el Consejo de Estado, coincide con Teresa Fernández de la Vega, José María Michavila o Federico Trillo. «El mundo de la Universidad y la experiencia política nos enriquece», afirma. A Soraya le llueven las ofertas para dar conferencias en toda España. «Sigue teniendo mucho morbo», dice un ejecutivo que ha compartido con ella un reciente Seminario sobre la mujer en el mundo jurídico. Desde su despacho, dirige un equipo transversal. «Los abogados de vocación tenemos la fortuna de servir a la sociedad en diversos ámbitos», asegura la ex vicepresidenta. Según directivos de Cuatrecasas, se ha integrado plenamente en el equipo: «Le echa muchas horas y es muy valorada por los clientes». Es decir, que trabaja a destajo y sin ningún trato de privilegio. En el terreno personal, mantiene contactos con sus antiguos leales, entre ellos la ex ministra Fátima Báñez –ahora también en expectativa de destino privado–, su gran colaborador, José Luis Ayllón –actual responsable de asuntos políticos en otra firma de letrados–, y los llamados miembros de «La gloriosa». Así se les conoce a un elitista grupo de abogados del Estado como Jaime Pérez Renovales, Leopoldo González Echenique o Miguel Temboury.
Agenda social en pareja
Otro perfil es el de María Dolores de Cospedal, que también lo fue todo en política. Presidenta de Castilla La-Mancha, ministra de Defensa y todopoderosa secretaria general del PP, mantiene una agenda social siempre junto a su marido, Ignacio López del Hierro. Bien anclados en los eventos sociales madrileños, Cospedal ejerce su plaza como abogada del Estado en la Sala de lo Contencioso del Supremo, una de las más relevantes. Hace unos meses, se rompió el menisco de la rodilla en un accidente doméstico y bromeaba: «Me siento feliz y compuesta por completo». Acude todos los días a la sede del Supremo y vive a caballo entre Toledo y Madrid. En la capital manchega, el matrimonio dispone de un hermoso Cigarral que, según algunos amigos, desean poner a la venta, para afincarse definitivamente en su piso de la capital. Mantiene contacto frecuente con gentes del partido, entre ellos, la ex ministra de Agricultura, Isabel García Tejerina; su fiel colaborador, Vicente Tirado, y el actual alcalde madrileño, José Luis Martínez Almeida, compañero de carrera y profesión.
Un año después, ambas han cambiado algo su imagen. Soraya ha recortado su melena y Cospedal ha oscurecido sus mechas. Antiguos compañeros de partido dicen que la primera es más cercana («se pone al teléfono»), y la segunda más distante («tarda en llamarte»). Hubo un día en que el jefe Mariano, con quien las dos hablan y se ven a menudo, pasaba revista. Ya lo advirtió el ex presidente: no me consta esa enemistad, y encima es machista. Para nota, ahora con tanto feminismo en ciernes.