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España
Lo que queda del Tratado de Utrecht
Gibraltar forma parte del patrimonio de la Corona Real española desde la época de los Reyes Católicos, por eso figura en el título largo de la Monarquía. Ésta es seguramente una de las razones de que en estos momentos el terreno que ocupa no sea verdaderamente propiedad de la reina de Inglaterra.
A principios del siglo XVIII, cuando se produjo una guerra entre Felipe V y Carlos de Habsburgo, los ingleses, que apoyaban a este último, aprovecharon la oportunidad para adueñarse de Gibraltar.
Hicieron algo que demostraba su intención de quedarse con el territorio: expulsaron a la población y la obligaron a instalarse en lo que hoy es la Línea de la Concepción. De este modo, los nuevos habitantes de Gibraltar eran traídos de fuera, no españoles.
En aquellos momentos, los ingleses, que también dominaban la isla Menorca, tenían el proyecto de controlar el Mediterráneo desde tres puntos clave: Gibraltar, Baleares y Malta.
España pudo recuperar Menorca aprovechando la Guerra de Independencia de los Estados Unidos, pero fracasó en el caso de Gibraltar.
Ahora bien, en el Tratado de Utrecht figura una cláusula muy importante: Inglaterra recibía en depósito la fortaleza, pero no podía entregársela a ningún otro poder político salvo a España, negociando previamente con ella. Esto prácticamente se mantuvo mientras el Imperio británico conservó su unidad.
Durante la Segunda Guerra Mundial, la propaganda alemana intentó aprovechar la situación de Gibraltar para conseguir que España participase en el conflicto. Fue entonces cuando Franco pronunció una frase que no debemos olvidar: «Gibraltar no vale ni siquiera la vida de un soldado español» y conservó, a ese respecto, las buenas relaciones. De esta manera, los trabajadores que desde La Línea iban a Gibraltar –con prohibición de residir allí– siguieron durante toda la guerra practicando esta forma de vida.
Winston Churchill, agradecido con España, en una conversación con el Duque de Alba, prometió que cuando la guerra acabara se hablaría del problema de Gibraltar. Pero como todo el mundo sabe, Churchill ya no gobernaba al acabar la guerra, y la documentación en la que todo esto figuraba ha sido destruida en Inglaterra –aunque no en España, naturalmente–.
Fue entonces cuando Areilza y Fernando María Castiella publicaron un libro hablando de las reivindicaciones españolas, entre las que figuraban Gibraltar y ciertas cabilas del norte de África. Cuando Castiella fue ministro y comprobó que, aprovechando la guerra, los ingleses habían ampliado el territorio para suplir su necesidad de campos de aviación, decidió llevar la cuestión ante la ONU, después de que en 1959 se aprobara la descolonización.
Hay un acuerdo de la ONU pidiendo a Inglaterra y a España que negocien la restitución de Gibraltar y que garanticen las personas y bienes que viven en aquel territorio. El Gobierno español aceptó plenamente esta condición.
Es entonces cuando Inglaterra falsifica el Tratado de Utrecht para inventar en Gibraltar un Estado independiente.
Si contemplamos de cerca el territorio, nos damos cuenta de la contradicción que esto representa.
Sin embargo, ahora el problema se torna más complejo: para Inglaterra, Gibraltar ya no tiene importancia desde el punto de vista militar. Pero en cambio sí desde el económico. Por eso, las medidas que se están tomando simplemente para controlar las entradas y salidas con abundancia de dinero negro molestan tanto al Gobierno británico, ya que pueden poner en peligro el negocio que significa en estos momentos para ellos esta pequeña –casi no me atrevería a decir– colonia.
Para un historiador, el problema de Gibraltar es importante porque, a causa de él, se están agriando las relaciones entre dos países, Inglaterra y España, que recíprocamente se necesitan y que, para Europa, son también importantes. Pienso que debería buscarse una fórmula, una solución que permita a ambas partes mantener, como siempre, el tono de unidad.
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