Opinión

Jesica Rodríguez: El destape de la meritoria

El Estado está colonizado hasta la náusea por el sanchismo

Jéssica Rodríguez, expareja de Ábalos, a su llegada al Tribunal Supremo para declarar como testigo
Jéssica Rodríguez, expareja de Ábalos, a su llegada al Tribunal Supremo para declarar como testigoEuropa Press

Cuando Alejandro Nieto describió la organización del desgobierno, hace ya treinta años o más, no consideró la posibilidad de que se pudiera añadir al caos una red de corrupción tan descarada y risible. Históricamente estos asuntos libidinosos eran tratados con más sigilo y pudor. El viejo profesor no se pudo imaginar que un ministro colocara a sus amigas carnales en empresas públicas, y que luego, como en un mal chiste, saliera el responsable de la contratación diciendo que la selección de la escort se hizo por sus “méritos” y “capacidad”.

No me digan que esta historia, con los estereotipos del ministro chulanga, el portero de puticlub, la prostituta de catálogo y las mordidas cutres, no parece sacado de una película del destape de los setenta. Esas en las que aparecía un tipo gordo trajeado y peinado con cortinilla que tiraba pellizcos a la querida que había colocado en la oficina.

Lo malo es que el filme lo hemos pagado nosotros. Las declaraciones del director de Tragsatec, Julián Pablo González Mata, nos confirman que se pretendió dar un barniz de legalidad a un proceso de contratación irregular porque desde el inicio se pensaba que la amiga carnal del ministro tuviera un sueldo público sin trabajar. Jésica fue contratada para un encargo inexistente, y era la cúspide de la compañía la que tenía que certificar las horas trabajadas. Es más; desde que la favorita de Ábalos presentó la solicitud laboral hasta que la designaron para el puesto sólo pasaron siete horas. Resultado: el ministro siguió disfrutando de su amiga pagada con dinero público.

El sistema es el mismo que utilizó el hermano de Pedro Sánchez, salvo en la contraprestación carnal. Según avanza el caso de Jésica es claro que hay más implicados en este caso de corrupción que Ábalos y Koldo, porque para pasar los filtros de la contratación pública y el absentismo laboral hizo falta que muchos se taparan la nariz o mirasen para otro lado.

Lo que subyace es que las empresas públicas en manos del Gobierno se han convertido en cortijos de partido donde colocar a cualquiera, ya sea un pariente o una amiga. A esto se suman las contrataciones a dedo en procesos opacos en la administración, con cierta discrecionalidad “técnica”, que permiten hacer favores a políticos y conocidos. Es el caso del Hermanísimo y de otros muchos que con toda seguridad pueblan este Estado colonizado hasta la náusea por el sanchismo. Con este PSOE no habrá ayuntamiento, diputación, autonomía o empresa pública en la que no se haya contratado a gente con el mismo sistema que a Jésica. Siguen el ejemplo del Presidente del Gobierno, que ha fichado a un millar de asesores entre simpatizantes y amistades para que estén mano sobre mano, eso sí, con un pingüe sueldo público.

Este sistema hace mucho daño al PSOE. De ahí la ira de Conde Pumpido porque la Audiencia de Sevilla quiera una revisión de su decisión de blanquear el mayor caso de corrupción de la historia de España: el de los ERE de Andalucía. Por eso era preciso distraer al personal con cualquier cosa, y evitar que pensaran que el sanchismo es un sistema extractivo. Esta vez ha sido el comentario totalitario de María Jesús Montero sobre la inutilidad de la presunción de inocencia, pero podría haber sido cualquier otra cosa. Es evidente que un “cabeza de huevo” monclovita buscó algún tema controvertido para que la andaluza dijera algo chirriante con lo que llenar los informativos.

Pero no hay que distraerse. El caso de Ábalos, Koldo, Jésica y demás feriantes deja al descubierto la sordidez chusca de unos personajes que creen que el Estado está a su disposición, que el dinero público, ese mismo que se consigue con abusivos impuestos, está para satisfacer sus deseos, incluso los carnales, o colocar a los suyos. Lo peculiar es que quienes se ríen en esta película no es el público, nosotros, sino sus protagonistas. Al menos de momento.