Opinión

Por el bien de todos

ETA nunca pudo pensar que sus atentados provocaran que nobles personas, heridas en lo más profundo de su ser, no empuñaran una pistola como ellos, sino que colaboraran con las Fuerzas de Seguridad

MD20. Madrid, 22/03/06.- La organización terrorista ETA ha anunciado, en un comunicado que publica la edición digital de Gara, un "alto el fuego permanente" a partir del 24 de marzo. Fotografía de archivo, tomada el 28-12-1973, en algún lugar de Francia, en el que miembros de la banda terrorista leen un comunicado tras el atentado que acabó con la vida del almirante Luis Carrero Blanco, entonces presidente del Gobierno. EFE/ ***SOLO ESPAÑA***
ETA anuncia un "alto el fuego permanente" en el año 2006Agencia EFE

El caso de «la Dama» no es único a lo largo de la siniestra historia de ETA. Ha habido, por lo que se comenta, otros muchos. De unos se ha escrito, o han sido citados de referencia, pero es seguro que de algunos otros nada se sabrá. La banda terrorista «cesó en sus actividades», pero como queda acreditado en el quehacer de organizaciones criminales similares las venganzas siempre restan pendientes. Y sé de lo que hablo.

A «la Dama», por lo que nos cuenta el teniente Francisco Hermida, al que tuve el honor de conocer en los años difíciles de la lucha contra ETA, un héroe como sus compañeros del cuartel de Inchaurrondo con Rodríguez Galindo a la cabeza, le movía la venganza porque los pistoleros habían arrebatado la vida de un hombre al que amaba. Los del «comando Oker» le asesinaron porque alguien había escrito que colaboraba con los GAL. No hacían falta comprobaciones: juicio, sentencia y ejecución en un sólo acto. Tiempos terribles aquellos en los que algunos medios «marcaban» a determinadas personas que, inmediatamente, pasaban a ser objetivos de ETA.

«La Dama» actuó por legítimos motivos sentimentales, como ocurrió con otra persona, a la que la historia cinematográfica de esta nación debe algún tipo de serial, tan de moda ahora. Luis Casares Pardo era un «laguntzaile» (colaborador) del «comando Eibar», que alojaba a los pistoleros en su casa de Placencia de las Armas, hoy Soraluce. Los etarras, por lo que se sabe, traicionaron a aquel buen hombre en lo que más quería, su familia, las mujeres de su familia. Estaba enfermo de cáncer y poco podía hacer contra asesinos despiadados y armados y optó por colaborar con la Guardia Civil para que los detuviera. La operación fue un éxito, pero gracias a la inteligencia y a la perspectiva de futuro del Servicio de Información de Inchaurrondo, se convirtió en el mejor colaborador del Estado. Otra vez, eran los motivos sentimentales y los legítimos deseos de venganza los que llevaban a ETA a hilvanar un fracaso tras otro, la desarticulación de un «comando» y después otros más, hasta llegar a la cúpula de «Artapalo» en Bidart. Siguieron otras cúpulas y más desastres para los que se presentaban como «gudaris salvadores del pueblo trabajador vasco» y no eran otra cosa que delincuentes de la peor especie y, de paso, chulos de esquina.

Aunque no lo han dicho, a ETA le ha sorprendido que las víctimas de las 854 personas que asesinaron sólo pidieran, como siguen exigiendo, dignidad y justicia. Pero cuando los sentimientos, el amor, está por medio pueden ocurrir cosas como las descritas.

Era tal la prepotencia de los pistoleros, que nunca se les pudo ocurrir que algunas de sus acciones criminales, además de ser perseguidas por la Justicia, que siempre es lo deseable en una democracia, provocaran que nobles personas, heridas en lo más profundo de su ser, no empuñaran una pistola como ellos, sino que colaboraran con las Fuerzas de Seguridad. Pero así ocurrió por el bien de todos.