Prisión Permanente Revisable
El crimen de la niña que no vale la prisión permanente
Lucía, de 5 años, fue asesinada junto a su madre y la pareja de ésta por un clan que tiró sus cuerpos a una fosa y los cubrió con hormigón. Su padre recurrirá la sentencia, que permitiría a los asesinos salir en siete años
A ella le gustaba cantar y bailar, el cachondeo, la alegría. Era vida pura. El último whatsapp que guarda su padre de ella es un audio que le mandó canturreando trozos de canciones de La Húngara y Canelita. «Se inventaba partes... las versionaba a su manera», recuerda Joaquín Begines, padre de Lucía. Hace justo tres años el cadáver de su niña, de solo 5 años, fue hallado en el interior de una fosa de un metro de diámetro hecha ex profeso para esconder su cuerpo en el cuarto de baño de una vivienda de Dos Hermanas (Sevilla). Habían echado hormigón encima de los cuerpos aún con vida y colocaron unas baldosas en superficie para disimular una obra menor. Junto al cuerpo de la niña, que tenía un impacto de bala en la cabeza, estaba el de su madre, Sandra Capitán, y el de la pareja de ésta, Yilmaz Giraz, un narcotraficante de heroína turco afincado en España. Los problemas de éste con un clan gitano relacionado con el tráfico de drogas, «Los Cabo», a quienes probablemente abastecía, degeneraron en una paliza mortal no solo a él, sino también a su mujer y la hija de ésta, a quien enterraron aún con vida. El cuerpo de la niña, según el análisis forense, presentaba en las vías respiratorias «un material de aspecto negruzco y consistencia friable. La llegada de dicho material hasta los bronquios indica que fue aspirado, requiriendo de movimientos respiratorios que introdujeran dicho material en la vía, por tanto, la víctima aún con vida».
25 años
El triple crimen fue juzgado en la Audiencia Provincial de Sevilla este verano (del 23 de junio al 7 de julio) y, aunque el veredicto del jurado popular consideraba a parte de los acusados culpables de asesinato, la sentencia notificada el pasado 1 de septiembre y firmada por el magistrado presidente del tribunal, Juan Romeo, un juez progresista y que se acaba de jubilar, ha dejado a la familia estupefacta. Les condena a 25 años por asesinato, muy lejos de la prisión permanente revisable (PPR) que debería haber aplicado al ser Lucía menor de edad y víctima especialmente vulnerable. Así lo pedían la Fiscalía y la acusación particular, desde ahora ejercida por la letrada Patricia Catalina, delegada de la Asociación Clara Campoamor en Andalucía y que lleva años luchando por la defensa de mujeres y niños. La abogada ya está preparando el recurso ante el TSJ.
Concentración
Para mostrar su repulsa ante esta clamorosa sentencia y para pedir la aplicación de la PPR, la familia de Lucía convocó ayer una concentración a las 19:00 horas de ante la Audiencia de Sevilla, cuyas puertas conoce bien Joaquín, ya que el juez no le dejó entrar a ninguna de las sesiones de la vista oral por el crimen de su hija. El sufrimiento de este hombre de solo 32 años, que cuando no había cumplido los 17 ya perdió a su madre (también Lucía, de ahí el nombre de su hija), es terrible; pero su entereza y ausencia absoluta de odio es digna de admiración.
Narcotraficante turco
Sandra y él se conocieron con apenas 20 años. Al año y pico de relación, ella se quedó embarazada y él decidió dejar su casa de Los Palacios para irse a vivir con su novia y su suegra a la barrida sevillana de las Tres Mil Viviendas. Lucía llegó al mundo el 5 de enero de 2012 y, cuando los papás primerizos comenzaron a hacer su vida en un nuevo hogar, comenzaron los problemas de convivencia entre la pareja. Decidieron separarse pero mantuvieron una buena relación y la custodia compartida. Sandra rehizo su vida junto a un hombre que Joaquín apenas vio «tres o cuatro veces», en algún intercambio de la menor. «No sabía ni que era turco, ni a qué se dedicaba. Solo que se llamaba Antonio y que se llevaba bien con mi niña y eso era lo único que me importaba», recuerda el padre de Lucía, que ahora se pregunta si debería haberse preocupado más por saber quién era aquel hombre y si debería haberse llevado a su hija el día del crimen porque precisamente le tocaba estar con ella.
Caída del patinete
«Ese fin de semana me tocaba pero se había caído del patinete eléctrico y la llevaron al hospital: se había roto el brazo. Le dieron el alta de madrugada y su madre me dijo que si mejor se quedaba en casa e iba a por ella al día siguiente». Fue el último día que la vio. Cuando hablaron el sábado por la mañana le dijeron que no había pasado buena noche por el dolor del brazo y por eso, cuando no le cogían el teléfono a las 16:00 horas, pensó que estarían echando la siesta. Ella estaba bien, le había estado mandando audios cantando a mediodía, así que no se preocupó. No supo nada en todo el día ni tampoco al siguiente, lo que le llevó a presentarse en su casa, en el barrio de Bellavista pero tampoco contestaban al telefonillo. Junto a su ex suegra decidieron ir a poner una denuncia en la comisaría de Bami. «Me dijeron que tenía que denunciar a Sandra por incumplimiento de régimen de visitas porque, si lo hacíamos por desaparición, tenían que pasar 48 horas, pero yo no quería denunciarla. Estaba seguro de que ella no se la había llevado a la fuerza». Con las mismas regresaron a la casa por si aparecían pero no hubo suerte y decidieron entrar: no parecía que hubieran robado, más bien, como si hubieran salido con prisa. «Había unas patatas en la cesta de la freidora preparadas para cocinar y unas hamburguesas en la encimera». Algo les obligó a salir de improvisto.
15 días de angustia
Comenzaban los 15 días de mayor angustia en la vida de Joaquín. Se pasó los días y las noches en la calle pegando carteles, no hacía otra cosa. Ni si quiera iba a su casa a dormir: solo vagaba por las calles. Perdió peso hasta llegar rozar los 40 kilos. Un muerto en vida. «Un día me llamó una amiga diciendo que estaba la Policía en una casa de Dos Hermanas y que podrían estar allí los cadáveres». Se fue corriendo para allá pero no le dejaron traspasar el cordón de seguridad y se quedó toda la noche sentado en el bordillo, esperando noticias. Vio llegar efectivos de la UME, a los Bomberos, ambulancias...no entendía nada. Ya de madrugada, cuando un agente se retiraba, se acercó a él y le dijo: «¿Eres Joaquín? Lo siento». En ese momento solo recuerda gritar «¡Hijos de puta!». Y fundido a negro. Del mes siguiente solo sabe lo que le han contado porque él no recuerda absolutamente nada. «Dicen que me sentaban en un sitio y yo no me movía, no escuchaba, no respondía... Un zombi». Después, el tanatorio de su hija y la incineración que aceptó fuera junto a la madre de la niña. «Ella vino con su madre al mundo y se fueron juntas ¿Quién soy yo para separarlas ahora?»
El encargo
Detrás del crimen, que investigó el Grupo de Homicidios de la Policía Nacional de Sevilla, se encontraba el clan de «Los Cabos», traficantes de heroína, al igual que «El Turco», el novio de Sandra (madre de la menor). Según la sentencia, Ricardo García, «Cabo» (56 años); su hijo Ricardo García, «El Pollino», de 37 y la mujer de éste, Elisa F. H., (37) planearon el secuestro aunque hubo otros cuatro acusados más: la matriarca Joaquina (55 años); los sicarios David Hurtado, «El Tapita» (41) un monitor de boxeo y José Antonio Mora, «Quino» (39), culturista, además de la intermediaria de éstos matones con «El Pollino»: Manuela Muñoz. El encargo a los sicarios era traer a «El Turco» para hacerle hablar. Según la sentencia, le «abordaron, maniataron, encañonaron y metieron por la fuerza en el coche del Pollino». A pesar de los golpes recibidos en la vivienda de Cerro Blanco, no debió dar la información que buscaban así que hicieron lo propio con su mujer y la niña. «El Turco» seguía sin hablar. Antes de ser disparados hubo ensañamiento. Después arrojaron sus cuerpos a una fosa que habían encargado hacer y la cubrieron con hormigón. El forense que realizó las autopsias declaró en el juicio que nunca había visto algo así. Sandra, además, estaba embarazada.
El cuñado de “El parapléjico”
Dicen que cuando «El Turco» estaba desaparecido, Urfi Cetinkaya (supuestamente su cuñado) ofrecía 5 millones de recompensa a quién diera información sobre su paradero. Cetinkaya, turco de 70 años, es uno de los mayores traficantes de heroína de Europa y, desde que en los años 80 recibiera disparos de la Policía y quedara en silla de ruedas le apodan «El Paralítico». Lleva introduciendo esta droga por Europa desde los años 90 y ha conseguido un gran imperio. La crueldad de sus métodos de cobro de deudas pondrían en peligro a «El Pollino» y su familia cuando salgan de prisión.
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