Historia
¿Qué es el semen de Hércules?: así se dopaban los atletas en la antigüedad
Los brebajes y pócimas para aumentar el rendimiento ya eran una práctica habitual en los Juegos Olímpicos en la Grecia clásica. Tanto, que existían redes de tráfico de sustancias y hasta controles antidopaje.
Las trampas y el dopaje forman parte de la historia del deporte desde su nacimiento. La búsqueda de éxito y reconocimiento ha llevado a los atletas a lo largo de los siglos a cometer todo tipo de fraudes en sus disciplinas, creyendo que nadie los descubrirá. Muchos de ellos fueron “cazados” y apartados de la gloria.
El dopaje en el deporte se remonta a la antigüedad y a los primeros Juegos Olímpicos de la antigua Grecia. Desde el inicio de la competición en 776 a. C., los historiadores han escrito sobre sustancias que utilizaban los deportistas para mejorar su rendimiento. Era tan común que hasta existían redes de deopajes lideradas por prostitutas y atletas.
Pócimas mágicas y alimentos
Según se recoge en el estudio “Sustancias dopantes y técnicas antidopaje: Una visión histórica”, existen registros de los orígenes del dopaje en los diferentes continentes. Así, en el continente asiático, el uso de ciertas plantas con propiedades estimulantes, defatigantes y fortalecedoras - como el ginseng, opio o MaHuang - se remonta al 3000 a.C. El uso de la coca por parte de los incas en el continente americano, constatado en el 1530 tras la llegada de Pizarro, les permitía recorrer grandes distancias en poco tiempo -cientos o miles de kilómetros en tiempos récord de no más de cinco jornadas- debido a sus efectos estimulantes, anorexígenos y defatigantes. En el continente africano, los abisinios y los árabes utilizan desde hace siglos las hojas de “khat”, de donde se extrae la catina, con efectos similares a la efedrina: reduce o anula la sensación de sueño, fatiga y hambre. Por último, en el continente europeo, existen referencias que describen el uso del hongo amanita muscaria por parte de los vikingos para incrementar su valor y fuerza antes de iniciar un ataque.
No se trataba de un dopaje en sí como el que se conoce hoy en día sino más bien estaba basado en la ingesta de brebajes, pócimas o alimentos para aumentar el rendimiento. Como relataba Milón de Crotone, los saltadores ingerían carne de cabra; los lanzadores y boxeadores, carne de toro; mientras que la carne de cerdo era ingerida por aquellos que practicaban lucha. Sin jeringas ni hormonas en forma líquida inyectable, se dejó a los atletas atiborrarse de corazones y testículos de animales en busca de potencia.
“El semen de Hércules”
Aunque a las estrellas deportivas de la actualidad podrían parecerles inocuos, aquellos potenciadores mágicos del rendimiento ejercían una poderosa influencia sobre la psique del atleta, y además tenían el beneficio añadido de no ser detectables en la orina.
La “Sangre de Hefesto”, el “Hueso de Ibis” o el “Semen de Hércules” eran algunas de las sustancias utilizadas también de forma ilegal por los atletas de la Antigüedad que necesitaban alcanzar la excelencia deportiva para ser valorados en la sociedad como si fueran semidioses. Este último, es sin duda el más famoso y con ese nombre tan evocador no podría más que otorgar fuerza viril a quien lo tomara. Se trataba simplemente de hoja de mostaza exprimida pero los escritos de la época revelan que era realmente eficaz para aumentar la fuerza y la potencia de los deportistas.
Estos brebajes encantados no siempre se tomaban por vía oral: el jugo de achicoria untado en el cuerpo al amanecer mientras uno cantaba al dios sol Helios garantizaba la victoria de un atleta, así como el atractivo sexual. Bebido, el trago solo funcionó para curar la acidez estomacal. Pero para los antiguos atletas griegos que realmente querían obtener una ventaja competitiva, había un método aún más oscuro: usar magia negra para arruinar el desempeño de los oponentes. Esta “magia negativa” era extremadamente popular, a juzgar por los hallazgos posteriores. Los arqueólogos han excavado cientos de “lápidas de maldición” en Grecia: hechizos escritos en rollos de plomo, enrollados y enterrados en cementerios, donde se suponía que los muertos los llevarían al inframundo. Uno encontrado en Atenas estaba dirigido a un corredor llamado Alkidimos: “No dejes que pase las líneas de salida… y si las pasa, haz que se desvíe y se deshonre”.
Controles antidopaje
Sin embargo, estas trampas no salían gratis ya que, curiosamente, también existían los controles antidopajes. Antes de iniciarse la competición, los atletas se sometían un juramento frente a la estatua de Zeus en el que aseguraban no haber recurrido a procedimientos ilícitos para procurarse el triunfo, e incluso en muchas ocasiones se les obligaba a convivir durante el mes previo a la competición para estar más vigilados.
Si los atletas eran sorprendidos haciendo trampa en el antiguo Olympic Hames en Grecia, eran castigados por su ofensa. Se les prohibía participar en los juegos y sus nombres a menudo se grababan en piedra y se colocaban en el camino que conducía al estadio. Los pedestales sostenían zanes, estatuas de bronce de tamaño natural de Zeus. Los Zanes fueron colocados allí no para honrar a los grandes atletas de la época, sino para castigar, a perpetuidad, a los atletas que violaban las reglas olímpicas. En cada pedestal está inscrito el nombre del atleta infractor; su transgresión y los nombres de los miembros de la familia. Algunos, incluso pagaron su fraude con su propia vida.