Viaje al corazón herido de México
►La plaza azteca de Guadalajara reabre sus puertas, con la presencia del español Antonio Ferrera; Juan Ortega detiene el tiempo un día después y Roca Rey hace historia al corta cuatro orejas y un rabo en Plaza México
![Juan Ortega, en su debut en Guadalajara, México Viaje al corazón herido de México](https://imagenes.larazon.es/files/image_1600_900/uploads/2025/02/07/67a601c104200.jpeg)
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México pica, hierve, gusta, amansa la fiera de las prisas, pero por encima de todas las cosas atrapa de por vida. No hay quien se quite el veneno mexicano hasta el fin de los días de querer volver a las tierras donde hablar es un paraíso para la escucha, con esa riqueza del léxico y la audacia del verbo. Ya es sabido que las corrientes antitaurinas también aprietan en el otro lado del charco, aunque para ser más certero en el dardo de la palabra habría que afinar a las corrientes políticas, que asfixian a cambio de unos pocos votos y a veces ni eso, tan solo para complacer el capricho del gobernador de turno. Lo sabe la plaza más grande del mundo. ¿Es posible que se lo hicieran también a la plaza más grande del mundo? Lo es. Lo sufrió el coso de Insurgentes de Ciudad de México y a pesar de gozar en su triunfal reapertura con imponentes llenazos no está a salvo. Las amenazas encubiertas con todo tipo de triquiñuelas se suceden, pero México y la pasión por el toro es mucho más. Su manera de vivir la Fiesta son cañonazos al corazón. México es campo bravo, charro, es la bendición de la pasión por el toro no solo en tiempos difíciles sino en un lugar complejo, acorralado por la hostilidad del terreno y una idiosincrasia que hace que América sea América. Puede que nada sea sencillo, a veces por la calidad del terreno, desértico si nos vamos hacia Zacatecas, o por acercarse a esas zonas «calientes» donde la seguridad se antoja compleja. México no es fácil, pero sí apasionante.
Este gran país abre sus venas en canal para amar al toro sin fisuras y hablar el mismo idioma. Una hermandad fascinante. Sólo que aquí todo es una fiesta como la misma vida.
La aventura
Moverse por el país es echarle horas al reloj y no aspirar a la puntualidad. Una procesión por carretera, un camión volcado, o dos, otro accidente, las carreteras del país azteca son toda una aventura que solo ellos alcanzan a trajinar para salir con el ánimo indemne. Si bien es cierto que no hay mucha más alternativa para ir de aquí para allá. Una vez en Ciudad de México nos movemos por el país.
La misión es la reapertura de Guadalajara, que es plaza señorial, imponente, con un extraordinario aforo, pero lleva cerrada casi dos años. Atrás quedan de nuevo intenciones políticas que clausuraron la fuerza de una plaza con historia. Atrás quedaron los triunfos, la sangre derramada, la épica de generaciones de toreros en un lugar que serlo es un ejemplo de resiliencia y vocación férrea. Otro camino bien lejos de las luces y más cerca de las sombras, que comen las entrañas en un poderoso sepulcro.
Pero antes de llegar a Guadalajara, a la tierra de Jalisco, de los mariachis y el tequila, que corre por doquier por toda tierra mexicana brindando alegrías y escondiendo amargura, nos detenemos en el camino. En los ranchos. El campo mexicano. El principio de todo. El germen de la pasión por el toro. El culto al animal. La devoción por lo bravo.
Hacemos parada en una ganadería con mucha historia. Es la de Teófilo Gómez. Buen tentadero y mejores anfitriones. José Manuel, Silvia y José. Sus gentes...
La ganadería de Las Huertas nos espera al día siguiente. Es Rodrigo Barroso su dueño, más conocido como «Chancla», el tentadero es toda una celebración familiar y de amigos, entre los que se encuentran otros ganaderos y un mítico: Fernando de la Mora o Chavo Gómez, que tiene un lugar muy conocido "Campo Bravo" para la tienta de animales y el festín, porque si algo sabemos a estas alturas es que México celebra. Todos han ido a ver a Juan Ortega, que anda en tierras mexicanas. Entre su compromiso en León y con la vista puesta en Guadalajara para casi cerrar la que ha sido su campaña mexicana. Al ganadero, Rodrigo, le embiste un novillo y eso es celebración máxima mientras una ranchera que canta la letra de «despacito» (ni clavado) armoniza el espíritu de la lentitud máxima del toreo de Ortega y las buenas embestidas de la res. La tienta es una fiesta o quizá ya lo era antes porque México es así. Se celebra sin espera, porque late, como el Chancla, un espléndido corazón que da luz al mismísimo sabor de México.
Ortega afina la puesta a punto para Guadalajara, el debut, en la feria de la reapertura. Muchos círculos que encajan en una pieza que quiere ser perfecta, como sus verónicas. Fran Gutiérrez hace las veces de embajador de este país que tatúa las almas para que sin tener sangre mexicana como José Tomás te sientas atrapado. En el rancho de Las Huertas está la cuadrilla de Ortega con el apoderado y empresario José María Garzón, su banderillero de confianza Jorge Fuentes, el picador José Palomares, su mozo de espadas Javier Cortés y el ayuda en México Juan Carlos Ornelas. La vida fluye por ahí mientras se organizan los viajes. Las idas y venidas, los patrones de esta tierra, que nada tienen que ver con los de España. Otros códigos.
Cruzar México
Ir a Guadalajara tampoco es fácil. La logística de México no resulta sencilla, los 27 grados que nos reciben pensando en el frío madrileño de finales de enero hacen olvidar pronto. Y la felicidad de descubrir lugares, también.
La reapertura de la plaza es en horario nocturno. A las nueve de la noche. Un español encabeza el honor: Antonio Ferrera junto a Sergio Flores e Isaac Fonseca.
Para el reencuentro de la afición el destino se tiene guardada la plenitud de un toro bien bravo de Xajay, pero también la dureza de la profesión con una trágica cornada al picador Mauro Prados. Fue el cuarto. Toro de Ferrera. En una entrada lo derribó de manera horrible porque la caída fue brutal. De las que hacen pensar lo peor. Pero lo peor estaba por llegar. En la arena le metió el pitón en el cuello. Se lo llevaron rápido. Perdió mucha sangre y a pesar de la operación le ha afectado la laringe y la faringe con una traqueotomía. Se temió por su vida y las primeras horas siguen siendo definitorias. La vida en el ruedo es un maldito segundo en el que la moneda está en el aire.
En ese maldito segundo Sergio Flores hundió la espada y paseó el único trofeo de la tarde de un toro de escándalo, por bravo.
La divisa de Pozo Hondo, propiedad de Ramiro, ganadero de prestigio, lidia la corrida del sábado con Juan Pablo Sánchez, Diego Silveti y Juan Ortega en el cartel. Hay un 36 que conquista en el apartado. Un apartado sin prisa. Los tiempos de América. Y los miedos, los nervios, la responsabilidad, banderilleros y apoderados tienen que negociar los lotes por su matador. En juego está la suerte y la vida. Hay poca broma. Se ve en sus caras, en la manera de afrontar las conversaciones, en cómo se escrudiña a los toros, cada detalle, por pequeño que parezca, suma o resta. La mirada, la forma de estar en los corrales, lo que trasmite con la expresión, y la historia de la ganadería, que eso da para un libro aparte. La reata de cada toro en concreto. De qué madre y padre viene, si hace honor por hechuras…lo que se deja al azar y la suerte debe ser pequeño territorio y atar todo lo que se pueda. El ganadero también está preocupado «yo no veo nada ya», dice. La tensión de no querer fallar… cuesta llegar a un acuerdo con los sobreros y curiosamente a última hora cambia todo. El rigor de los lotes y el sorteo con las tradicionales bolitas metidas en el sombrero y cada uno que meta la mano por orden de antigüedad. Jerarquía y respeto. Un mundo. La suerte echada y el tiempo de descuento.
Sortear la vida
El 36 no falló y fue un toro extraordinario de Pozo Hondo para gloria del ganadero, Ramiro, y disfrute de Juan Pablo Sánchez. Temple y ritmo extraordinario en las arrancadas con el que el diestro cortó un trofeo. Y otro más pasearía del manejable cuarto.
La dinámica de la tarde tuvo un fogonazo para los sentidos en el tercero. Toro noble con mejor embroque que finales al que Juan Ortega tomó la medida perfecta e hizo un toreo de bella y emocionante cadencia. Y era todo tan bonito que México bullía ahí porque el toreo cuando es tiene un resorte para el alma de otro planeta. Fue la espada y el trofeo, pero Ortega no va de eso. Torea tan despacio y bendice las medias embestidas para goce y disfrute. Está de Dios una despaciosidad única. Un embroque de tiempo muerto, que sublima la esencia de la tauromaquia. El sexto fue el único toro que no dejó resquicio. Íbamos servidos.
El mexicano Diego Silveti, que se llevó dos ovaciones, completaba el cartel...
Y la vida seguía por Guadalajara, mientras llegaba el momento de irnos, y Enrique Ponce se despedía de México, donde compartió cartel con Leo Valadez y Gilio para lidiar una corrida de Tequisquiapan. La misma tarde que en Plaza México se suspendía la corrida por la lluvia y el Chancla, que lidiaba en la plaza más antigua indultaba un toro. Al día siguiente Roca Rey hizo historia al sumar nada menos que cuatro orejas y un rabo con la corrida de Xajay en Plaza México y entrar en la lista selecta de los pocos toreros que lo han logrado a lo largo de la historia. Y así ya habíamos abandonado México con esa grandiosa sensación de no habernos ido y ya estar echándolo de menos.