Puerta Grande de Colombo con los Miuras del «Pobre de mí»
La plaza de Pamplona acogió la última corrida de sus sanfermines, en la que el sevillano cortó un trofeo y el venezolano se fue a hombros
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Miura ponía el punto final a la feria, a San Fermín, el preludio al «Pobre de mí», que no es cualquier cosa, viene a ser algo así como que te partan el corazón en mil pedazos, porque el año se hace larguísimo. ¿Un año entero para volver? Una semana para recuperarse, sí, pero el resto es eterno. La vida sin los sanfermines, sus gentes, costumbres y bullicio incombustible es menos vida. Una vez que estas fiestas te traspasan la piel nada vuelve a ser igual y no hay destino en el mundo donde querer albergar los sueños del 7 al 14 de julio que no sea en Pamplona para recordar aquello de «No te vayas de Navarra, flamencona...» o corear «El Rey» mientras salta al ruedo el segundo de la tarde aunque jamás hubieras hecho eso en ninguna otra plaza del mundo. La vida es así. Pamplona es así. Los sanfermines contagian. Su gente. Sus huevos fritos con chistorra a las ocho y media de la mañana, porque en verdad muchos días para el cuerpo eso ya es media mañana.
Bajona gorda fue el recibimiento que nos hicieron las peñas con esa gigantona pancarta de «Puta selección y puta España». Cuánta destemplanza mal resuelta. Nuestros campeones lo son, aunque no ganen como a San Fermín se le ama sin ser de Pamplona. Con este comienzo, de pronto el primer Miura nos recordó dónde estábamos al meter literalmente la cabeza en el burladero para olisquear al banderillero mientras Antonio Ferrera intentaba comenzar faena. No sirvió el toro que pasaba por allí con la embestida corta. Tampoco el cuarto le dio mayores alegrías, muy orientado.
Manuel Escribano se fue a portagayola, como siempre. Y de poco sirvió el esfuerzo porque el Miura se rompió el pitón por la cepa en cuanto dio con las tablas. Tardaron en devolverlo a corrales y que saliera el bis de la misma divisa. No le puso las cosas fáciles el toro, que evolucionó a peor. Cada vez más corta la arrancada y con más violencia. Lo mejor fue el tercio compartido con Colombo, en el que se hartaron a hacer recortes al animal.
Se puso a portagayola en el quinto para poca cosa, porque el toro se fue por el lateral. (A pesar de que el trago ya lo había pasado) Se compensó con largas en el tercio y con las banderillas. Después el toro se dejó y pudo torearlo por ambos pitones sin la tensión de los anteriores, pero costaba que aquello trascendiera.. La espada cerró el círculo para el trofeo.
Colombo quiso lucirse con el capote con el tercero y vendió la mercancía con las banderillas yéndose a las peñas antes de ponerlas. Luego cuando llegó la hora de la verdad el toro tenía corta la arrancada y el toreo fue más a la defensiva que otra cosa. Aún así lo fue defendiendo camino de sol hasta meter la espada de manera efectiva y pasear una oreja.
Con el sexto sí que sí nos despedíamos de San Fermín. 645 kilos de toro. Enorme de caja y altura. Quiso hacer quite Colombo y casi le sale caro. Noblón y soso llegó al último tercio. Colombo lo exprimió a sus estilo en una larga faena. Y el estoconazo le abrió la Puerta Grande. Y se acabó San Fermín.
PAMPLONA. Última de los sanfermines. Se lidiaron toros de Miura. El 1º, desfondado y de corta arrancada; 2º, bis, de corta y peligrosa arrancada; 3º, muy corto; 4º, de corta y orientada arrancada; 5º, manejable; 6º, noblón y soso. Lleno en los tendidos.
Antonio Ferrera, de fucsia y oro, media, descabello (silencio); estocada (silencio).
Manuel Escribano, de grana y oro, estocada, cuatro descabellos (silencio); estocada (oreja).
Jesús E. Colombo, de catafalco y oro, estocada (oreja); estocada (dos orejas).