Ponce cierra su idilio con Bilbao y Roca mantiene tensión con el palco
Pablo Aguado firma lo más templado y cadencioso de toda la tarde
Roca Rey había despertado la pasión de las masas apenas 24 horas antes, por lo que el ambiente estaba caldeado. Fue justo el día que Bilbao recobró el ambiente de otros tiempos con la plaza casi llena. Maravilla para los ojos y el corazón. La magia del Perú lo hizo posible.
El tradicional aurresku despedía la trayectoria de Enrique Ponce en esta plaza que no es cualquiera en la vida del valenciano. El de Daniel Ruiz tuvo tanta calidad como falta de fuerza, pero a su vez retrataba lo que ha sido la puesta en escena de Enrique de tantas tardes capaz de mantener en pie a toros cogidos por pinzas. Y eso hizo. Creer en él y extraer su calidad en una faena de mimo que remató de una estocada efectiva. A pesar del incendio del día anterior y de que Roca estuvo a punto de abrir la Puerta Grande el ambiente era otro. Cierta frialdad. No ayudó la falta de casta de la corrida, que tuvo buen fondo y nobleza pero ninguna transmisión.
Unas gaoneras le sopló Roca al segundo en la distancia antes de brindar el toro a Ponce. Después hubo poco lugar para las emociones. El de Daniel Ruiz no se movía con mala condición, pero sí con las alegrías justas por lo que la faena del peruano tampoco levantó el vuelo.
El quinto vino a embestir lo que no habían hecho los anteriores. Este sí puso la cara abajo y era pronto y pendiente siempre del torero. Roca Rey lo vio con rapidez cómo era el toro y quiso cuajarlo en la distancia media que era la que tenía el animal, incluso la larga. La corta le iba mal, se ahogaba el de Daniel Ruiz y fluyó el toreo del de Perú, pero sin acabar de macerar la faena. Estuvimos en un continuo esperar que aquello acabar de fraguarse. Se le pidió el trofeo cuando hundió la estocada después de un pinchazo, pero presidencia, Matías, no concedió, lo que viene a ser que la polémica del día anterior podría tener su continuidad. Roca Rey no cerró su Bilbao como le hubiera gustado, después de lo que ocurrió el día anterior, pero metió un entradón dos días consecutivos, hasta ahora los únicos.
Lo más templado de la tarde corrió a cargo de Pablo Aguado que, más allá de logros, da gusto verlo en la plaza. Se templó una barbaridad a la verónica. Precioso el saludo capotero al tercero y el quite. Olía a torero aunque la gente silenciara. Fría. Resacosa. Pablo quiso con un sexto, pero el toro no podía con su vida. Ni nosotros con la nuestra. Daba gusto ver con la torería que andaba delante del toro y pena que la cosa no arrancara más. Aguado está en otra dinámica mucho más ilusionante.
El cuarto era el último cartucho de Enrique Ponce en Bilbao. Cierre de etapa a lo grande, pero el de Daniel Ruiz tuvo los mismo tintes de falta de casta que todos los toros que habían salido al ruedo. Y entonces pasó que la cosa quedó rasa a pesar de ser el final, el día de la despedida y el cariño vino después cuando lo obligaron a dar una vuelta al ruedo y se caía la plaza en la ovación final. Muchas emociones contenidas. Muchas faenas. Muchas tardes. Mucho toreo. Mucha tauromaquia vivida que se cerraba justo ahí en ese preciso instante para escribir una página más de la historia de la tauromaquia. Un cierre, un idilio que ponía punto final.
Bilbao. Sexta de las Corridas Generales. Se lidiaron toros de Daniel Ruiz, desiguales de presentación. El 1º, tan noble como flojo; 2º, noble y de escasa transmisión; 3º, franco y descastado; 4º, descastado; 5º, encastado y repetidor; 6º, deslucido.
Enrique Ponce, de de rosa palo y oro, estocada (saludos): pinchazo, estocada, descabello (vuelta).
Roca Rey, de de catafalco y azabache, pinchazo, estocada (silencio); pinchazo, estocada (saludos tras petición).
Pablo Aguado, de catafalco y oro, pinchazo, pinchazo hondo, descabello (silencio); estocada (saludos).