Llegó el día (sin dramas): Juan Ortega pone de pie el toreo
El sevillano corta dos orejas al igual que Ginés Marín y Alejandro Talavante, una, porque el presidente le niega la segunda en la cuarta de Santander
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Las plazas de toros son un hervidero de emociones (o decepciones) donde lo que ocurre es una marea que late, y condiciona todo lo que viene después. Esto es así. Es por eso que ayer el festejo era diferente tras el huracán de Roca Rey. Era como si todavía no creyéramos el milagro. El torbellino emocional de Andrés, la humanidad de Cayetano, esos quites a cuerpo limpio, en tiempos en los que lo único que hacemos es mirar a nuestro ombligo sin importar lo que le pase al de al lado, fueron un revulsivo de valores de los que no sales indemne, sino que te alejan de la realidad, como si te expulsaran de lo mundano, porque su fuerza es mayor. Es sobrenatural. La ecuación técnica de cómo Roca Rey se salvó de ser atravesado por un pitón en el pecho, pulmón o barriga contra las tablas pasará a los anales de la Historia como uno de los misterios de la Humanidad, su épica con lo que fue capaz de cuajar al complicado toro de Bañuelos con el cuerpo deshecho, también. El quite de Cayetano, el relato de un extraordinario compañero, de siempre se dijo, valiente y generoso.
Era por eso, y con perdón, que costaba meterse en la corrida de hoy. Los toros, que estaban gordos, eran más placenteros de cara, pero costó romper la corrida carajo. El primero sí tuvo buen son y ritmo en la muleta de Alejandro Talavante. El extremeño metió la mano con la espada con mucha facilidad. Atrás había dejado una faena facilona, pero en la que no se ajustó con el toro ni una vez. Por fuera todo. Correcto para el gentío, sin las profundidades que añoramos de su toreo.
Cuando fue a comenzar la del cuarto el toro estaba desaforado hacia toriles. Rajadísimo. Ahí, en ese camino, construyó Talavante la faena. Aireados los primeros compases hasta que de pronto le dejó la muleta en la cara y logró contener esa inercia del toro de irse y ligar los muletazos. La gente entró en la labor del diestro, que supo ir hilándola hasta rematar con manoletinas. Se le dio un trofeo (pidieron dos).
Después de los avatares de la feria llegó Juan Ortega para poner el toreo de pie con un toro bueno. Belleza tuvieron las chicuelinas al paso con las que llevó al quinto. No había podido hacer mucho con el segundo, desfondado y deslucido, más que justificarse dentro de los cánones de la torería. Con este quinto quiso ralentizarse a la verónica, pero el animal que no se sujetaba muy bien, no mantuvo la regularidad. Se guardó lo bueno para la muleta, ahí sacó nobleza y ritmo. Y Juan, que es buen torero y además conocedor del animal, lo supo. Despacio todo en la conquista de los tiempos, que por ser lentos amagan por hacerse eternos. Y ahí morimos. Amor del bueno. Detalles, cadencia, empaque, más sintonía en unos momentos que en otros, y belleza extrema en los muletazos que querían cerrar la faena. Hubo un derechazo que de largo se hizo redondo, pero no tapado él, no por detrás, el delirio de aquello es que Juan lo embebió con los vuelos y lo soltó más lejos de donde llegaba la imaginación. La espada, que era como el corazón de la tauromaquia, esta vez por la versión más pura y estética que hay, entró de lleno. La yema que se derrama y el triunfo que sobreviene. Las dos orejas. La Puerta Grande.
Ginés se las vio con otro toro bueno, con el que comenzó de rodillas y mirando al público, desafiante. La faena fue larga y ligada. Muchos muletazos que no acabaron de calar en la gente, porque faltaba profundidad. Sí lo hizo en los adornos y en las bernadinas de cierre. Dos trofeos igualaban premio con Ortega y los distaban de Talavante, no era justo. Sí lo era que hubiera llegado la tarde de gloria, sin sobresaltos. Habíamos puesto el corazón a buen recaudo.
Santander. Quinta de feria. Se lidiaron toros de La Ventana de El Puerto, 1º, 2º y 6º y Puerto de San Lorenzo. El 1º, noble y bueno; 2 y 3º, desfondados; 4º, rajado, pero noblón; 5º y 6º buenos. Casi lleno.
Alejandro Talavante, de carmelita y oro, estocada (saludos); estocada tendida y trasera (oreja)
Juan Ortega, de tabaco y oro, estocada (saludos); estocada (dos orejas).
Ginés Marín, de tabaco y oro, pinchazo, media, aviso (silencio); pinchazo, estocada (dos orejas).