Morante, un dios con sus propias reglas
El torero de La Puebla firma una faena espectacular por improvisada, maciza, mágica en Sevilla, que falla a espadas y por la que corta un trofeo en San Miguel
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No había empezado nada, nos podían las prisas, la búsqueda de asiento, el refresco fresquito para el calor, los reencuentros, cuando Morante paró el tiempo, nos detuvo, joder de qué manera. Era el primero, no de la tarde, apenas el primer lance, todo por empezar, el mundo por dirimir, la incertidumbre todo un universo por descifrar. Y en esas, en la ecuación perfecta, Morante dijo el toreo perfecto al paso del toro. Qué bonito suena.
Juan, Ortega nada menos, se lo quiso replicar, y en la cadencia salió la capa rajada, puñal de acero del pitón certero de arriba abajo. Ritmo del toro, justito de todo, tersa la muleta de Morante que quería gloria y al animal le faltaba una cuarta. De fondo y forma. Pronto el toro, que le faltaba casta, protestó en el engaño. Lo intentó Morante. Se justificó y una media puso fin a la historia.
La historia verdadera
Y entonces, entre tanto y tanto, preámbulos para llegar aquí, salió el cuarto. Dos lances pegó Morante y se fue para el burladero. Casi diríamos que corriendo, casi diríamos que fue una espantá. Las cosas no estaban claras. Uno del público, uno de esos, uno de tantos, todos sabemos, todos contamos... Vaticinó: «hasta aquí hemos llegado». Se equivocó. El toro fue suavón, a pesar de que se quedaba en los tobillos, le costaba viajar. Así lo hizo desde el comienzo en el tercio, desde el prólogo de faena, no quería el toro despegarse de la muleta, pero sin maldad. A Morante no se le veía agobiado. Todo lo contrario. Disfrutón. Y ahí fue cómo le fue cogiendo el aire y construyendo una faena que en sus manos no era cualquier cosa porque un muletazo de Morante es un viaje al paraíso sin billete de vuelta. Puedes morir ahí no más. ¿Qué quieres? ¿Regresar a un mundo vulgar? No gracias. Hubo derechazos, muertos a mitad del pase, que se derretían, una maravilla compartida. Delicia diestra, gloria en los de pecho. Faena larga. Imprevisible. Tan suya. Tan de todos. Qué buen torero es, qué distancia tan abismal trazó con el resto. El toreo para dentro. El de verdad. Sin ventajas. Cuando le dio la gana en esa labor divina se perfiló y la espada, con la que no suele fallar, fue una putada porque tocó hueso. Por dos veces. A la tercera hundió el acero. Ahora, el toreo se traspiraba por cada poro de esta Maestranza suya. A pesar del fallo, paseó el trofeo, no es lo habitual, hablar de las emociones pertenece a otra galaxia en la que perderse es un privilegio.
El resto de la tarde fue un espejismo, como la corrida de Matilla. El quinto cantó su mansedumbre de salida. Y siguió esa linde toda su lidia. No quiso la muleta de Ortega y daba igual que se pusiera así o asá. El segundo solo dejó abiertas a Ortega las vías del aburrimiento.
Creímos que Rufo se iba a comer el mundo con el tercero, que tuvo movilidad inicial. No sabemos que se apagó antes si el toro o la ambición del torero que no llegó a apretarlo. Noblón fue el sexto, éramos entonces una marea colectiva que levitaba, y la faena de Rufo nos transportó sin más al final para comentar la jugada. ¡Qué grande es Morante! Pedazo torero. Un dios con rumbo propio capaz de crear sus propias reglas, también en Sevilla.
Ficha del festejo
SEVILLA. Primera de la Feria de San Miguel. Se lidiaron toros de Hermanos García Jiménez y uno, 6º, de Olga Jiménez, desiguales de presentación. El 1º, noble, pero a la defensiva; el 2º, desfondado; el 3º, noble y a menos; el 4º, noblón y con ritmo por el diestro; el 5º, manso y complicado; el 6º, noblón y soso. Tres cuartos de entrada.
Morante, de verde manzana y oro, media honda (saludos); dos pinchazos, estocada (oreja).
Juan Ortega, de corinto y oro, pinchazo hondo, descabello (silencio); pinchazo, estocada (silencio).
Tomás Rufo, de tabaco y oro, pinchazo, estocada (saludos); estocada, cinco descabellos (silencio).