¿Qué harán nuestros hijos con la memoria de «Los últimos Gondra»?
Borja Ortiz de Gondra cierra su trilogía escénica con un episodio en el que se pregunta cuál será el destino de todo el sufrimiento vivido en el País Vasco
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Hace cinco años que Borja Ortiz de Gondra (1965) se propuso terminar con parte de los vacíos de su existencia, o, al menos, con los que tuvieran que ver con los secretos de la familia. No le convencían las actitudes que veía, le hacían intuir que existía alguna razón detrás de todo, pero, ¿el qué? Eso es lo que debía averiguar: el porqué de una cesta de pelotari en un armario traído de Cuba, el significado de una carta misteriosa de 1985, la romería del año 40 o qué sucedió la noche del 30 de abril de 1874. Y es que la historia de los Gondra no se puede explicar solo desde el hoy, sino que hay que remontarse hasta las Guerras Carlistas, segunda mitad del siglo XIX, para intentar entenderlo todo. Aunque no solo se trata del pasado de una familia, su familia, sino que, por extensión, también es la historia del País Vasco, su identidad y su memoria.
«Hemos ido de lo histórico y colectivo hasta lo más individual y privado», reconoce el autor a las puertas de estrenar el tercer episodio de sus apellidos en el Teatro Valle-Inclán. «Nunca tuve la idea de hacer una trilogía, pero las obras fueron saliendo de forma natural. Lo que sí tengo es la sensación de que, con esta función, por mucho que sea un universo inagotable, lo he contado todo. Supongo que en el teatro terminará aquí». No así en el mundo de la novela, donde ya publicó a principios de año «Nunca serás un verdadero Gondra» (Literatura Random House) y donde ya prepara su siguiente texto, «que no es lo mismo, pero sí está relacionado».
Si, en una sola palabra, «Los Gondra» (primera parte de la saga y Premio Max a la mejor autoría en 2018) se define como «historia», afirma el escritor, y «Los otros Gondra» (segunda), como «perdón», esta nueva ventana, «Los últimos Gondra», se resume con la «memoria». «¿Qué pasará con mis hijos y qué harán estos con mi legado?», se cuestiona. De esta forma, la acción regresa a Algorta, Guecho. Concretamente, a la casa ancestral de la familia en la que Borja (el personaje, que sobre el escenario se interpreta entre Joaquín Notario y su «alter ego» en la vida real) recuerda, sueña e inventa el momento de su muerte. A su lado estará una buena representación de sus antepasados, vengativos, que le reprocharán lo que ha hecho con la memoria familiar. Marcada a fuego tiene aquella frase que dio nombre al libro, «nunca serás un verdadero Gondra hasta que no tengas un hijo», y que cobra especial significado en esta nueva entrega, cuando el protagonista descubre «la existencia de dos hijos gemelos de los que no sabía nada», apunta sobre esta suerte de «autoficción»: Iker y Eneko, respectivamente, un activista convencido de que la violencia del pasado tuvo un sentido, «en las antípodas de mí», y un escultor que no quiere saber nada de la memoria y que desprecia su pasado.
Es este el enfrentamiento que ha encontrado Ortiz de Gondra para vomitar su nuevo tormento: «Veía que en la sociedad hay una generación muy joven que ha nacido sin escenas de violencia y tiene una actitud despreocupada con la memoria de sus antepasados. Por una parte, están los que no les interesa nada sobre lo que ocurrió, que han pasado página sin plantearse de dónde vienen, y, por otra, hay gente que, como no ha sufrido ese dolor, no se llega a reivindicar esas luchas políticas», asegura. Así, la búsqueda de la pieza es la de honrar la memoria de los padres sin arrastrar su pasado. «Contar el dolor, pero también ver que hay un nuevo camino y vivir sin el peso del pasado, sin mochila», añade Josep Maria Mestres, director de los montajes.
Al autor le duele que «se olvide tan rápidamente». También «pensar que lo que para los padres fue una época durísima sea ahora una batallita sin más. Me choca creer que mis hijos no sepan ver todo lo que hemos sufrido». Ahí queda marcado el objetivo de «Los últimos Gondra», una obra que «trata de llamar la atención de que el olvido es necesario, pero no de esta manera»: «Puedo entender que las nuevas generaciones quieran encontrar su propia forma de convivir con el otro porque el otro ya no lleva una pistola, pero no me gusta que eso signifique que se olvide tan rápido. Entre los jóvenes que tengo cerca, me sorprende que hay mucha ignorancia, que no desprecio. Simplemente, no les interesa».
Pese a que no oculta Borja Ortiz de Gondra esa preocupación, sabe que es un debate «eterno». Es consciente de que la pregunta sobre la que ha pivotado toda la obra, ¿he sido un buen padre, vas a ser tú un buen hijo?, no nace en la actualidad, sino que «viene directamente de la tragedia griega e, incluso, de Shakespeare», dice. Será por ello que el cierre de su trilogía pase por varios estados de ánimo: «Va de la tragedia griega a la comedia desatada», asegura de una pieza que «rompe todas las reglas de la dramaturgia. Es una obra arriesgada porque necesitaba salir de mi zona de confort. Hay saltos continuos. Me horrorizaba repetirme».
Se escribe así el epílogo teatral de unos Gondra que, en palabras de su creador, no han supuesto ninguna catarsis. Eso se lo deja para los expertos: «No creo en la literatura ni en el teatro como terapia. Como creador lo que siento es que hurgar en la herida sigue doliendo y es una cuestión muy personal. A mí me sirve para comunicar, en este caso, sobre qué harán las generaciones futuras con la memoria que no vivieron». «¿Será mejor el olvido o el recuerdo?», se pregunta. Y se responde, o no, sobre toda esa memoria conflictiva: «Yo eso no lo sé».
- Dónde: Teatro Valle-Inclán (Sala Francisco Nieva), Madrid. Cuándo: hasta el 21 de noviembre. Cuánto: 25 euros.