Sylvia Plath, más allá de la depresión y los dramas
Heather Clark asume el reto de narrar la vida de la poeta en una voluminosa biografía que fue finalista del Pulitzer
Barcelona Creada:
Última actualización:
La bibliografía alrededor de la vida de Sylvia Plath es ingente. En los últimos años ha crecido el número de materiales accesible a los lectores, especialmente papeles personales que eran desconocidos para el gran público. Las recientes y necesarias ediciones de los diarios (Alba Editorial), rescatando fragmentos censurados, o del epistolario, en diversos tomos (Tres Hermanas) y con abundantes textos inéditos, hace que tengamos una imagen más aproximada de quién fue Plath, un nombre nada fácil de biografiar como demostró hace años Janet Malcolm en un controvertido ensayo titulado «La mujer en silencio».
No es un terreno fácil una vida como la de Sylvia Plath. Las muchas controversias que sigue generando su vida, especialmente por los escollos dejados por el camino por su marido Ted Hughes, siguen a la vista, como la destrucción del último diario, hacen que plantearse escribir una nueva investigación sobre la autora de «Ariel» sea una empresa de no poco riesgo. ¿Es posible decir algo nuevo de quien tanto se ha dicho para bien o para mal?
Hay otro aspecto a tener en consideración antes de contestar a esta pregunta y es la lectura que nuestro tiempo nos puede ofrecer de los hechos pasados, un distanciamiento que ayuda a no dibujar a Sylvia, como se ha hecho en no pocas ocasiones, como una mujer histérica o en la sombra. La crítica Maggie Nelson dejó escrito con mucha claridad «que te llamen la Sylvia Plath de cualquier cosa no es bueno».
Heather Clark ha obrado el milagro en «Cometa rojo. Arte incandescente y vida fugaz de Sylvia Plath», que acaba de publicar en cuidadísima edición Bamba Editorial con una excelente traducción de Gudrun Palomino y Julia Viejo. Son más de mil páginas de un relato que siempre creímos conocer, pero del que solamente sabíamos una parte. La biógrafa, que fue finalista del Premio Pulitzer con este trabajo, se sirve de la correspondencia conocida, pero también de la inédita que la misma Clark ha descubierto, siendo especialmente revelador el epistolario que tuvo entre 1960 y 1963 con su psiquiatra. A ello se le suma un material tan valioso como es «Falcon Yard», la novela perdida de Plath. La autora también se sirve de la totalidad del contenido de los archivos de Ted Hughes en la Universidad de Emory y la British Library, con poemas inéditos del escritor –algunos muy reveladores sobre los últimos días en la vida de Plath– y sus diarios. Igualmente interesante es el conjunto procedente de los fondos de Harriet Rosenstein, quien durante años entrevistó a contemporáneos de la autora de «La campana de cristal» con la intención de escribir un libro que no llegó a materializarse.
Todo eso, y otra documentación, hace que Clark pueda escribir un retrato despojado de mitos y leyendas, siempre vestida de drama. Hughes ayudó a que tengamos una imagen opuesta a la realidad. En muchas ocasiones definió a la que fue su esposa como un jarrón vacío a través del cual hablaba una peligrosa musa.
Probablemente el trágico final de Sylvia Plath –aquí contado con nuevos detalles– ha ensombrecido el resto de lo que ella fue y dejó a su paso. Su suicidio incluso ha servido para pintar con brocha gorda al personaje olvidando que la mujer no se consideraba una depresiva. Su biógrafa incide en que la poeta «se consideraba fuerte, pasional, inteligente, decidida y valiente, como un personaje de una novela de D. H. Lawrence». Lo que Sylvia Plath siempre tuvo claro, en parte como consecuencia de las malas experiencias vividas, es que la depresión era un fantasma que la perseguía, pero que podía explotarla en su trabajo. Como ella escribió en su diario: «Hay un mercado cada vez más grande relacionado con los hospitales psiquiátricos. Sería de tontos no escribir sobre ello».
Existe en el mundo de la biografía una suerte de Olimpo al que es difícil llegar. Solamente pueden entrar los más grandes, como Richard Ellmann con su James Joyce, Ian Gibson con su Federico García Lorca, o Ghislain de Diesbach con su Marcel Proust. Sylvia Plath ha tenido la gran suerte de entrar en ese Parnaso de la mano de Heather Clark.