Saludar con dos besos o dando la mano: el debate que divide al Columnismo patrio
La polémica ha cruzado partidismos y mientras unos reivindican el beso como cultura popular, otros apelan a dar la mano amparándose en el respeto y la higiene
Cádiz Creada:
Última actualización:
Ha extraído del congelador el periodista Ignacio Vidal-Folch, como quien saca una bolsa de gambas para ponerlas candentes, al ajillo, un sesudo debate que llevaba un tiempo en "stand by": ¿Es preferible saludar a las mujeres con dos besos o dándoles la mano? Ya sabemos que la costumbre patria por parte del varón es plantarle un par de ósculos, uno por mejilla, a las féminas –independientemente del ámbito y del grado de confianza–, y estrechar la mano a un individuo del mismo sexo. Como cantaban los Ecos de El Rocío: «Yo soy así y tienes que comprender que mis costumbres son esas y no las voy a perder».
Y, es cierto, que el distanciamiento social por mor de la pandemia amenazó nuestro hábito salutífero, imponiendo –efímeramente por fortuna– la ridiculez de decirnos «hola» con el codo, como si estuviéramos practicando una variante de kick boxing. Amén de que la progresiva europeización hispana ha pretendido diluir nuestra identidad, nuestra cultura, en el sopicaldo de la asepsia bruselense. Crear una suerte de esperanto salutífero para erradicar los divertidos equívocos de podio de Tour de Francia, que suelen acabar en cobra o en pico. ¿Pero acaso es una fórmula superior de saludo los ridículos tres besos de Holanda o los del norte de Francia, o la norma no escrita de Italia de empezar a besar por la mejilla siniestra, cual si fuese una persignación protestante? Súmenle a la amenaza del COVID –que por fortuna se quedó en un «higiénico» paréntesis– y a la pretensión de disolución comunitaria, las protestas o quejas «feministas» sobre nuestro ancestral hábito besucón. «Cultura sexual de impunidad y falta de consentimiento».
Ya el pasado año, la Secretaria de Estado de Igualdad a la sazón, Ángela Rodríguez Pam, denunció en una entrevista la diferencia salutífera entre damas y caballeros: la política onomatopéyica se preguntó entonces «qué pasa si a las mujeres nos apetece dar la mano a un hombre». Llamando la atención, además, sobre que este hábito nacional dejaba «en una posición de subalternidad a las mujeres», dado que es consecuencia de «una cultura sexual de impunidad y falta de consentimiento».
La secretaria de Igualdad del PSOE, Andrea Fernández, no se quedó atrás con el disparate que soltó por X, con afán calvinista y frigidez en el alma, y que, la pasada semana cumplió dos años: «Ojalá la supresión de la mascarilla no traiga de vuelta los saludos formales con dos besos. No al contacto físico innecesario con gente desconocida».
Cabía esperar que columnistas como Nuria Labari, en «El País», que forman parte del equipo de sincronizada gubernamental, salieran a argumentar estas posturas escandinavas: «Saludar a las mujeres con dos besos es una forma de subrayar el género por encima del cargo o del criterio profesional». No era de esperar, asimismo, la opinión expresada por ejemplo por el articulista José Antonio Montano, quien a raíz de la denuncia de «su» Pam escribió, celebrando el final de los dos besos que «los tíos nos hemos visto en la obligación de encasquetarle a las tías y que para nosotros era una engorrosa servidumbre», que «Pam viene a liberarnos porque los hombres sufríamos en silencio pero no nos atrevíamos a dar el primer paso por si ellas se molestaban».
Montano volvió a expresar la misma postura, tiempo después, aprovechando un artículo escrito el pasado viernes 19 por Ignacio Vidal-Folch en el que el escritor catalán clamaba por «acabar de una vez con los dos besos». Vidal-Folch apelaba a motivos de «higiene y prevención», amén de que consideraba los dos besos «una incomodidad». «Es un rito vacío: no significa absolutamente nada», sentenciaba el columnista de «The Objective», que abogaba por «acabar con este despropósito», asegurando que él ya predicaba con el ejemplo: «Ahora, por principio, doy la mano».
A rémora, Montano, haciendo seguidismo oportunista, en su artículo dominical escribía: «Pese a que se trate de una nueva reivindicación feminista, son ellas las que han mantenido la costumbre. Lo que se presenta como servidumbre femenina es un engorro masculino». Y añadía: «Lo de ellas ha sido una política de hechos consumados y de tierra quemada». El agitador se la envaina… la mano Vidal-Folch ha completado un giro de 360º grados en su postura salutífera en tan sólo una semana. Publicaba el pasado viernes, 26, una columna cuyo título rezaba: «Retiro lo dicho. Vuelvo a los dos besos».
"Ojalá la supresión de la mascarilla no traiga de vuelta los saludos formales con dos besos"Andrea Fernández (PSOE)
En el texto, el periodista, arrepentido y sin embargo divertido, con afán juguetón, asegura que «fue un error lo escrito ya advierto al lector a qué no siga mi ejemplo. Porque desde que puse en práctica mi ‘‘sensata‘’ y ‘‘racional’’ decisión, llevo una semana sin besos, demasiado, y mi estado de ánimo ha decaído». Y asegura ahora, tras caerse del caballo, que «si los dos besos se han convertido en un rito vacío, he descubierto que más vacío es el hábito de dar la mano».
Incluso en este último escrito Vidal-Folch llega a hacer loas de este hábito tan español: «Los dos besos son la perfilación, el subrayado del rostro de la otra persona, y por derivación, de su cuerpo entero, de su alma. Es más, envalentonado y lanzado, como buen converso, el autor está dispuesto «a simplificar el rito, y para dotarlo de más cordialidad y empatía, dar un beso en los labios». Y «¡también a los varones!», puntualiza. Qué dicen las mujeres columnistas al respecto. No podemos completar el análisis de este debate sin contar con la opinión de la otra parte, la receptora de estos dos besos. Y afortunadamente cada una tiene un parecer al igual que ninguna tiene la misma caída de ojos. Así, sin salir del entorno columnístico, encontramos dos posturas totalmente enfrentadas, ¡irreconciliables!, al respecto: la de Rebeca Argudo y María José Navarro; eso sí, ambas hermanadas por la gracia y el ingenio femenino.
Así, la periodista de «ABC» se alinea con el Vidal-Folch converso, el besucón. Argudo defiende a capa y espada los dos besos porque «son como la siesta: una cosa española, mediterránea, viva». Porque «saludar sin besos no es saludo, es compromiso. Puro trámite, ‘‘su tabaco, gracias’’». Y prosigue su cerrada defensa con una brillante metáfora: «El beso es al saludo lo que el arma blanca al asesinato: es necesario acercarse tanto que no puedes permanecer ajeno a la humanidad del otro. Otra cosa es de cobardes. Es como bailar de lejos, que no es bailar». En cambio, María José Navarro, columnista de LA RAZÓN, en tanto que se define como «muy aprensiva y asquerosita», es partidaria de que «si existiera la opción de decir ‘‘Hola, encantada’’ y chimpún, sería la mía. Pero lo que me queda es dar la mano». Y es que, asegura, «jamás me enroscaría al cogote de un señor para plantarle dos ósculos. Ante los dos besos en la cara, lo mejor es tener cerca una manga donde limpiarse los carrillos y hacerlo con un gesto como de haber olido mierda en un palito».
Apuesta entonces Navarro por la opción de la mano, que le parece «más higiénica». «Eso sí», matiza la periodista, «suplico a los caballeros que se cercioren de que la pezuña no les suda y que la aprietan fuertecito. Porque estoy hasta el gorro de darle la mano a varones cuyo tacto es el de una sepia cruda». Y, por acabar, queda preguntarle al agitador de este debate, a Ignacio Vidal-Folch, a cuenta de qué viene todo esto. Responde que sencillamente «se trata de no escribir sobre Pedro Sánchez». Vale.