Qué queremos decir cuando hablamos de cultura
Ernest Urtasun, ministro de Cultura, ha reivindicado la cultura como herramienta de combate y verbaliza así su intención de usarla contra todos aquellos que no piensan como lo hace él
Madrid Creada:
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El nuevo ministro de Cultura, Ernest Urtasun, miembro de Comuns, reivindicaba la cultura como herramienta de combate de los discursos de extrema derecha y de defensa de las luchas justas. La frase no deja de ser inquietante viniendo de quien viene. Primero porque, si nos atenemos al concepto que del sintagma «extrema derecha» tiene este trasunto de izquierda desvinculado del ideal de izquierda tradicional, ultraderechistas somos todos los que no comulgamos con cada uno de sus preceptos. O sea, cualquiera que disienta. Es decir, como mínimo media España. Es alarmante que el titular de la cartera de Cultura decida utilizar su cargo, y lo manifieste tan desacomplejadamente, para combatir a todo aquel que no piense como él. La segunda razón por la que resulta turbadora esta definición de cultura es el concepto «luchas justas». ¿Quién decide cuáles son las causas justas y cuáles no? Porque, precisamente, Urtasun fue uno de los veinte eurodiputados, del total de todos los representantes de los Estados miembros, que se opusieron a emitir una condena unánime del Parlamento Europeo tras el ataque de Hamás. Se desprende de esto, como poco, que no es una causa justa la lucha contra el terrorismo. Pero sí lo sería oponerse a la defensa ejercida por Israel tras los atentados. Así, con una definición tan sesgada y de parte, no queda muy claro qué es la cultura para el ministro ni cómo va a gestionarla, ni qué es para él una causa justa ni cuántos de nosotros no tenemos derecho a una cultura que nos agrede por no compartir ideología. ¿Es la cultura patrimonio exclusivo de la izquierda? ¿Debe un ministro defender abiertamente que la cultura en este país no es para todos? ¿Cree realmente que, más allá de la izquierda, no hay nada en ese ámbito?
El periodista cultural Victor Lenore apuntaba certeramente en un reciente artículo que, paradójicamente, «algunos de los intelectuales y columnistas más estimulantes de la España actual han defendido el programa de Vox, o incluso se han presentado como candidatos por el partido de Abascal. Pienso en el poeta Enrique García-Máiquez (que lo intentó en el Senado), el arquitecto y ensayista Iván Vélez (candidato al Congreso por Albacete), el historiador José María Marco y los filósofos Mariona Gumpert y Miguel Ángel Quintana Paz». Y se preguntaba: «¿Saben, por ejemplo, que Hitler ordenó salvar de los bombardeos el Ponte Vecchio de Florencia porque le parecía demasiado bello para ser destruido? ¿Recuerdan que el poeta Gabriele D’Annunzio fue uno de los iconos del fascismo italiano? ¿Les extraña que Juan Manuel de Prada destacase hace poco que algunos de los mejores escritores de nuestro siglo XX (Zunzunegui, Víctor de la Serna, Agustín de Foxá) fueron falangistas? El filósofo de izquierda hegeliana Slavoj Zizek tiene una columna memorable, titulada “El complejo poético-militar ”, donde nos recuerda la obsesión por la poesía de muchos dictadores. Así de juntitas y de la mano van Cultura y fascismo». A propósito de esto, apunta el periodista y escritor Antonio Pérez Henares, autor del imprescindible ensayo «Tiempo de hormigas», que el gran logro de la izquierda ha sido ese, «convencer a una buena parte de la opinión pública de que es axioma que la cultura es de izquierdas. Hemos aceptado que la izquierda representa la bondad, la ética y la virtud, y que esa superioridad moral impregna sus creaciones artísticas e intelectuales. Por lo tanto, todo lo que no se pliega a su doctrina y no comulga con todos sus preceptos es malo o inferior. No es cultura». «Están convencidos», prosigue, «de que es legítima moralmente su ocupación y su control, que es un derecho que les pertenece en exclusiva. Por eso consideran que es una misión casi sagrada adoctrinar a los que disienten y que, si no lo logran, deben desalojarlos de la cultura».
El filósofo Manuel Ruiz Zamora, articulista y escritor, autor de «Sueños de la razón: ideología y literatura», añade a esto que, desde la izquierda y desde un profundo desconocimiento de lo que es la cultura, «hablan de esta en los términos en los que hablaba el idealismo alemán en el siglo XIX, y llaman cultura a una parcela muy pequeña de lo que es la actividad humana. Lo que Hegel llamaba la ciencia del espíritu. Pero dejando eso a un lado, el problema es que a lo que ellos se refieren al hablar de cultura es, en realidad, propaganda, que es lo que ha sido siempre para la izquierda: un vehículo de adoctrinamiento y de adocenamiento de los seres humanos». Esto es consecuencia, señala, de algo de lo que adolece esta izquierda, que «no tiene sentido de la libertad, porque realmente no ha habido nunca una izquierda liberal. De hecho, el desprecio que muestran constantemente por el liberalismo no es más que la expresión de su miedo ante la libertad, porque lo cierto es que la mayoría de ellos no saben, en realidad, lo que es el liberalismo. Por eso consideran la cultura como un instrumento adocenante y, por lo tanto, un arma de combate contra todos los que no piensan como ellos que, por definición, son directamente ultraderecha. De lo que estaríamos hablando, en realidad, es de un ‘‘flatus vocis tras flatus vocis’’. Lo que tendríamos que estar haciendo es analizando cada uno de los términos que emplean para darnos cuenta de que lo que estamos intentando hacer es contradecir un discurso que en realidad no significa nada. Es absolutamente vacío. Cada uno de los términos que utilizan viene a significar nada en absoluto. Lo que pasa es que ahora hemos entrado en una deriva muy peligrosa en la que ya no disimulan siquiera. En el fondo –prosigue–, esto que manifiestan ahora de manera tan desacomplejada es lo que siempre han pensado, pero la diferencia es que ahora lo están diciendo abiertamente. Ahora mismo ya no tienen ningún reparo en plantear un discurso abiertamente antiliberal. Y aquí ha habido una derecha que, por las condiciones históricas de las que procedíamos, ha estado quizá un poco más ambigua y no ha plantado cara. Consecuencia de todo esto, de esta deriva, es también la devaluación del término “intelectual”, que ahora se utiliza para designar a personajes que no tienen ningún tipo de relación con lo que es el mundo de la reflexión y las ideas».
Y apunta a esa derecha, casi en dejación de funciones en este ámbito, como responsable y solución: «Vamos a dejar ya de mirar a la izquierda, que en realidad está haciendo lo que hace porque puede hacerlo, porque delante no tiene a nadie que le esté planteando un discurso consistentemente antagónico. ¿Dónde está el discurso de la oposición sobre la cultura? ¿Qué plantean como alternativa a esto? Como no hay un sentido de cultura en la derecha, de un concepto de la cultura que les discuta el suyo, de oposición a este que plantean, pues los sectores de la cultura, que son básicamente gente que se tiene que buscar la vida, son gente absolutamente cooptada, desde un punto de vista material, por esta gente. La derecha no se ha interesado por la cultura, tienen asumido que la cultura es efectivamente de izquierdas, y no plantea esa alternativa necesaria. Y estas manifestaciones son solo la última vuelta de tuerca de algo que venimos presenciando desde hace mucho tiempo».