Pilar Adón: «Hoy debes tener cuidado con lo que dices, porque todo frustra, indigna y hace daño»
La narradora ahonda en los cuentos de «Las iras» sobre la violencia, la soledad y la necesidad de afecto
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Pilar Adón ha ido deshojando sus obsesiones en historias, cuentos, relatos... En un tiempo de tantos convencionalismos literarios, lo ha hecho desde una prosa personalísima y elegante, que son sellos de su identidad. La intimidad, los afectos, los miedos, el aislamiento, lo femenino, la violencia soterrada, lo monstruoso, y una atmósfera con más tensión que una torre eléctrica son los denominadores comunes de una trayectoria y lo que unifican los textos de «Las iras» (Galaxia Gutenberg). «En todos los relatos hay un tipo de ira y la consecuencia de esa ira. La ira es espontánea, como una llama muy fuerte y luego se extingue. Lo que queda es la venganza, que es un sentimiento más a largo plazo. La ira se quema a corto plazo», comenta.
La ira. Un pecado capital.
Es el pecado que se ha quedado nuestro Dios frente a todos los pecados de los dioses clásicos. Los clásicos tienen la envidia, la lujuria... el dios cristiano es el Dios de ira. Caín es el primer ser que experimenta la ira y la demuestra matando a su hermano. Luego él padece la ira de Dios, que se siente traicionado y le obliga a vagar solo con una señal en la frente. En mis cuentos es lo que les sucede a mis protagonistas. Ellas sufren la ira, luego el abandono, la indefensión, que no las quieran como deberían querer...
Hay una violencia soterrada.
Pero no es explícita. No hay palizas. Esta violencia se genera en la imaginación del lector. En las chicas de estos cuentos hay mucha gentileza externa, amabilidad aparente y ninguna aspereza formal, pero, por la forma en que están contados, hace que el lector perciba la agresividad. Me interesa mucho, que haya una segunda y tercera lectura, y que el lector se dé cuenta de las implicaciones.
Es como el mundo, que es formal, pero luego es violento.
Vivo en la misma sociedad que todos, y esto me permea. La sociedad que vivimos es frenética. Como humanos no podemos decir que seamos conscientes de haber sufrido una evolución biológica importante para estar acomodados a los cambios tecnológicos. No tenemos esa percepción y para los cambios sociales que estamos viviendo. Nos acomodamos como podemos. Estas niñas del libro demandan mucho cariño. Todos estamos en esa necesidad de cariño, porque tenemos la sensación de que vivimos en un mundo de erizos, de seres con púas, y debes tener cuidado con lo que vas diciendo, porque hoy todo nos frustra, nos indigna y nos hace daño. Parece que vivimos en un mundo Disney, pero seguimos teniendo los mismos pánicos y frustraciones. Los terrores ancestrales no han cambiado.
¿La violencia es inherente a los hombres?
Los seres humanos no estamos dormidos por dentro. No somos robots. Esta primera llama que es la ira nos demuestra que estamos vivos y a veces es la que nos impulsa a actuar. Toda vida social dentro de una comunidad tiene imposiciones y la maldad social deriva de imposiciones que anulan muchas veces a los que son diferentes. Todos estos personajes se sienten estigmatizados por esta mirada social uniformizadora. Pero en nosotros, los seres humanos, pervive el lobo, por supuesto. En el caso de las mujeres, tradicionalmente se nos ha impuesto que eso es algo que debemos negar. Estas niñas del libro son educadas. Ahí están. Niñas con lacitos, que deben ser buenas crías, quizá un poco trasto, pero el lobo está ahí dentro.
Hoy se quiere uniformar.
De pequeña sufrí mucho. Lo único quería era leer y estar sola. En mi familia no hubo tradición literaria y se me decía por eso de todo. Esta sensación de no respetar una diferencia tan pacífica y poco lesiva es algo que experimenté muy temprano. Soy persona de pocos grupos, adquieres herramientas. Pero hoy tenemos encima ese gran hermano que vemos constantemente en las redes, en el día a día, esa sensación de estar siendo analizados, observados, juzgados y que lo mejor siempre es no salirte de la pauta.
No es bueno.
Existe una rebelión interna, un clamor para romper eso. Hay gente que se atreve a hablarlo y otra, por el contrario, que no. En mi parcela literaria, el hecho de haber elegido esa portada para hablar del dolor, la traición y angustia de las personas abandonadas es una forma de hacer referencia a eso. La verdad es que recuerdo los años 80 más libres que los actuales, donde está todo más uniformado. A finales de los 90 entra en una depresión y es ahí donde estamos. Todo deriva ahora hacia los escapismos tecnológicos, porque no queremos mirar hacia dentro.