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Oskar Kokoschka, autorretrato de un "salvaje"

El Museo Guggenheim de Bilbao ha reunido 122 obras en una retrospectiva que recorre todos sus estilos pictóricos y reivindica su figura, eclipsada en ocasiones por la fama de Gustav Klimt y Egon Schiele,
"El manantial", autorretrato de Kokoschka con su mujer y una muñeca Museo Guggenheim de Bilbao

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Oskar Kokoschka, evocando a cierto poeta, llegó con tres heridas: la del arte, la del amor y la de la guerra. Desde los vértices de ese triángulo erigió una obra pictórica dominada por un indomable personalismo y una irrenunciable identidad creadora. Su ambición por definir una estética propia le condujo a rechazar a los movimientos vigentes en la Viena de su juventud. Renunció al gusto ornamental encarnado por el Art Noveau, se salió del camino marcado por la pintura de Gustav Klimt y denunció el gusto burgués imperante en Austria en los años anteriores a la Gran Guerra.
Su actitud combativa hacia estas corrientes lo señaló como un rebelde entre los mismos rebeldes. Su pintura de clara y redundante agresividad, su acomodo en la cartografía de la provocación le valió enseguida ese apodo tan recurrente en el mundo del arte de «enfant terrible». No tardó en ser motejado por los pudibundos y los amigos de los convencionalismos de «salvaje». Las sucesivas críticas que recibió su trabajo y la reiterativa refutación de sus postulados por los sectores conservadores le empujaron lentamente hacia las orillas marginales del panorama artístico. Acababa de convertirse en un reo de su fama; un prisionero de sus principios y convicciones propugnadas. Como reacción, Oskar Kokoschka decidió dar un paso más y se cortó el pelo al cero. Todo un signo de insubordinación, un desafío a la platea; un gesto claro de sedición que reducía el espacio existente entre el artista y un hombre condenado a prisión. Sumaba a su nombre la leyenda de insurrecto.
El Museo Guggenheim de Bilbao, con patrocinio de la Fundación BBVA, dedica la primera retrospectiva en España a este artista después de la que se celebró en nuestro país en Barcelona en 1988 -antes hubo otra, la que en 1975 acogió la Fundación Juan March y a la que acudió él mismo). La muestra, procedente del Museo de Arte Moderno de París y comisariada por Dieter Buchhart y Anna Karina Hofbauer en colaboración con Fabrice Hergott y Fanny Schulmann, ha reunido 122 obras. Una colección que repasa su extensa y prolífica trayectoria, con sus cambios de registro y evoluciones estilísticas, desde su juventud hasta un último autorretrato en el que se dibuja desnudo, sin accesorios ni alegorías intelectuales, delante de una figura de mimbres demoniacos que simboliza la muerte.
"La pintura de Kokoschka estaría sujeta a los vaivenes de su vida"
El recorrido parte de sus sediciones juveniles y su negación a aceptar los parámetros alentados por otros artistas, como Klimt, quien le respaldó en sus inicios. Una etapa marcada por un acentuado gusto por el retrato psicológico como instrumento analítico para revelar el «yo» del modelo. Su propuesta figurativa, valiente, original y nada ordinaria -que mantendría en el apogeo del expresionismo abstracto y el informalismo- escandalizó a los biempensantes de la sociedad vienesa. Su mirada inauguraba un tipo de retrato inédito, de mayor calado, en los que intervenía incluso con los dedos para lograr los efectos que perseguía. Sus dibujos esquemáticos, de líneas duras y angulosas, junto a las manos desproporcionadas y alargadas que asoman en sus lienzos, serían la influencia y el punto de arranque que tomaría Egon Schiele para desarrollar su obra.
"Al romper con Alma Mahler, el artista encargó una muñeca exactamente igual que ella"
El espíritu irreductible de Oskar Kokoschka buscó influencias nuevas en su lucha por modelar un estilo: el cubismo de Picasso, las pinceladas de Van Gogh o la mirada singular de El Greco. Lo que no sospechaba es que su pintura, más que por cualquier corriente, ismo o maestro, estaría sujeta a los vaivenes de la vida. Su relación con Alma Mahler, la primera mujer de su vida que tendría para él implicaciones emocionales serias, influenció de manera determinante en su trayectoria. Ella despertaría en él instintos remotos, impulsos que nunca antes habían pugnado en su interior, como unos celos enfermizos y un carácter de perfiles obsesivos que aflorarían en su ruptura y que le empujarían a encargar una muñeca terrorífica, de tamaño y parecidos escalofriantes con su ex amante. Oskar Kokoschka pasearía este maniquí por las calles de Viena, la llevaría en carruajes, le acompañaría a la ópera, la retrataría en óleos y, finalmente, la decapitaría en una fiesta con tintes de aquelarre que despertó la inquietud de los vecinos y atrajo a la Policía. Es lo que los críticos llaman, eufemísticamente, como su etapa dadá, y de la que da prueba el lienzo «Pintor con muñeca» (1922).
El despecho de Alma Mahler empujó al artista a enrolarse en la caballería del ejército austrohúngaro durante la Primera Guerra Mundial. En 1915, resultó herido de gravedad y para recuperarse de las heridas físicas y mentales ingresó en un sanatorio en Dresde. Su restablecimiento abrió una etapa pictórica nueva. De unas composiciones con predominio del negro pasaría a unas tonalidades más coloristas que hablaban de la superación de las secuelas. Algo que alcanzó plenamente cuando el galerista Paul Cassirer comenzó a llevarlo (su mecenas hasta entonces había sido Adolf Loos). Gracias a él, emprendió un gran tour por Europa y África que alumbró a su vez una pintura de nueva estética.
"Los nazis incautarían 400 obras de él y lo declararían artista degenerado"
De sus años de Dresde, Berlín y, sobre todo, Praga, nació un Oskar Kokoschka nuevo de formas, pero fiel a sus géneros, como el paisaje y el retrato, y sus obsesiones, como la lucha de sexos. A esto sumaría el retrato de animales, que para él poseían una enorme carga simbólica. Esta década de esplendor vital se truncaría pronto. Sus peores auspicios sobre el futuro de Europa se cumplirían enseguida. El Tercer Reich de Hitler, el Anschluss y su incorporación a la lista de artistas degenerados (que combatiría a través del lienzo «Autorretrato de un artista degenerado», de 1937) supondrían la materialización de sus peores temores. Los nazis incautarían 417 obras suyas (la mayoría dibujos) y él y su mujer huyeron a Londres en los dos últimos asientos del último vuelo que salía de Praga. No llevaban consigo equipaje. Solo un cuadro: «Nostalgia» (1938). A partir de este momento, su obra, a pesar de las diferentes facetas que atravesara, estaría marcada por un progresivo activismo político. A sus pinturas de la Primera Guerra Mundial, sumaría denuncias claras, como «¡Ayuda a los niños vascos!» (El Guggenheim muestra el gouache original y la litografía en papel), una obra basada en el bombardeo de Guernica, o la serie, influenciada por William Hogarth, que deja clara su posición antibelicista y alertaba sobre el uso militar de la energía atómica.
"Era pacifista y creía en la necesidad de crear una Europa unida"
Oskar Kokoschka había derivado de un rebelde a un hombre de un enorme compromiso con la sociedad. La última parte de su obra revela sus preocupaciones y le revela como una persona que abogaba ya por el europeísmo y la necesidad de crear una Europa unida por su legado cultural y los lazos de la fraternidad y la paz. Se declaró pacifista y ayudó a causas sociales. Aunque batallador y firme en sus convicciones, en su alma quedó un rescoldo de pesimismo, quizá derivado de sus experiencias a lo largo del siglo XX. Por eso en los lienzos que hizo en el trecho final de su vida queda algo de esos temores, sobre todo cuando pensaba en el futuro del Viejo Continente, algo que resulta evidente en un lienzo como «Las ranas», mejor conocido por casi todos por su otro nombre: «El ocaso de Europa».