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Manolo García: "El tema de la corrupción es lamentable y punible, hay que penalizar eso venga de donde venga"

El artista catalán publica un libro de relatos, 'Títere con cabeza', su primera incursión en la prosa, y avanza que habrá nuevo disco en 2025
Manolo García triunfó con El Último de la Fila, de las mejores formaciones de rock que han existido en EspañaJesús G. Feria
La Razón
  • Javier Menéndez Flores

    Javier Menéndez Flores

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En sus años de superviviente, Manolo García (Barcelona, 1955) cargó cajas reguladoras de tráfico («que pesaban un huevo»), trabajó en una fábrica de toallas, en una de cartones y como diseñador gráfico, primero en distintas agencias de publicidad y después por cuenta propia. Pero con El Último de la Fila (1984-1998), una de las mejores formaciones de la historia del rock español, el éxito lo visitó para ya no abandonarle, y su etapa en solitario, que se acerca ya a las tres décadas, lo ha convertido en uno de los grandes nombres de nuestra escena musical. Sin embargo, su caudal creativo le ha exigido abordar otras disciplinas: pintura, fotografía, poesía. Y ahora presenta su primer libro en prosa, «Títere con cabeza», un conjunto de relatos heterogéneos, sin una unidad temática, y cuya calidad literaria sorprende al arriba firmante no porque cuestione la capacidad y el talento para la escritura del músico, al contrario, sino porque la prosa nada tiene que ver con el cantable o el poema, es otro género y otra distancia, y García ha parido unas historias de impecable ejecución, de escritor entero. «Esto me ha cogido por la retaguardia –confiesa–. Hace un poquito de tiempo no hubiera osado escribir prosa. Aunque como todo el mundo que escribe algo, yo, en este caso, letras de canciones, te pasa esa idea por la cabeza de “estaría bien”. Soy muy lector. Tuve la suerte de empezar a leer muy jovencito a instancias de un profesor de literatura del bachillerato, y sé que la literatura es algo muy difícil y es una prebenda, un regalo de los dioses a unos pocos elegidos. Al publicar este libro de relatos te prometo que no he tenido ninguna ínfula. Ha sido una forma de pasar mis días, de abrazarme a mí mismo. Yo tengo una tendencia –prosigue– a la angustia social. Me enerva, me enardece, me molesta la injusticia social. Cómo se nos trata, a veces, a la población civil, cómo se nos toma por idiotas, y este libro de relatos obedece a esa desazón, a esas ganas de expresarme, levantar la mano y decir: “Señores, ¿puedo hablar?”». Le pregunto qué preferiría: vender 30 ediciones o unas críticas muy elogiosas, y responde en el acto: «Prefiero lo segundo. El dinero, al final, sirve para tener el tesoro más preciado: tiempo. Es una forma de libertad. Pero si has tenido suerte en la vida y, contando con que vayas a vivir 80 años, hasta los 40 has ido triunfado y atesorando dinero, pues el resto de los años dedícate a gastarlo, a disfrutarlo, a compartirlo con tu familia y amigos. ¿Que si yo lo hago? Sí. Yo pienso en los demás».
Alguno de los relatos del libro es largo y robusto y casi anticipa a un novelista. ¿Se plantea esa mayor distancia? «No puedo asegurarlo –afirma–, porque pienso: “Uf, qué difícil”. Y tengo un pero a eso, y es que me gustan demasiadas cosas: pintar, componer canciones, cantarlas en directo, y el tiempo da para lo que da. ¿Novela? Le tengo mucho respeto a eso. Pero los dioses dirán».

Pérdida de fe en la política

El músico iba a haber cerrado este diciembre su exitosa gira «Cero emisiones contaminantes desde ya», pero lo hará el 18 de enero en Valencia con un concierto solidario cuyos beneficios se destinarán a los afectados por la Dana. Le digo que todos los músicos con los que he hablado en el último mes y medio coinciden en que comunidad autónoma mal y Gobierno de España también mal. Ríe: «Vale, me sumo a esa idea. Y la gente bien –afirma–. Pero esa frase que corre por ahí: “Pueblo salva pueblo”… Pienso que pueblo no debería salvar a pueblo. Pueblo paga impuestos y para eso están las instituciones y tenemos unos gobiernos, unos policías, unos bomberos, que pagamos todos, que saben hacer su trabajo y que deberían haber aparecido en el minuto cero. Sí, como Superman. Porque nosotros pagamos como Superman, y pobre de ti como no pagues. Deberían haber funcionado igual que funcionamos nosotros, como relojes. No paramos –continúa– de pagar impuestos, somos muy majos, cumplimos, hacemos todo lo que se nos dice, y ellos deberían responder con la misma eficacia». ¿Los políticos le han hecho perder la fe en la política? «Casi todos. Hay alguna salvedad, pero casi todos. La desafección de la que se habla es real. Pero creo que se lo están ganando a pulso por una cuestión: ellos piensan en el partidismo, en sus prebendas, su permanencia, su poltrona, su “quítate tú y ahora me pongo yo y luego volverás a ponerte tú”, cuando deberían pensar en nosotros. Están ahí para servirnos y se han convertido en falsas estrellas de rock –sentencia–. Hasta en los mítines tiran globitos, confeti, cuando deberían formar parte del engranaje para que todo vaya bien. Ellos deben de arbitrar para que nadie abuse de nadie y para que si vivir vale 1.000, que todo el mundo gane 1.200, y no que vivir valga 1.000 y todo el mundo gane 400. Y –añade– el tema de la corrupción es lamentable y punible, como todos sabemos. Hay que penalizar eso venga de donde venga. Porque la ciudadanía se mira en ese espejo y está aquella cosa de “bueno, si ellos lo hacen, ¿por qué no yo?”. El espejo en el que nos miramos los ciudadanos tiene que estar limpio como una patena. Tienen que ser impecables en la gestión; ellos, doblemente. Porque piden estar ahí y piden dirigir el barco. Al final, vivir en un país en el que gente que tiene tres carreras pone copas en un bar y gente que no tiene estudios, más allá del bachillerato, dirige el país… algo está fallando».
García ya trabaja en la composición de su nuevo disco: «Ahora estoy inmerso, de lleno, en escribir textos para canciones. Estoy con la guitarra escribiendo cosas, cantándolas y grabándolas en una pequeña grabadora. ¿Cuándo tendré el disco escurrido? Si no hay cambios, mi pretensión es que aparezca en 2025». Hace un año releyó con Quimi Portet las canciones monumentales de El Último de la Fila. Le digo que no me creo que no vuelvan a pisar los escenarios juntos para tocar esos himnos, puesto que ambos saben que sería un desperdicio: «No es imposible, pero es improbable. Lo bueno es que Quimi y yo tenemos una amistad, nos llevamos bien, no se ha dado en nosotros la situación de banda que se separa de manera violenta. Hemos sido compañeros, amigos, y hemos hecho un equipo que ha dado frutos diferentes a la individualidad, muy consistentes y peculiares, que nos han llevado a tener unos seguidores que siguen ahí». ¿Podrían sacar nuevas canciones? «Algunas pinceladas quedaron ahí grabadas», revela. Le insisto: si llegara a producirse un nuevo disco de estudio de El Último, ¿desembocaría en una gira? «No necesariamente –responde, sincero–. Ya hemos hecho eso mucho tiempo».
Concluye la entrevista el músico resumiendo su filosofía de vida: «Para mí lo que hace falta es la compasión humana, la fraternidad. Esa cosa si quieres ingenua, pero imprescindible para la vida en común. La calma, pensar en los demás… Yo creo en la bonhomía. Necesitamos eso en el mundo. A garrotazos vamos fatal. A garrotazos –remata– es un sinvivir». Y no le falta razón.

MUNDO GARCÍA

Por Javier Menéndez Flores

A la creación hay que entrar como lo hace la madera en el fuego, con la voluntad de abrasarte hasta perder la conciencia y dejar de ser: transformarse. Con el arrojo con que el torero accede a la bullente plaza y la inquietud con la que el atleta contempla esa meta que de tan lejana como se ve parece hallarse en otro espacio y hasta en otro tiempo. Y nace una sed salvaje cuando explota en lo más hondo de ti esa idea que te hinca las espuelas y te ordena que la agarres y la aproveches antes de que se desvanezca. Aunque luego resulte ser un espejismo, una fatamorgana, agua no potable. No hay más que dos opciones: inventar o dejar correr la vida sin conocer la humedad del beso total.​

​García ha soñado una canción que ha compuesto ávidamente en cuanto sus ojos se han abierto y después ha escrito un poema que ha inspirado un relato que apunta maneras de novela, y que quizá lo acabe siendo. Y cuando se ha separado del lienzo que lo enfrenta y ha vuelto el rostro hacia esa ventana en la que se derrama una lluvia feroz, cabreadísima, ha imaginado la foto perfecta y ha sentido un temblor que tal vez sea la felicidad, o su germen.

​Allá en Poblenou, cuando niño, la vida se mostraba áspera y sencilla, y los fines de semana eran como el Gordo de la Lotería de Navidad para las molidas espaldas de los hombres aún jóvenes que sostenían a la prole. Y en la cabeza de García resuena aún la sirena que llamaba a los turnos en la fábrica de su padre, cuando le acercaba –dos Manolos– una fiambrera con el potaje o las lentejas y una botella con vino y gaseosa. Y cada vez que veía cómo cuatro mozallones introducían en la boca de dragón del horno aquellos raíles de vía de tren con unas tenazas gigantes, atragantándose de un calor inenarrable, pensaba: «Yo no quiero estar aquí el día de mañana».

​Pintar y escribir canciones, esa sería su única fábrica. Y allá que se lanzó con la furia de esos aviones plateados que aullaban sobre su cabeza como promesas de una existencia más rica en colores y sabores. Alguien sentenció que nunca el tiempo es perdido. Lo dijo quien pasó cientos de horas con la espalda apoyada en una tapia o el culo sobre la madera desdentada de un banco, contando trolas inmensas y escuchándolas. Pero resulta que algunos de esos momentos renacieron años después en una canción o un poema. Y hoy sabes que incluso ese borrón de tinta que te arrancó un improperio puede acabar conformando un hermoso verso.

​Hay hombres que han amado a personas e ideas con tantísima fuerza que se sienten igual de exhaustos que aquel soldado que combatió en todas las guerras sucedidas a lo largo de la historia de la humanidad. Y cada una de sus mil cicatrices guarda memoria intacta de un lance distinto. La vida es un caballo sin silla que cabalga desbocado entre la bruma de un domingo de enero, pura fantasmagoría gótica, y sólo los más hábiles jinetes alcanzarán la luz de dioses de un viernes de mayo, donde hasta la mayor tragedia dispara con silenciador.

​García ha vuelto a sumergirse en aguas misteriosas con la bombona de oxígeno de la curiosidad y una antorcha cuya llama sólo estrangulará la barbarie, que es el enemigo supremo de la inteligencia. Muy pronto volveremos a saber de él.

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