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Crítica de "La vida breve" y "Tejas verdes": El dialecto de la violencia

Crítica de Clásica / Teatros Real. La vida breve y Tejas verdes, de Manuel de Falla y Jesús Torres. Adriana González, Eduardo Aladrén, Ana Ibarra, Natalia Labourdette, Alicia Amo, Sara Jiménez, Rubén Amoretti, Gerardo Bullón y Maria Miró. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Dirección de escena: Rafael R. Villalobos. Dirección musical: Jordi Francés. 13 de septiembre
Crítica de "La vida breve" y "Tejas verdes": El dialecto de la violencia
Un momento de la representacióndel Real fotografia
Mario Muñoz Carrasco

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A Bernard Shaw se le atribuye la sarcástica frase de que la ópera trata de “un tenor que intenta acostarse con una soprano y un barítono que intenta impedirlo”. Si hubiese que buscar un equivalente para la ópera contemporánea sería el de tratar sobre la violencia en todas sus formas, sobre la universalidad del mal. Ese ha sido el eje vertebrador del estreno dual del Teatro Real, que hacía rimar el daño abisal de "La vida breve" con la violencia apátrida de "Tejas Verdes". La reflexión era pertinente y perturbadora: si hay algo internacional en el ser humano es su capacidad de hacer daño.
Imagen de la representación
Imagen de la representacióndel Real fotografia
Empezando por el principio, programar estas dos óperas tiene mucho de aviso para navegantes. La de Falla fue elegida para reinaugurar el teatro en 1997, enlazada con "El sombrero de tres picos". Hasta algún medio ironizó con todo aquello (“Poca ópera, mucho taconeo”). Pero hubo que esperar una semana más para ver algo realmente nuevo, "Divinas palabras" de Antón García Abril. Para este estreno, lo nuevo y lo viejo comparten día, espacio y narrativa.
Escénicamente hablando, como es lógico, nada tenía que ver el costumbrista Albaicín presentado en el 97 con el espacio angosto y opresivo que se perfiló tanto en "La vida breve" como en "Tejas verdes". Los juegos de iluminación permitieron que incluso los brotes de color rojo en algunas paredes se percibieran antes como herida que como representación pura de la pasión. Hubo continuidad dramática entre las dos óperas y también en la coreografía, ruda, ajustada a una narrativa que torcía la mirada hacia el abismo. En el reparto sobresalió la Salud de Adriana González, no solo por los recursos vocales sino por hacer creíble a ese personaje preso de “mal de amores” que necesita una voz que gane o pierda colores en función de si habla de amor o de muerte. La dirección musical de Jordi Francés fue apabullante, con un trabajo exquisito en el balance del viento-madera que es la base de la sensación asfixiante de esta música. Consiguió musicalmente lo que Orson Welles hacía en El proceso bajando la altura de los techos: retratar a un alma atrapada sin necesidad de explicitarlo. Incluso los esperados bailes se llevaron a lo febril, coherentes con todas las variantes de violencia que veíamos sobre el escenario —la del libreto, la del baile, la amor torcido—. Magnífica la cantaora María Marín.
Imagen de la ópera
Imagen de la óperadel Real fotografia
En la segunda parte llegó el esperado estreno de Tejas verdes, de Jesús Torres. Y la espera ha merecido la pena con creces. Torres ya demostró con Tránsito que estábamos ante un operista consumado, con un sentido absolutamente privilegiado del timbre, una voz orquestal que muta según la palabra a la que acompañe y una rotundidad sonora siempre al servicio del relato. Aquí la partitura se nutre de un universo percusivo amplísimo y consigue desplegar sobre la orquesta formas de violencia mucho más sutiles que usar unos timbales. Hay una sensación de turba, de agresividad tribal sobrevolando toda la instrumentación y una indudable poética del desamparo en su escritura vocal, en particular la de los coros. Natalia Labourdette, secundada magníficamente por Ana Ibarra y Alicia Amo, se desfondó actoral y vocalmente para ser honesta con su personaje, en un esfuerzo ímprobo y sobresaliente. De nuevo, brillante y lacerante a partes iguales la dirección de Francés, con una planificación sonora al servicio de la narración y llevando a la orquesta hasta los extremos de expresividad que requiere describir la tortura. Noche, en definitiva, dolorosa por lo que dice de nosotros pero necesaria si queremos construir algo distinto.

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