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Beyoncé, los veinte años en solitario de una bestia bellísima

La diva estadounidense arrasó ayer en Barcelona celebrando una carrera artística digna de una estrella
Portada de "Renaissance", último álbum de Beyoncé
Portada de "Renaissance", último álbum de BeyoncéBeyoncé
La Razón
  • Javier Menéndez Flores

    Javier Menéndez Flores

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En el último tercio de los noventa, el cuarteto de pop Destiny’s Child vendió sus dos primeros discos, el homónimo «Destiny’s Child» y «The Writing’s on the wall», como si no hubiera otros en el mercado. De aquellas cuatro vocalistas negras y bellísimas resplandecía especialmente la rubia, Beyoncé Knowles, que no solo fue bendecida con una presencia hipnótica y una voz de mezzosoprano fuera de lo común, sino que además era quien componía todos los éxitos que cantaban. Belleza y cerebro, pues. Y actitud. Mucha. Verla sobre un escenario, con aquella fuerza y seguridad, con aquel modo de mirar, con ánimo de atravesar al espectador, era un espectáculo; escucharla, una caricia. Que aquella criatura extraordinaria se iba a lanzar en solitario para poner a prueba su poderío vocal y escénico era algo que cualquier observador atento daba por hecho. Y ocurrió en 2003, con el disco «Dangerously in love», una alfombra voladora al paraíso de la industria musical: en una semana vendió cuatrocientas mil copias (a día de hoy se le estiman unas ventas globales por encima de los once millones). Prueba superadísima. A partir de ahí, Beyoncé, que todavía estaba ligada al también megaexitoso cuarteto –que se disolvió, ya como trío, tres años después, en 2006–, se convirtió en un nombre con el que íbamos a convivir y al que íbamos a asociar a giras multitudinarias, ventas millonarias (más de 100 millones de discos a lo largo de toda su carrera) y un río de premios: es la mujer con más nominaciones a los Premios Grammy, los más altos galardones de la industria musical, y la artista de la música, hombre o mujer, que más de ellos ha obtenido, 28.
Pero más allá de las cifras mareantes y del morbo innegable de los récords, tenemos en Beyoncé a una feminista con cetro y megáfono. Una mujer que reivindica el talento especial de las de su sexo y que canta al amor mientras ondea la bandera de «mujeres al poder». Referente para artistas contemporáneas como Katy Perry y elogiada por iconos del rock del pasado siglo, como la voz de Blondie, Debbie Harry, Beyoncé es mucho más que una cantante ultrafamosa y un rostro hermoso, es un símbolo del poder afroamericano en la industria musical de Estados Unidos. Un poder que se multiplica por mil gracias a su sólido matrimonio con el rey del hip-hop Jay-Z, quien llegó a ser definido como «el rapero más rico del mundo», y con el que tiene tres hijos. Con siete álbumes de estudio en su haber, Beyoncé actuó anoche en Barcelona dentro de la gira mundial «Renaissance World Tour», fruto de su último trabajo, «Renaissance» –certificado como disco de platino–, y volvió a hacerse evidente que las coreografías de sus actuaciones en vivo, cuidadas como si fueran ensayos para una película, son igual de importantes que el sonido y que los focos que ciegan pero alumbran muchísimo menos que ella. En paralelo a la música, Beyoncé lleva años sosteniendo una solvente carrera como actriz. Destacan sus papeles protagonistas en «La pantera rosa» (2006), con Steve Martin y Kevin Kline, «Cadillac Records» (2008), en donde se transformó en la inmensa Etta James, y «Obsessed» (2009), con Idris Elba. Son ya veinte esplendentes años en solitario de una estrella cuyo poderío y estado de forma auguran muchos éxitos futuros.